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martes, 26 de noviembre de 2019

AMIGOS POR CASUALIDAD


Una mañana visité con Mari, como hacemos a diario en Nerja, la cafetería “Bajamar” para tomar el habitual café de las 11:00 horas, a este ritual le suele llamar, nuestro apreciado paisano Alfonso Carretero Saeta “El Yesca” ¡¡¡Tomar la dosis!!!
Cuando entramos nos vimos sorprendidos por el hecho de que a primera vista estaban todas las mesas ocupadas, aquella mañana debió confabularse todo Nerja para ir allí a desayunar y, además, a la misma hora. Mirábamos en todas direcciones intentando localizar una mesa que estuviera libre para poder sentarnos y, cuando ya estábamos decididos a salir del local, un señor mayor que también era cliente habitual de “Bajamar” y al que sólo conocíamos de vista, estaba sentado solo en una mesa, nos dijo:
- ¡¡¡Sentaos aquí conmigo, si no os importa!!!
Aceptamos su propuesta y él, con su gesto inusual en la sociedad de nuestros tiempos, no sólo nos acogió sino que, además, nos invitó.

Desde ese día nuestros encuentros se fueron convirtiendo poco a poco en algo cotidiano, hablábamos de los temas de la vida y de esa manera nos fuimos conociendo. Como nuestras formas de ser y de pensar eran similares pues nos sincerábamos bastante y por ser así ambas partes nuestros días de convivencia cafetera fueron inolvidables, aunque él tuviera casi veinte años más que nosotros.
Miguel era un hombre muy conocido y apreciado por mucha gente, lo pudimos constatar a diario porque cada día aumentaba el número de tertulianos y porque muchas personas que pasaban por la calle se acercaban hasta la mesa para saludarlo, esa realidad propició que algunos de sus conocidos hayan pasado a ser también de nosotros.
En las conversaciones él viajaba con mucha frecuencia y claridad al pasado, nos hablaba de la Guerra Civil, aquel periodo histórico que marcó su vida y la de tantos españoles pero lo hizo sin acritud y sin apasionamiento, como el mayor que cuenta un cuento a sus nietos, pues recordaba los hechos con naturalidad y sin reproches hacia nada y nadie.   
Me afectó mucho el escucharle aquella narración en la que nos expuso la lucha que sostuvo, desde los 14 años, en el mundo laboral a esa temprana edad por sufrir de manera prematura la desgracia de perder a su querido padre por culpa de una pulmonía. ¿Por qué me causó tanto impacto?
Porque mi madre, que ha cumplirá 95 años en octubre, también vivió la nefasta experiencia de perder a su padre con la misma edad que Miguel y por culpa de la misma enfermedad. Ella era la mayor de tres hermanos y también tuvo que empujar para ayudar a mi abuela Rosa Antonia, a la que llamábamos “Mama Nona”, en las labores de la casa y en el comercio que regentaba para poder sacar adelante a sus hijos.
Cuando Miguel nos comentó sus recuerdos sólo lo noté algo alterado al recordar un episodio desagradable que tuvo que vivir durante la Guerra Civil: [Un día se presentaron unos milicianos en el cortijo donde vivían, lo hicieron para llevarse los animales vacunos que tenían para la leche, para parir y aumentar su número… A ellos eso no les importaba pues los querían para comérselos.].
Esta forma de actuar -nos dijo- fue el fruto del comportamiento irresponsable de quienes sólo piensan en ellos pues lo que nos robarían se lo comerían en unos días y a nosotros nos dejarían desamparados para mucho más tiempo.
Esta historia real me hizo recordar que un paisano se quejaba con frecuencia de que al no poder dar de comer a sus hijos en Villargordo se tuvo que marchar a vivir a Jaén. En la capital hacía, de vez en cuando, alguna travesura y entonces visitaba el calabozo de la comisaría, allí contaba esta misma queja a los policías paisanos que estaban de servicio. Pasó el tiempo y un día, de manera casual, mi cuñado Manolo entró en un bar, lo reconoció y como le había escuchado en varias ocasiones sus argumentos sobre lo injusta que es la vida pues esa circunstancia le hizo quedar impactado cuando se lo encontró comiendo y bebiendo como un marqués. Como Manolo sabía que sus razones para irse a Jaén no le habían hecho mejorar el nivel de vida que tenía en el pueblo pues por esa realidad quedaba demostrado que en el pueblo o en la ciudad él seguía siendo el mismo irresponsable. Al ver lo que estaba haciendo no se pudo contener y, acercándose a él, lo saludó y le dijo:
- ¿No decías que estabas muy mal y que no podías dar de comer a la familia? ¿Qué cuento tienes que contarme ahora?
Me da igual, estando el gallo repleto que expurguen la gallina y los polluelos – le respondió.
He intercalado este hecho real en el relato de la experiencia que vivió Miguel de niño porque en ambos casos los personajes que causaban el mal sólo se preocupaban de llenar sus estómagos y los débiles que se las apañaran como pudieran.
Hubo en ambos casos la intervención de una tercera persona. Un vecino de la familia de Miguel se acercó hasta el cortijo al ver lo que iban a realizar aquellos desalmados y se jugó su vida intentando moralizar a los milicianos. En ambas escenas hubo una diferencia abismal porque el señor de Nerja sí los convenció y logró que les dejaran los animales pero con el paisano no logró nada Manolo, sólo pudo decirle unas cuantas verdades pero, como el personaje estaba bastante embriagado y en plena faena gastronómica, sólo consiguió pasar un mal rato.
Miguel era gracioso por sus ocurrencias y sobre todo, cuando nos contaba las anécdotas jocosas que protagonizaron algunas personas de Nerja. Al narrarlas se mostraba con una prodigiosa memoria recordando los hechos y mientras lo hacía se olvidaba de que nosotros éramos de Villargordo y nos hablaba nombrando a los personajes, los lugares y lo que ocurrió como si nosotros los hubiéramos conocido. Cuando le hacíamos ver esta realidad, él se reía, después empezaba de nuevo y ya empleaba otras formas diferentes. También teníamos que pararlo cuando nos hablaba con su lenguaje malagueño pues con él no eran muy entendibles sus palabras para los jaeneros. Entre Mari y yo, a veces, nos veíamos negros para interpretarlo y, si sus historias eran curiosas e interesantes, yo le pedía permiso para escribirlas y entonces le pedía que las contara más entendibles y despacio, él no ponía inconvenientes, se reía y rectificaba. Por esta circunstancia, cuando me veía coger la libreta y el bolígrafo para tomar nota de las películas que venían en los periódicos o para que no se me olvidara la historia que relataba, exclamaba:
- ¡¡¡Ya está éste otra vez con el papel y el lápiz!!!
Él era gracioso hasta cuando decía esta simpleza, no lo era por el contenido del mensaje pero sí lo era por la forma de decirlo y, sobre todo, por el oportunismo y la cadencia que daba a sus palabras.
Un tiempo después, con su consentimiento, mostré algunos de sus relatos en “Villargordo nos reúne” y con éste estarán todos publicados. Recuerdo la escena en la que le comenté, mientras tomábamos el café, que la tarde anterior había publicado en el Bloggs una de sus historias; le propuse verla en el móvil; aceptó; abrí la publicación y se la leí. Cuando acabé la lectura exclamó:
- ¡¡¡Un día de estos vienen los guardias a por mí, me ponen las esposas y me meten en la cárcel!!!
Estas salidas inesperadas las tenía a montones y nos causaban siempre tal impacto gracioso que nos tenía riendo durante un buen rato, incluso él se mondaba de risa al vernos hacerlo con tanta fuerza.
Al poco tiempo de conocernos Miguel vivió la pérdida de un gran amigo, Manuel Ruiz JaimeMataperros”.
Durante años, estos amigos se reunían todos los días en la misma mesa, uno frente al otro, y charlaban mientras se tomaban el café. Nunca habíamos hablado con ellos y después de un cierto tiempo de frecuentar el establecimiento, como pasábamos junto a ellos al entrar o salir, pues nos saludábamos con el tradicional “buenos días” o “hasta luego” y así fue cómo nos convertimos, ambas partes, en conocidos de vista.
Desde la distancia, Manuel siempre daba la impresión de ser un señor muy comunicativo y Miguel se mostraba más retraído. Con el paso del tiempo se confirmó que “no hay que fiarse de las apariencias”, opino así porque Miguel transmitía una imagen que no se correspondía con la realidad de su personalidad pues, desde lejos, aparentaba ser un señor muy serio y poco comunicativo cuando la realidad era bien distinta: hablador, sincero, prudente, amigo de verdad, generoso y muy gracioso… ¡¡¡Miguel, si me he dejado en el tintero algún otro aspecto bueno de tu personalidad espero que me perdones!!!
En una ocasión os comenté que las personas tenemos la obligación de integrarnos en la cultura del país o del pueblo al que nos
trasladamos a vivir, yo siempre he comentado en Villargordo que lo hacía así cuando venía a Nerja. El día que conocimos a Miguel nuestra integración subió un peldaño más pues nuestra amistad con él nació así de simple, creemos que fue muy buena y nos sentimos muy orgullosos y contentos de haberlo sido de un tío íntegro que también lo fue de muchas personas en su pueblo.
Día a día, personas diferentes se acercaban hasta la mesa donde estábamos para saludarlo y él nos presentaba. Con esta sencillez nos fue introduciendo en su círculo de conocidos y, después de un tiempo, el grupo quedó constituido como un sexteto: AntonioEl inglés”, al que Miguel rebautizó como “El torero” y con el que es conocido en la actualidad; PacoEl taxista”, PacoEl veleño”, él y nosotros.
Miguel solía llegar sobre las 10:30 horas, siempre era el primero; después lo hacíamos Mari y yo; Antonio un poco después ; Paco El veleño”, el más joven del grupo, iba sobre las 11:30 horas pues entonces era cuando hacía un alto en el trabajo y PacoEl taxista”, por su profesión, no podía asistir a diario como nosotros pero cuando no tenía viaje allá que iba también.
Normalmente se hablaba de todo y, de vez en cuando, la conversación giraba hacia las anécdotas locales, en ese tema Miguel era una enciclopedia, y en los chistes era donde PacoEl veleño” y Antonio nos regalaban risas en cantidad pues nos mostraban los chistes con una gracia malagueña muy peculiar.
Antonio estaba siempre con la caña de pescar preparada y cuando podía enganchaba en el anzuelo sus cuñas irónicas para que picáramos; Miguel, con sus 83 años, las captaba y cuando iban dirigida a él le respondía tirándole un misil verbal a la línea de flotación. Antonio, que ya está más próximo a los 80 que a los 70, intentaba eludir el impacto y le respondía:
- ¡¡¡Yo “inglis”!!!
Cuando le daba esta respuesta se levantaba de la reunión y se marchaba apresuradamente en busca del descapotable.
Esta escena era muy frecuente y, cuando ocurría, Miguel le regalaba un pildorazo gracioso mientras se aleja, siempre lo esperábamos y nos encantaba escucharlo:
- ¡¡¡Veeerá con “El toreeero”, toicos los días tirándome tiricos!!!
Era difícil no ser amigo de Miguel porque atesoraba mucho bueno, no obstante, considero que el lugar que ocupó ManuelMataperros” en su corazón no fue ocupado por nadie más. Al  morir Manuel lo pasó muy mal cuando acudió al tanatorio para acompañarlo y consolar a la familia por su pérdida. El día del entierro me comentó que no asistiría al funeral religioso en la parroquia porque sufriría mucho otra vez y eso no le vendría bien a su salud. 
Miguel, más de una mañana, recordaba a su amigo “Mataperros”, sobre todo cuando salían temas relacionados con lo que habían vivido juntos, y siempre lo hacía así:
- Decía mi amigo Manuel…
Al principio, como es lógico, no sabíamos a quién se refería con esas palabras y entonces le decíamos:
- ¿Quién es ese señor?
- ¡¡¡Mataperros!!!
Cuando intentaba aclararnos cómo era Manuel lo hacía con las manos y las palabras. Para decirnos que tenía unas orejas muy grandes usaba una forma muy particular pues sus manos se ponían en marcha y las pasaba por debajo de las suyas.
También nos comentó, más de una vez, las bromas que se gastaban cuando hablaban de la muerte. En ese tema Miguel se sentía dolido con Manuel porque le repetía con frecuencia y de manera graciosa:
- ¡¡¡A ti le quedan dos lunas!!!
A continuación Miguel decía:
- Después de tanto decirme lo de las lunas se ha ido él antes que yo.
El 25 de abril de 2015, llegamos a “Bajamar” a la hora habitual. Estábamos tomando el café y leyendo la prensa, Paco El Taxista” se acercó hasta nosotros y, de una manera muy rara, nos dijo:
- Miguel no va a venir ya más.
No comprendimos sus palabras y le dije:
- ¿Qué has dicho?
Miguel murió anoche –nos respondió.
Acabamos el café y, cuando fuimos a pagar, los otros conocidos nos dijeron que no habían querido darnos la desagradable noticia.
Llevamos a casa las compras, después nos fuimos al tanatorio para acompañar a la familia y, por último, asistimos al funeral religioso.
Queremos que estas líneas sirvan para manifestar que nuestra amistad con Miguel Matachinas” duró poco pero mereció la pena vivirla… ¡¡¡Va por ti, amigo!!!

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