Capítulo III
AQUELLA PUERTA ADMIRADA…
Fuente: Evocando Jaén
Autores: “Cerezo” y “Vica”
La
hermosa y tostada campiña se extiende como si Jaén ciudad tendiera una inmensa
palma de su mano hacia el norte. El Llano
de las Infantas, testigo de grandes y faustos aconteceres familiares en el
regazo del Juleca, deja la mirada franca. Algún melocotonero rompe la monotonía
del color de la tierra parda, dejando colgar su fruto como salcillos de oro que
ponen gesto coqueto a la llanura.
A
una legua, Villargordo se yergue con
mesura sobre las alfombras de sus olivares. Alguna vez entré en mi juventud por
su ancha calle. Un tren desvencijado, con avanzar cansino, nos había llevado
hasta la pequeña estación, que casi parecía de maqueta, y desde allí caminamos
a pie hasta el pueblo. Luego vendría el partido de fútbol contra los
villargordeños, en un terreno duro y pendiente, que tenía en su mismo centro un
poste de la luz que, a veces, junto a Botana,
era el mejor de los locales, ya que a menudo frenaba en seco nuestros
avances.
Después,
casi siempre derrotados, paseábamos por una amplia plaza desde donde el cielo
se mostraba en su inmensidad. Los tejados casi se alcanzaban con sólo extender
la mano. Sólo la torre de la Parroquia
de Nuestra Señora de la Asunción se elevaba sobre los aleros para llevar su
voz de bronce desde la espadaña sobre el pueblo y los campos. La parroquia es
un tesoro artístico. Y podría serlo más si hubiese existido mayor celo en
conservar alguno de sus valiosos elementos, perdidos entre las brumas del
tiempo.
Tiene
la iglesia una puerta lateral del siglo XVI, renacentista,
de gran belleza. La piedra está dañada por el abandono secular. Y allí había
una hermosa puerta de madera, que lucía un magnífico herraje, finamente labrado
y adornada con una clavazón tan bonita que el propio escultor, Mariano Benlliure, se quedó admirado de
aquellos clavos que, el mismo confesó, se hubiera llevado a su estudio
madrileño.
El
menor de los Benlliure, ilustre familia de artistas españoles, había visitado
Villargordo acompañado de su buen amigo el Marqués
de Mondéjar. Poco pensaba el genial autor del monumento a Alfonso XII, en
el Retiro de Madrid, que aquella puerta y su filigrana forjada se iba a perder
un día sin que nadie denunciara su ausencia. La puerta ya no existe y el vano
ha sido cerrado con una decoración de dudoso gusto.
Aún
dan testimonio de su valor artístico el coro, con un maravilloso artesonado del
más puro estilo renacentista. Realmente es uno de los más bellos de nuestra
provincia. También es importante el trascoro del mismo estilo. Villargordo guarda en sus entrañas
vestigios de su propia antigüedad, y en su subsuelo se han encontrado valiosos
restos arqueológicos que han enriquecido el Museo Provincial.
Villargordo es aún un
ejemplo señero de la idiosincracia de nuestros pueblos andaluces donde el aire
está claro y no pesa. Si uno pasea por sus calles a la hora de la siesta, es
posible que aún perciba ecos metálicos de los golpes del martillo en el yunque
y el olor del carbón piedra quemado en la fragua del taller de aquel laborioso
herrero, José Cerezo Rodríguez, que
un día llegara desde su Marmolejo
natal para enraizar en aquella tierra de rejas y manceras, de llantas de carro
y azadones; de rejas y barandas de caprichos afiligranados.
Allí casó con Juana Moreno Mateos y tuvieron diez
hijos, y allí murió José en 1933,
sin pensar tan siquiera que uno de sus hijos, Francisco, iba a asombrar a jiennenses y foráneos con su pintura y
con sus dibujos. Francisco Cerezo Moreno fue la mejor obra de aquel humilde maestro
de la forja, que fuera el autor del herraje de ventanas, puertas y balcones de
la desaparecida Delegación de Industria, en el edificio que fuera propiedad de
don Ángel Méndez. Esta filigrana en
hierro y la de la escalera, orgullo de Jaén, fue uno de los mejores trabajos de
José Moreno.
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