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lunes, 2 de marzo de 2020

SOLDADOS VILLARGORDEÑOS


Colaboración de Paco Pérez
DE SANITARIOS EN SEVILLA
En el pasado, España no tenía los problemas que ahora tiene con la natalidad pues cada año nacía un montón de nuevas criaturas y con el paso de los años, a los varones, les llegaba una notificación de las autoridades militares comunicándoles que tenían que incorporarse al ejército para prestar el “Servicio Militar”, entonces era obligatorio, y todos los nacidos en el mismo año, unos antes y otros después, pertenecían a la misma “Quinta”. En aquellos tiempos era frecuente tener que contestar a esta pregunta:
- ¿De qué “Quinta” eres?

Así era cómo averiguaban los años de los mozos cuando alguien introducía en la conversación la edad de una persona y otras veces lo asociaban de inmediato con algún conocido o familiar con el que fue a la mili y entonces sentenciaban:
- Éste es de la misma “Quinta” que mi primo Perico.
Un año antes de incorporarse a filas eran convocados al “Salón de Actos” del  Ayuntamiento para cumplir con el acto protocolario de la “Medición”, en él se realizaban unos controles sanitarios para comprobar si el futuro soldado “estaba sano” y “si daba la talla o no”, este último era realizado por los municipales, y el reconocimiento médico lo realizaba el titular de la plaza en aquellas fechas, en este caso fue don Tomás Dompez Sesé.
Un año después se realizaba el “sorteo” y entonces se distribuían los soldados de la “Quinta” en los distintos regimientos de España. Así fue como Antonio López CañasCarabo”, Juan López MartosJuan de Rosa Antonia” y otros cuantos paisanos, como integrantes de la “Quinta de 1931”, tuvieron que marcharse en abril de 1953 a Sevilla para servir a la Patria.
Incorporados a sus diferentes agrupaciones recibían la documentación que los acreditaba como soldados.

En Sevilla vivía Fernando del Moral Molinos un villargordeño que, siendo joven, se marchó con sus padres y hermanos a vivir a esa ciudad.
Éste era primo hermano de Antonio López MolinosCarabo”, el padre de Antonio, y como solía venir de vacaciones a Villargordo pues paraba en la casa de sus parientes y por esa razón le propuso Antonio a Juan marcharse a Sevilla unos días antes de su incorporación oficial a filas.
Se alojaron en casa de Fernando, éste tenía en aquellas fechas la graduación de capitán, y él actuó con ellos de cicerone por la ciudad para que aprendieran a moverse por ella cuando salieran de paseo los días de fiesta.
Los dos soldados sabían el día que vendrían los otros paisanos en el tren y tomando café, a Juan se le ocurrió la idea de gastarles una broma, Fernando aplaudió la ocurrencia y Antonio no lo consideró oportuno pero, como quedó en minoría, terminó aceptando.
La llegada del tren estaba anunciada para la tarde y los bromistas se fueron antes a la estación para esperarlos y, cuando los altavoces anunciaron la llegada del tren, ellos se escondieron para que no los descubrieran.
Al bajarse caminaban por el andén en grupo, iban cargados con sus maletas y Fernando, vestido de militar para que la broma fuera más creíble y con la ventaja de que no lo conocían, se situó estratégicamente para hacerse el encontradizo con ellos y en ese momento dar comienzo a la broma. Al encontrarse con los asustados villargordeños les preguntó:
- Muchachos tengo que hacerles una pregunta… ¿Ustedes son los reclutas que vienen de Villargordo?
La pregunta los dejó sorprendidos y preocupados, dejaron los maletones en el suelo, después de escuchar el nombre de su pueblo se tranquilizaron, vieron el cielo abierto y le respondieron al unísono:
- ¡Sííí, clarooo!
Uno se hizo el valiente y, superada la sorpresa inicial, se atrevió a preguntarle:
- ¿Y usted cómo nos ha reconocido?
- Porque ya tenían que haberse presentado en el acuartelamiento y, como no la han hecho, pues me han encargado que me diera una vuelta por aquí para localizarlos y llevarlos arrestados.
Otro, cuando les habló de llevarlos arrestados, se defendió diciéndole:
- Señor, a nosotros nos mandaron un papel y en él decía que nos teníamos que presentar hoy… ¿Qué culpa tenemos nosotros si se han equivocado ellos?
– Lo siento, cuando lleguemos al acuartelamiento van a ir al calabozo, así que andando –le contestó Fernando.
Cogieron las maletas y caminaron detrás de él, cuando pasaron por donde estaban escondidos los dos reclutas, éstos salieron a su encuentro muertos de risa, Fernando les dijo que todo había sido una broma y les pidió disculpas.
Los soldados de esta  “Quinta” tuvieron mucha suerte pues a los siete meses de estar en Sevilla, en noviembre, les dieron tres meses de permiso seguidos, esta bondad militar nunca se había dado.
Cuando regresaban de disfrutar el permiso, como no había entonces otros medios, pues en mulos se desplazaron de madrugada hasta Las Infantas para coger el tren para viajar a Sevilla, los acompañaban el padre de Antonio y Pascual, el hermano de Juan.

Cuando iban por la Cruz de Clarico uno de los mulos se espantó y los metió en un lío tremendo pues les tiró las maletas y ese suceso inesperado les podía impedir el llegar a tiempo a la estación para tomar el tren. Todos comenzaron a correr detrás del mulo para solucionar rápido el problema y Pascual, con sus cachazas, se lo tomó a chunga y, con las ocurrencias que tuvo, se rieron y tranquilizaron. Con el paso de los años, en más de una ocasión, la escena fue recordada y, una vez más, se repitieron las carcajadas.
Los soldados hicieron el periodo de instrucción en el Cuartel de Eritrea, próximo al Parque de María Luisa, y una vez acabada esa fase se separaron y estuvieron en acuartelamientos diferentes, Antonio fue destinado al servicio de Urgencias de la Clínica Militar Oftalmológica Macarena y Juan en el Hospital Militar de Pineda, ambos como sanitarios y los demás fueron destinados a otros cuerpos.

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