Colaboración de Paco Pérez
LA INTERROGANTE QUE NOS ARRUINA EL ESPÍRITU
Varios
años estuvimos veraneando durante el mes de agosto en Roquetas de Mar (Almería).
En nuestra agenda se repetía todas las mañanas la misma programación para
después del desayuno: Caminar, hacer las compras y detenernos al regreso en una
cafetería para tomar la dosis habitual que a media mañana viene muy bien para
levantar el ánimo de quienes madrugan. No teníamos un establecimiento fijo, siempre
dependía de donde estuviéramos a la hora que nosotros habíamos convertido en habitual.
Guiándonos por ese criterio una mañana lo hicimos en una nueva y al depositar
el azúcar en el vaso descubrimos un detalle muy curioso del establecimiento,
los sobres que nos pusieron llevaban impresos unos textos que eran pensamientos
publicados por personajes célebres. La verdad, nos gustó este gesto cultural,
incrementamos nuestras visitas a esta cafetería para ver qué texto nuevo nos
encontrábamos, los fuimos guardando y con sus contenidos abrí en el ordenador
una carpeta con el título de “Pensamientos
cafeteros”, donde los escribí y guardé.
Hoy,
de casualidad, ordenando los contenidos de las carpetas me la he encontrado y
he leído varias veces el que más me impactó entonces, su autor fue el genial Albert Einstein. Él aconsejaba: [Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación porque tu
conciencia es lo que eres, es tu problema. Tu reputación es lo que otros
piensan de ti y, lo que piensen los demás, es problema de ellos.].
¡Qué verdades tan grandes encerraban estas
palabras!
¿Cuántas personas viven con el espíritu
secuestrado, sin estarlo, por esta forma particular de pensar que las aterroriza
tanto? ¿Por qué tienen estos temores?
En
el pasado, tener la personalidad deformada por esta problemática era algo muy
frecuente en los pueblos pequeños y, en nuestros días, también se da este comportamiento
porque el vecindario se relaciona muy bien y por esa realidad todos sabían, y
saben, que como el deporte favorito de sus gentes siempre es el “chismorreo” pues cualquier desliz tiene
la facultad de convertir una china
en una gran roca. Para evitar que
estas formas equivocadas de convivencia los atropellara el vecindario tomaba
medidas preventivas para que nadie les levantara los pies del suelo, ahora
también sucede.
Estos
temores no están generalizados pero sí tenemos más de los deseados, hasta el
punto de que quienes los padecen no son libres a la hora de gobernar sus actos
y esa problemática hace que estas personas se pasen la vida indecisas, es
decir, sin saber qué es lo mejor para ellas.
¿A quién no le ha pasado alguna vez sentirse
afectado por algún comentario de alguien o le ha dado exagerada importancia a las
opiniones ajenas?
Después
de leer a Einstein recordé que hace bastante
tiempo leí un cuento que se titulaba “El
abuelo, el nieto y el burro”-de autor anónimo- y, como su enseñanza me impactó
mucho, pues consideré que su enseñanza era una terapia muy adecuada y
precisa para quienes padecen el síndrome del “qué dirán de mí los demás”. Este cuento nos enseña que no podemos
contentar a todos pues, hagamos lo que hagamos, siempre tendremos a nuestro
alrededor a ciertas personas que nos criticarán.
Leamos
su contenido:
[Había una vez un anciano y un niño que viajaban con un burro de
pueblo en pueblo. Puesto que el asno estaba viejo, llegaron a una aldea
caminando junto al animal, en vez de montarse en él. Al pasar por la calle
principal, un grupo de niños se rió de ellos, gritando:
-¡Mirad, qué par de tontos!
Tienen un burro y, en lugar
de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría
subirse al burro.
Entonces el anciano se
subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al transitar
entre las casas, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al
viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Entonces dijeron a viva voz:
-¡Parece mentira! ¡Qué
desfachatez, el viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando!
Al salir del pueblo, el
anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta
llegar a otra aldea. Cuando la gente los vio, exclamaron escandalizados:
-¡Esto es verdaderamente
intolerable! ¿Habéis visto algo semejante? ¡El muchacho montado en el burro y
el pobre anciano caminando a su lado! ¡Qué vergüenza!
Puestas así las cosas, el
viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo
de ambos sobre su lomo. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y éstos comenzaron
a vociferar:
-¡Sinvergüenzas! ¿Es que no
tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!
Estando ya el burro
exhausto y, como aún faltaba mucho para llegar al destino, el anciano y el niño
optaron entonces por cargar al flaco burro sobre sus hombros. De este modo
llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las
carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:
- ¡Nunca hemos visto gente
tan boba! ¡Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a
cuestas! ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!
La gente jamás había visto
algo tan ridículo y empezó a seguirlos.
Al llegar a un puente, el
ruido de la multitud asustó al animal que empezó a forcejear hasta librarse de
las ataduras. Tanto hizo que rodó por el puente y cayó en el río. Cuando se
repuso, nadó hasta la orilla y fue a buscar refugio en los montes cercanos.
El anciano, triste, se dio
cuenta de que, en su afán por quedar bien con todos, había actuado sin cabeza
y, lo que es peor, había perdido a su querido burro. Así que decidió hablar con
el niño y le dijo:
- Mira, así como el burro,
estarás perdido si escuchas demasiado la opinión de los demás...Son muchos, y
cada uno tiene su pensamiento, por lo que dirán siempre cosas diferentes. Si
escuchas a los otros en lugar de a ti mismo, siempre irás de un lado a otro sin
rumbo propio.].
Luego,
quienes quieran librarse de este comportamiento inútil deberán recordar este
cuento y aplicar a su vida, al levantarse, la enseñanza del cuento y la de este refrán: [Ande yo caliente y ríase la gente.].
También
podemos aplicarnos la filosofía de los años, muy bien explicada por el
inolvidable vecino Santiago Calles “Santiagorro” cuando estaba ensayando
con la banda y le preguntó un camarero:
-
Santiago… ¿También va a tocar la banda
este año “La Dolores”?
Él
no se inmutó y le respondió así:
-
Tú preocúpate de que las cervezas estén
fresquitas y buenas.
Si
la sociedad siguiera el consejo de Santiago
sólo nos preocuparíamos de nuestros problemas, dejaríamos al vecindario en paz
y entonces no habría personas obsesionadas
con el “qué dirán de mí los demás”.
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