Colaboración de Paco Pérez
LOS LADRONES DE ACEITE
Capítulo II
Los hechos de este relato ocurrieron un poco tiempo después de las ascuas
en las katiuskas de Jacinto pero se repitieron los personajes, bromistas y
víctima, y el escenario.
Aún
no se había acabado la molienda, los mismos personajes seguían trabajando juntos
en el mismo turno de la fábrica y un día Juan
y Francisco decidieron elegir de
nuevo a Jacinto como víctima adecuada
para montarle otra broma de las suyas… ¿Por
qué a él y no a otros?
Porque
en aquellas fechas se había comentado la noticia de que en algunos pueblos y
fincas de la provincia que tenían “molinos
aceiteros” algunos ladrones los habían
visitado de noche para robarles aceite y Jacinto,
al escucharla, se había mostrado muy preocupado por el peligro que podían
correr quienes trabajaban en ellos cuando, sin estar preparados para defenderse,
se presentaran armados a robar.
Con
ese comentario que les hizo y por algunas manifestaciones posteriores, ellos sospecharon
acertadamente que se sentía intranquilo y de ahí les vino la inspiración para
gastarle otra broma.
Para
que todo resultara creíble acordaron hablar durante un tiempo en el trabajo de
que los ladrones seguían haciendo sus travesuras en algunos pueblos y que seguían
entrado por la madrugada en los molinos con escopetas para robar el aceite.
Los
otros trabajadores ponían cara de asombro y les hacían preguntas para conocer
los detalles. Una noche le preguntó un capachero al “Minico”:
-
Juan… ¿Tú crees que pueden venir aquí también?
Juan se vio sorprendido y no sabiendo
qué responderle le dijo:
-
Pues claro que sí pero el que sabe muchas cosas de esos robos es “El Cuco” pues lee mucho los periódicos.
Entonces
tomó la palabra Francisco y dijo:
-
Ayer leí en el periódico JAÉN que en
Mengíbar habían entrado a las dos de
la madrugada cuatro ladrones con escopetas y pistolas, que habían encerrado a
los molineros en una habitación y que se habían llevado en varias mulas algunas
cántaras de aceite.
Este
tema los ocupó varias noches y un día apareció “El Minico” en el trabajo con su escopeta desarmada y metida en un
saco, cuando lo vieron llegar así los compañeros le preguntaron:
-
¿Qué traes ahí?
–
Pues la escopeta, así me podré defender sí vienen una noche por aquí –les
respondió con decisión.
A
Jacinto le faltó tiempo para
aplaudir la decisión de Juan y les
dijo:
-
¡Yo creo que nosotros también teníamos
que hacer lo mismo que Juan!
Antonio, otro molinero,
tomó la palabra con decisión:
-
Yo no tengo escopeta y, además, si vienen pues que se lleven lo que quieran yo
no me juego la vida por unas cántaras de aceite que, además, no son mías.
Francisco intervino para
decir que no estaba de acuerdo con lo que había dicho:
-
No estoy de acuerdo y Jacinto lleva
razón porque no se conforman con llevarse el aceite sino que también atacan a
los trabajadores. Mañana noche me traigo yo también la mía y aquí los esperamos
Jun y yo.
La
intervención de Francisco hizo que
otros compañeros, incluido Jacinto,
decidieran traerse también sus escopetas. Desde la noche siguiente el vestuario
parecía la armería de un cuartel.
El
miedo estaba sembrado y los dos bromistas siempre estaban pendientes de Jacinto pues esperaban el momento
oportuno para gastarle la broma, que saliera fuera de la fábrica y entonces
ellos pasarían a la acción.
Una
noche Jacinto le dijo al maestro de
prensa:
-
Miguel, tengo que salir fuera.
-
¿Qué te pasa? – le preguntó.
–
Que me estoy cagando -le respondió Jacinto.
–
El maestro le dijo cabreado:
-
Para ese trabajo no se pide permiso… ¡Se corre!
Cuando
Jacinto salió al galope, Francisco fue tras él y le echó la llave
a la puerta por la que acababa de marcharse. Juan se encaminó al vestuario por la escopeta, abrió la puerta que
había en la parte trasera del molino, asomó los cañones, pegó un par de tiros
al aire y la cerró de nuevo.
Jacinto, cuando sintió
los dos tiros, dio por concluida la faena y, sin limpiarse el culo, se subió
los calzones del mono y salió corriendo hacia el molino y, cuando estaba cerca
de la puerta, comenzó a gritar para avisar a los compañeros:
-
¡Ay, madre mía, ya están aquí los de las
mulas y las cántaras! ¡Que vienen a por
el aceite!
Al
empujarle a la puerta se encontró con la sorpresa de que estaba atrancada, no
podía entrar y siguió gritando mientras la porraceaba:
-
¡Compañeros, abrid la puerta y coger las
escopetas!
Nadie
le abrió la puerta, Juan cargó la
escopeta y disparó de nuevo al aire.
Cuando
Jacinto sintió de nuevo los disparos
y comprobó que la puerta seguía cerrada, sus ansias de entrar aumentaron y le
hicieron darle a la puerta un empujón tan grande que se rompió la cerradura y se
abrió de par en par. Cuando quedaron abiertas vio a los otros muertos de risa y
les dijo:
-
¡Me cago en vuestras muelas, cabrones!
Cuando
acababan la jornada laboral se juntaban en el bar para distraerse y en las
conversaciones contaban una y otra vez las bromas que se habían gastado, aunque
hubieran pasado algunos años, pues mientras las recordaban de nuevo se repetían
las risas, sobre todo si ya se habían tomado unos vinos de más porque entonces
era cuando más graciosos se ponían... ¡Hasta
se olvidaban del tiempo y de los problemas!
Como
en aquellas fechas no había TV y tampoco la radio pues el circo se lo tenían
que montar ellos porque sólo les sobraba… ¡El
buen humor y la risa!
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