Colaboración de Manuel Sánchez García
En el mayor de los casos, nuestros ansiosos enmedallados gobernantes, hacen uso de la defensa de muchos pilares del sistema y que siempre están ligados, en mayor o en menor medida, al bienestar de la sociedad y de sus diferentes pueblos. Un uso que más que defensivo es, claramente, la más pura y camuflada demagogia sobre todo aquello que nos toca muy profundamente: la familia, la economía, el trabajo en todas sus vertientes, la sanidad, la historia de nuestras urbes, la cultura de las mismas, etc.
La cultura ha sido, es y será esencia imborrable de muchos pueblos en los cuales filósofos, escritores, ensayistas, músicos, bailaores, pintores, etc, han plasmado en su obra la tradición más profunda, real y los mejores valores que reúne una nación y su gente.
La
cultura musical es tan antigua como la lira de Apolo, el aulós de Dionisio,
Zeus, Memoria y todas las Ninfas de la Fuente de aquella natural y entrañable
Grecia. Desde aquella era la música cobraba un papel esencial en la vida de los
griegos por su conexión con la naturaleza, con la educación y con el papel de
los dioses, pero nunca más se valoró con tanta importancia y autenticidad; en
ninguna de las épocas posteriores se logró alcanzar esa naturalidad, aunque es
cierto que se trabajó para restaurarla y su cercanía es veraz.
Aquella
importancia musical que convivía en toda la época clásica está muy lejos de la
cultura de nuestros gobernantes, y no porque no tengan acceso a todo tipo de
información, sino porque su grado de incultura e ignorancia los hacen pensar
que el desarrollo de una sociedad debe de estar fundamentado en otros aspectos
que, para ellos, están lejos del arte, sin tan siquiera imaginar y comprender
que es el arte el modo de vida más próspero, natural y arraigado de los
ciudadanos. Y no son palabras vacías las que expongo hoy aquí, pues es la más
viva realidad. Una sociedad donde la cultura está tan marginada como la de
todos nuestros pueblos de España (salvando algún que otro rincón), sólo tiene
un camino: el del fracaso. Y es que la cultura siempre ha estado inherente al
ser; siempre han ido a la par; siempre ha facilitado la vida del ciudadano;
siempre ha sido la mejor faceta para que los problemas se olvidaran por un
momento; siempre…
A
tal grado de pasotismo se ha llegado entre los gobernantes, el pueblo y los
gobernantes, de nuevo, que muy complicado sería el retorno de todo. Es como si
hablásemos del gran problema medioambiental. ¡Claro que se puede solucionar!
Aunque, es cierto, que muchos de los daños causados son irreparables. Lo mismo
pasa con la cultura y el pensamiento de la gente, que de tanto innovar sobre
tales modernidades y locuras sin dirección, han propiciado el más escabroso
sentir de un pueblo y de sus tradiciones: de su música, su danzar, su cantar,
su recitar… Apostaremos por la cultura -dicen unos- mientras que, en los boletines,
folletos y demás publicidad, no nos dejan ni rastro de actividades culturales.
Primeramente, se debe de tener ímpetu y fuerza de voluntad, conversar sin
descanso con tantas asociaciones cuantas haya, promover proyectos ambiciosos y
de renombre, valorar y mimar el trabajo y esfuerzo de todos aquellos que
conforman una banda, un coro, un grupo de teatro, etc, buscarles nuevos caminos
a estas asociaciones, trabajar sin descanso con las mismas, aunar a todas las
formaciones y crear un espectáculo completo donde cada una desempeñe su función
artística, que la administración local y todos sus trabajadores desde técnicos
de sonido hasta el mismo alcalde faciliten todo (acceso a los inmuebles donde
se desarrollará el evento, sillas para el público, programas de mano,
carteleras, proyectos extraordinarios a nivel provincial, autonómico y
nacional, etc). Parece sorprendente decirlo, pero cuando uno ha visto tanta
dejadez por parte de quien nos gobierna, muchas veces se pierde hasta el
aliento, pero siempre la música, en mi caso, ha hecho un no parar en mi
persona.
Involucrarse
por la cultura no es llamar un día antes al director de una banda, coro u otra
formación para que haga un concierto o pasacalles. Tampoco anunciar por la
prensa a modo de bombo y platillo que un municipio llevará unas enriquecedoras
actividades, mientras que todo, absolutamente todo, es palabrería barata. Menos
aún, contentarnos con dos o tres actividades que apenas transcienden en el
desarrollo de la cuestión. Porque es muy grave poder y no querer, y los “es
ques” se dejan para los más párvulos. Invito a los mandamases que hagan una
reflexión sobre la cultura de su pueblo. También, le invito a que se formulen
las siguientes preguntas que yo muchas veces me hago: ¿qué función tiene la
cultura? ¿Qué aporta a su gente? ¿Cuánto tiempo convive a lo largo de la vida
de uno mismo? ¿Se puede pasar desapercibido? ¿Soy consciente de que en otros
países predomina la cultura por encima de otras facetas? ¿Por qué en España y
sus pueblos no? ¿Se debe de invertir más en este aspecto? ¿Tiene conocimiento
el gobernante de cuánto, cómo y de qué manera se invierte, contrata y se lleva
a cabo un proyecto? ¿Saben ellos del esfuerzo y atención que requiere? ¿Quiere
el legislador que predomine la cultura o, muy contrariamente, la incultura?
Para
finalizar, dejaré patente este terceto titulado Las artes de Francisco Asenjo
Barbieri, donde se expone con destreza la situación de su tiempo respecto a las
artes, teniendo mucho que ver con el siglo que nos ha tocado vivir:
¡Cuan triste es el nacer, cuan tormentoso
alcanzar unos
tiempos semejantes
a este siglo
tremendo y borrascoso!
¿Por qué no vi la luz cien años antes,
cuando España
era emporio de nobleza,
con más gloria y
saber, menos tunantes,
Menos adulación,
menos bajeza,
y sin
charlatanes que hoy en día
nos aturden, nos
rompen la cabeza?
A concebir no
alcanzo en mi porfía
cual es de
nuestro siglo el adelanto
pues no le
encuentro yo en sabiduría;
Y parece más
bien, que el negro manto
de la ciega
ignorancia, ruina augura
dejándonos en
mísero quebranto.
¿Serán los
adelantos en la pintura?
¿Dónde están un
Velázquez y un Ribera?
¿Mas tal vez se
verán de arquitectura?
¿Hallamos por
ventura algún Herrera
que en las
reglas del arte avance un paso
un Vignola tal
vez, un Churriguera?
¿En la
literatura, es por acaso?
¿Quién puede
aventajar, ni aproximarse
a Cervantes,
Moreto y Garcilaso?
¿La escultura?
No debe ni mentarse
y me avergüenzo
sólo contemplando
que murió y
tardará en resucitarse.
¿Y la música?
(Estoy reflexionando
qué me dirán
algunos) “¿No adelanta?”
“¿Y el gusto,
más y más no va aumentando?”
¡El gusto!... Lo
concedo, y que se canta
más bien que por
el gusto, por la moda,
sin principios,
estilo ni garganta.
Que cual sabe
muy bien la España toda,
hay en Madrid
las óperas a pares
donde italiana
turba se acomoda:
No me opongo por
esto que a millares
se lleven
nuestras onzas como soles
si por fin, lo
merecen sus cantares;
Pero sigo
también, que hay españoles
sin protección,
que tienen muy sabido
el arte
encantador de sus bemoles […].
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