Colaboración de
Paco Pérez
LA EUCARISTÍA… NUESTRA PARTICIPACIÓN
EN ELLA
Los
primeros cristianos se reunían para celebrar la Resurrección del Señor
y por esa razón cada domingo debemos hacerlo para que nuestra FE
continúe firme y nos mantenga la esperanza de lograr una sociedad mejor,
renovada y en crecimiento permanente.
La
reunión dominical debemos comenzarla con un acto sincero en el que después de reconocer que somos injustos y pecadores pidamos perdón
al Señor por nuestras acciones incorrectas.
A
continuación escucharemos con atención la “Palabra
de Dios” en las lecturas y en
ellas se nos presentarán los consejos que pueden ayudarnos a modificar nuestros
malos hábitos y finalmente, en el evangelio,
encontraremos lo que Jesús les decía
y las prácticas que hacía para ayudar a quienes se acercaban a Él. Si a esta parte no le prestamos la
atención adecuada nuestra presencia allí se puede convertir en un acto más pero
no estaremos asistiendo a la Eucaristía
para recordar que Cristo fue una
persona que nos regaló un mensaje, también
su Espíritu y, cómo no, los fundamentos para seguirlo. Si nos
olvidamos de estas realidades nuestra asistencia quedará reducida a participar sin
darle sentido al acto y, consecuentemente, no recibiremos la fuerza que
necesitamos para transformar nuestro actuar diario.
Después
se nos presentarán, en oración, los
problemas que afectan a la sociedad para que tomemos conciencia de ellos: Las injusticias, marginaciones, miserias,
abusos, conflictos… Acciones que llevan a las personas a comportarse de
manera insolidaria e inhumana causando a otras, un gran sufrimiento.
En
el pasado, los fieles presentaban al Señor
ofrendas diversas y éstas se
utilizaban para ser compartidas o ayudar a los más pobres y necesitados.
Con el paso de los años el formato original cambió y ahora se ofrece en el
ritual “pan y vino”.
La
“plegaria eucarística” es un acto de
acción de gracias y de alabanza al Padre, en el que debemos reconocer la grandeza de su obra creadora
y en la que recordaremos que Jesús hizo
un acto único de generosidad pero ellos le arrebataron su vida porque denunció la injusticia con que actuaban
contra los más necesitados y porque hacía el bien a todos para que la
sociedad entendiera que los bienes que nos regaló el Padre no fueron para que se acumularan inútilmente en unos pocos sino
para que todos pudiéramos comer a diario. Nosotros, conocedores de esta
realidad, debemos participar en ella planteándonos seriamente qué compromiso
real tenemos adquirido con el prójimo para que todos mejoren y que nadie pase
necesidades.
La COMUNIÓN no tendrá sentido si no participamos
comprendiendo que es un acto de amor y de justicia que comienza con la oración del “Padre nuestro” donde la comunidad pide a Dios, como Padre de todos
y desde una actitud de fraternidad y reconciliación, la venida del Reino y la realización de su voluntad entre los
hombres. Así es como nos debemos acercar a la mesa del Señor.
El
“gesto de la paz” hace más visible
esa actitud cuando nos intercambiamos la “Paz
del Señor”, la que sólo es
posible si practicamos la justicia,
la solidaridad y el amor. Si nos damos la mano es porque estamos dispuestos a echar una mano a quienes
nos puedan necesitar.
El
momento cumbre de la Eucaristía está
en la bendición del vino y el pan, para que se transformen en los elementos esenciales de la vida que fueron
arrebatados a Jesús por defender la verdad, la justicia y ayudar a los desfavorecidos del sistema.
Levantarnos para compartir el mismo pan y el mismo cáliz, comulgando todos con el mismo Señor, será una acción sin sentido si
no es la respuesta a nuestra voluntad de construir
una “humanidad nueva” donde se viva con justicia y en paz. Para ello deberemos hacerlo si tenemos establecido un
plan en el que se contemple nuestro deseo de cambiar, si esa acción es sincera sí nos uniremos a Cristo y al prójimo.
El
silencio y la oración, después de la comunión, servirán para que el misterio de
la celebración nos atrape y empuje a seguir con más fidelidad a Jesús.
Moisés nos recuerda
que el Señor les hizo vagar por el
desierto para probarles su fe, es
decir, comprobar si cumplían con los preceptos
que les había establecido y si superaban las pruebas que les puso.
Debemos
recordar siempre que la situación de bienestar que hemos alcanzado nunca es
definitiva y que puede mejorarse o perderse, la historia del pueblo de Israel nos confirma que sus
infidelidades hicieron que sufrieran invasiones y deportaciones.
¿Por qué se repiten estas realidades en
todas las culturas?
Porque
cuando estamos en una situación de opulencia nos olvidarnos de Dios, no miramos hacia arriba porque creemos
que no necesitamos de Él, tampoco
miramos a quienes viven en nuestro entorno muy necesitados, los pisamos y no los
atendemos… ¡Y ese es el grave error que
nos hace bajar de la nube del bienestar!
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