Colaboración de Paco Pérez
DE SANITARIOS EN SEVILLA
En
el pasado, España no tenía los
problemas que ahora tiene con la natalidad pues cada año nacía un montón de
nuevas criaturas y con el paso de los años, a los varones, les llegaba una
notificación de las autoridades militares comunicándoles que tenían que
incorporarse al ejército para prestar el “Servicio
Militar”, entonces era obligatorio, y todos los nacidos en el mismo año,
unos antes y otros después, pertenecían a la misma “Quinta”. En aquellos tiempos era frecuente tener que contestar a
esta pregunta:
-
¿De qué “Quinta” eres?
Así
era cómo averiguaban los años de los mozos cuando alguien introducía en la
conversación la edad de una persona y otras veces lo asociaban de inmediato con
algún conocido o familiar con el que fue a la mili y entonces sentenciaban:
-
Éste es de la misma “Quinta” que mi
primo Perico.
Un
año antes de incorporarse a filas eran convocados al “Salón de Actos” del Ayuntamiento para cumplir con el acto
protocolario de la “Medición”, en él
se realizaban unos controles sanitarios
para comprobar si el futuro soldado “estaba
sano” y “si daba la talla o no”, este
último era realizado por los municipales,
y el reconocimiento médico lo realizaba el titular de la plaza en aquellas
fechas, en este caso fue don Tomás
Dompez Sesé.
Un
año después se realizaba el “sorteo”
y entonces se distribuían los soldados de la “Quinta” en los distintos regimientos de España. Así fue como Antonio
López Cañas “Carabo”, Juan López Martos “Juan de Rosa Antonia” y otros cuantos paisanos, como integrantes de
la “Quinta de 1931”, tuvieron que
marcharse en abril de 1953 a Sevilla
para servir a la Patria.
Incorporados
a sus diferentes agrupaciones recibían la documentación que los acreditaba como
soldados.
En
Sevilla vivía Fernando del Moral Molinos un villargordeño que, siendo joven, se
marchó con sus padres y hermanos a vivir a esa
ciudad.
Éste
era primo hermano de Antonio López
Molinos “Carabo”, el padre de Antonio, y como solía venir de
vacaciones a Villargordo pues paraba
en la casa de sus parientes y por esa razón le propuso Antonio a Juan marcharse
a Sevilla unos días antes de su
incorporación oficial a filas.
Se
alojaron en casa de Fernando, éste
tenía en aquellas fechas la graduación de capitán,
y él actuó con ellos de cicerone por la ciudad para que aprendieran a moverse
por ella cuando salieran de paseo los días de fiesta.
Los
dos soldados sabían el día que vendrían los otros paisanos en el tren y tomando
café, a Juan se le ocurrió la idea
de gastarles una broma, Fernando aplaudió
la ocurrencia y Antonio no lo
consideró oportuno pero, como quedó en minoría, terminó aceptando.
La
llegada del tren estaba anunciada para la tarde y los bromistas se fueron antes
a la estación para esperarlos y, cuando los altavoces anunciaron la llegada del
tren, ellos se escondieron para que no los descubrieran.
Al
bajarse caminaban por el andén en grupo, iban cargados con sus maletas y Fernando, vestido de militar para que
la broma fuera más creíble y con la ventaja de que no lo conocían, se situó
estratégicamente para hacerse el encontradizo con ellos y en ese momento dar
comienzo a la broma. Al encontrarse con los asustados villargordeños les
preguntó:
-
Muchachos tengo que hacerles una pregunta… ¿Ustedes son los reclutas que vienen
de Villargordo?
La
pregunta los dejó sorprendidos y preocupados, dejaron los maletones en el
suelo, después de escuchar el nombre de su pueblo se tranquilizaron, vieron el
cielo abierto y le respondieron al unísono:
-
¡Sííí, clarooo!
Uno
se hizo el valiente y, superada la sorpresa inicial, se atrevió a preguntarle:
-
¿Y usted cómo nos ha reconocido?
-
Porque ya tenían que haberse presentado en el acuartelamiento y, como no la han
hecho, pues me han encargado que me diera una vuelta por aquí para localizarlos
y llevarlos arrestados.
Otro,
cuando les habló de llevarlos arrestados, se defendió diciéndole:
-
Señor, a nosotros nos mandaron un papel y en él decía que nos teníamos que
presentar hoy… ¿Qué culpa tenemos nosotros si se han equivocado ellos?
–
Lo siento, cuando lleguemos al acuartelamiento van a ir al calabozo, así que
andando –le contestó Fernando.
Cogieron
las maletas y caminaron detrás de él, cuando pasaron por donde estaban
escondidos los dos reclutas, éstos salieron a su encuentro muertos de risa, Fernando les dijo que todo había sido
una broma y les pidió disculpas.
Los
soldados de esta “Quinta” tuvieron mucha suerte pues a los siete meses de estar en Sevilla, en noviembre, les dieron tres
meses de permiso seguidos, esta bondad militar nunca se había dado.
Cuando
regresaban de disfrutar el permiso, como no había entonces otros medios, pues
en mulos se desplazaron de madrugada hasta Las
Infantas para coger el tren para viajar a Sevilla, los acompañaban el padre de Antonio y Pascual, el
hermano de Juan.
Cuando
iban por la Cruz de Clarico uno de
los mulos se espantó y los metió en un lío tremendo pues les tiró las maletas y
ese suceso inesperado les podía impedir el llegar a tiempo a la estación para
tomar el tren. Todos comenzaron a correr detrás del mulo para solucionar rápido
el problema y Pascual, con sus
cachazas, se lo tomó a chunga y, con las ocurrencias que tuvo, se rieron y
tranquilizaron. Con el paso de los años, en más de una ocasión, la escena fue
recordada y, una vez más, se repitieron las carcajadas.
Los
soldados hicieron el periodo de instrucción en el Cuartel de Eritrea, próximo al Parque
de María Luisa, y una vez acabada esa fase se separaron y estuvieron en
acuartelamientos diferentes, Antonio
fue destinado al servicio de Urgencias
de la Clínica Militar Oftalmológica Macarena y Juan en el Hospital Militar
de Pineda, ambos como sanitarios y los demás fueron destinados a otros
cuerpos.
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