Colaboración de Paco Pérez
El relato es verídico pero los nombres de los personajes no por iniciativa
mía, son literarios.
Cuando
transito por nuestras calles suelo encontrarme con Miguel “El tortas” y, a
veces, si no llevamos mucha prisa nos paramos para saludarnos y preguntarnos
por la familia. Una vez agotado ese tema comenzamos a recordar anécdotas del
pasado y él, como tiene guardadas muchas en el almacén, les abre la puerta y
comienzan a desfilar ante nosotros. Ayer nos encontramos en la Cañadilla,
hablamos de las publicaciones del Blogg, me comunicó que iba a escribir otras historietas
y que cuando las tuviera acabadas me las llevaría a casa. Estábamos conversando
cuando pasó cerca de nosotros Blas, comentaron
un tema que afectaba a los dos y, cuando éste se iba a marchar, Miguel le dijo:
-
Espera unos minutos que le voy a contar a Paco
una anécdota que me pasó cuando tenía unos 16 años y ya la escuchas tú.
En
“Ventosilla”, una cortijada que está
cerca de Las Infantas, contrataban a
los villargordeños para trabajar cuando los desplazamientos se hacían a pie
porque entonces no había medios de locomoción como ahora pues todavía no se
habían generalizado las bicicletas. Por esa razón los trabajadores que contrataban
en los cortijos recibían el jornal, la mantención y el alojamiento.
Nos
contó Miguel que Pascual López, el padre de Miguel
“El Cantaor”, trabajaba en esa finca de manigero y que por esa razón él
fue quien le propuso que trabajara allí como peón para servir los materiales a
la pareja de albañiles compuesta por Pedro,
el maestro, y su hijo Juan, el
oficial. Miguel le dio el sí
inmediatamente porque consideró que ese trabajo sería más llevadero que estar
todo el día doblado en las plantaciones que había en la otra orilla del río y,
cuando ya había cerrado el acuerdo laboral y se iba a marchar, Pascual lo llamó de nuevo y le dijo:
-
Miguel, habla con uno de tus amigos
para que se venga también de peón. Unos días después, la cuadrilla de albañiles
se marchó andando hasta “Ventosilla”
para comenzar a reparar los deterioros que tenían las paredes y tejados. Llevaban
nueve días sin poder venir al pueblo y, como es lógico, los tres jóvenes, para
no aburrirse, cuando acababan la jornada laboral se reunían en la era y
charlaban de lo cosas que más les preocupaban entonces a ellos… ¡Las mujeres!
Unos
días después Juan les habló con
mucho sigilo para que nadie lo escuchara:
-
He descubierto algo que os va a gustar
mucho.
Los
otros quedaron intrigados con la noticia pues sin hablarles de nada consiguió
soliviantarlos y Antonio, el otro
amigo que buscó Miguel para peón, le
dijo:
-
Chiquillo, si aquí sólo hay hormigas y cigarrones…
¿Qué quieres que me guste?
Miguel también alzó
la voz mientras le reprochaba su forma de hablar:
-
Das una noticia que no dice nada y
después te callas… ¿Así se habla a los amigos?
–
Habla despacio que se van a enterar en
Villargordo de lo que dices – le susurró Juan.
Antonio, cabreado, se
mostró cansado de escucharlo hablar cuchicheando:
-
Otra vez igual y nada de soltar la
gallina… ¡Qué cansino eres!
Lo
que ocurría es que Juan no sabía
cómo les iba a plantear el tema y, ante la insistencia de sus compañeros, no
tuvo otra salida que desvelar su secreto:
-
He descubierto que en la cuadra hay una
burra muy joven.
Cuando
Miguel y Antonio escucharon las palabras que con tanto misterio guardaba, comenzaron
a dar carcajadas, Juan se mosqueó y Antonio le preguntó:
-
¿Qué esperabas encontrar en un cortijo?
Juan, después de
escuchar los reproches de sus amigos, ya se mostró más locuaz:
-
Mañana, durante la siesta, nos vamos a
reunir en la cuadra, sin que nos vean los viejos, visitaremos a la burra y le propondremos
que nos conceda un baile a cada uno.
Antonio y Miguel quedaron tan sorprendidos que abrieron los ojos tanto que parecían platos y, una vez recuperados
de la sorpresa que habían recibido, Miguel
le dijo:
-
Bueno, veo que cuando falta el pan pues
también están buenas las tortas… ¿O no?
De
nuevo comenzaron a dar carcajadas y así fue como dieron por aprobada la
propuesta de Juan. Aquella tarde
hablaron del proyecto para que al día siguiente no cometieran errores. Todos
roncaban, ellos abandonaron el catre, se reunieron en la cuadra y Juan, como promotor de la idea, tomó la
palabra:
-
Como he sido el organizador de la fiesta
pues considero que me corresponde bailar con la dama el primero… ¿Estáis de
acuerdo?
No
hubo debate, aceptaron y le permitieron cumplir su deseo. Antes de que
comenzara a sonar la música Juan
comenzó a cortejar a la dama y, como era de menor estatura que ella, se subió
al pesebre para poder bailar mejor.
Sonaron
las primeras notas musicales y, cuando no se habían pasado ni dos minutos,
chirriaron las bisagras de la puerta, ésta se abrió y por ella apareció el
padre de Juan, éste se quedó
inmóvil, los bailarines de igual forma y el único que habló fue Pedro, el recién llegado:
-
¡Qué vergüenza!
Después
salió de la cuadra, ellos se quedaron helados, no podían decir nada, cuando después
de unos minutos reaccionaron ya dieron por acabado el baile y los músicos abandonaron
cabizbajos el local.
Al
día siguiente, cuando comenzaron con los trabajos de reparación de los
desperfectos Pedro se mostró muy
enfadado, tanto que no le hablaba a su hijo y la tirantez llegó tan lejos que
cuando necesitaba algo decía vociferando:
-
¡“Tortaaaas”!
-
¿Qué quieres Pedro? – le preguntó Miguel.
–
Dile a Juan que haga una masa de
yeso – le respondió Pedro.
Así
estuvieron trabajando unos días y Juan,
por esas formas de su padre, estaba tan preocupado que no comía ni dormía.
Al
verlo así durante varios días, Miguel
le dijo:
-
Deja ya preocuparte, come y comienza a
pensar porqué entró tu padre en la cuadra.
–
Y yo qué sé porqué lo hizo – le
respondió Juan.
–
Pues a lo mejor es que tu padre también quería bailar y tú te adelantaste.
Debes pensar que si no te hubieras empeñado en ser el primero pues nos hubiera
tocado a nosotros la china– remató Miguel.
Antonio, que había
estado muy silencioso habló para opinar de manera diferente a como lo había
hecho Miguel:
-
Yo creo que tu padre nos ha visto salir
del cortijo y ha venido para averiguar qué nos traíamos entre manos.
Esta
nueva opinión los convenció más que la otra, se sintieron más tranquilos ya y unos
días después acabaron el trabajo.
Cuando
regresaron al pueblo no comentaron con los amigos lo que les había ocurrido
pues comprendieron que la idea no estuvo acertada.
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