Colaboración de Paco Pérez
ES BUSCAR EL REINO
Dios comunicó a Moisés que todos los hombres serían “santos” y esa condición la adquirirían
porque Él lo era. La santidad es tratada en el texto del AT de manera diferente a como la
entendemos vulgarmente, no es el premio humano que conceden los hombres
a las buenas personas y sí es un rasgo que llevamos los hombres en
nuestro interior desde que nacemos porque Dios
es santo y nosotros, como hijos suyos, también lo somos.
Le
aconsejó que no se odiaran ni se
guardaran rencor, que no respondieran con la venganza, que se amaran y que practicaran
la acción valiente de reprender a quienes
no caminaran con rectitud pues, de no hacerlo, la culpabilidad de sus actos podría recaer sobre quienes dejaran de
cumplir con esa obligación.
¿Por qué pudo haberle hecho estas recomendaciones?
Tal vez, porque
las invasiones y las deportaciones que habían sufrido los llevó a tener que
luchar por mantenerse firmes en la pureza
de sus principios religiosos ante el
peligro del paganismo que los
rodeaba para poder alcanzar la santidad.
El
cumplimiento de tantos preceptos los llevó a establecer unas diferenciaciones sociales injustas e
incorrectas pues fijaron una escala de méritos: Sacerdotes, varones, mujeres, personas sanas y los enfermos.
¿Por
qué tenían que ser más “santos” los sanos que los leprosos o un sacerdote
que cualquier otra persona?
Así
fue como se crearon los elementos
diferenciadores y discriminatorios y no se preocuparon de
practicar el comportamiento fraterno
para que creciera entre ellos la ayuda
mutua y la unión verdadera.
El
pueblo judío vivía atrapado por las cadenas de una cultura que rezumaba odio por
culpa de haber sido invadidos y deportados en varias ocasiones. En tiempos de Jesús, el Imperio Romano estaba aposentado en Israel, ellos los odiaban por
eso y, a su manera, luchaban clandestinamente
contra sus opresores por la liberación. Los “celotas” eran los abanderados de ese espíritu rebelde y combativo y
“Barrabas” un destacado miembro de
ellos. El clima de odio hacia el invasor
lo ocasionó la represión, el sistema recaudatorio y la injusticia que les imponían.
Los
judíos vivían esperanzados con la anunciada llegada del Mesías, ellos creían que vendría para luchar a su lado con una
espada y así derrotarlos.
En
este ambiente de expectativas de liberación
y de odio se presentó Jesús, no vino con espada y les habló de una gran novedad.
Leemos
MATEO 5, 38-48:
[En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.”
Yo, en cambio, os digo: No hagáis
frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la
túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale
dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a
tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.”
Yo, en cambio, os digo: Amad a
vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo
también los publicanos?
Y, si saludáis sólo a vuestros
hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los
gentiles?
Por tanto, sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto.].
Cuando
el pueblo escuchó estas propuestas se sorprendió mucho porque estaban educados,
por las circunstancias históricas, en la cultura del “odio” y Jesús les
propuso un comportamiento totalmente diferente… ¡Resistir, sin violencia, la injusticia de quienes oprimían a los débiles!
Este
comportamiento es una forma pacífica de comunicar sin palabras, a quienes abusan,
que no se dejan humillar por quienes
actúan con injusticia, sin dignidad y ausencia de humanidad.
Pablo afirmaba que las personas somos
templo de Dios porque, al nacer, Él nos regaló su Espíritu y por esa razón habita en nosotros. Por ese planteamiento
tenemos la obligación de cuidarlo y no destruirlo porque entonces lo
destruiríamos a Él. Él nos recomendó,
para alcanzar la sabiduría, que
seamos prudentes.
Leemos
1ª CORINTIOS 3, 18-20:
[Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en
este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio.
Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: Él caza a los sabios en su astucia.
Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: Él caza a los sabios en su astucia.
Y también: El Señor penetra los
pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.].
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