Colaboración de Paco Pérez
LAS COSAS DE DOÑA PAQUITA “LA PELÁ”
Capítulo I
En
aquellos añorados tiempos, no muy lejanos, en los que las personas vivíamos en
unos niveles de felicidad razonables porque estábamos acostumbrados a funcionar
cada día acompañados de los problemas habituales que cada uno teníamos en la familia
y, además, haciéndolo sin quejas y lamentaciones. Por esa realidad, cuando por
la mañana llegaba la hora habitual, salíamos por la puerta para realizar el
ritual de cada día, en nuestro caso: Caminar, comprar, saludar a quienes nos
encontrábamos y visitar la cafetería para tomar un reparador café antes de
retornar al hogar.
Hablo
de esas vivencias con añoranza y no exentas de dolor porque hoy, 22 de febrero,
se nos ha recordado en los medios que hace un año, en España, aún hacíamos una vida normal mientras que en Italia, ese día, las autoridades confinaban
ONCE poblaciones por Covid-19 siendo la razón esgrimida para
realizar esa acción que DOS personas
habían muerto por COVID-19 mientras
que aquí seguíamos viviendo con nuestro modelo de vida habitual, como si el virus
no estuviera por aquí dando vueltas en esas fechas. La desinformación oficial
nos hizo no tener miedo a la hora de salir a la calle y a ser invadidos por el
dichoso virus, es decir, hacíamos
las cosas propias de quienes llevan una vida sin sobresaltos.
En
nuestro caso salíamos de casa temprano para caminar y reconozco que, a veces,
lo hacíamos sin desearlo pero no decíamos nada porque sabíamos que era una
obligación para ambos si queríamos mantener muy bien los niveles que con la
edad se le deterioran a quienes ya tenemos unos cuántos años de más. Una hora después
de salir, al acabar el recorrido programado, nos dirigíamos a la cafetería para
tomarnos la “dosis diaria” y leer la prensa, a veces, teníamos
allí encuentros no programados con conocidos o amigos.
Solíamos
coincidir mucho, cumpliendo con el ritual, con nuestros buenos amigos Ana María Mateos “La Pelá” y Ramón Albao
Carmona, pasábamos el tiempo intercambiando temas y al finalizarlos nos
marchábamos para casa. En alguna ocasión se nos unió la señora Paquita, hermana de Ana María y, como es costumbre en ella,
siempre se mostraba muy generosa utilizando al hablar algunos de sus “palabros” típicos y, la verdad, lo
pasábamos muy bien.
Una
mañana, estando charlando los cuatro, Ana
María recordó algunas de las ocurrencias de su hermana y, en ese ambiente
de recuerdos y risas, Ramón se
comprometió a escribir en casa lo que ambos fueran recordando. Lo cumplió y un
tiempo después me dio escritos unos folios con dichos recuerdos familiares. Hoy,
después de estar un tiempo guardados en una carpeta, los he mecanografiado para
que con su lectura revivamos los momentos felices de aquel pasado reciente, llevemos
mejor el dichoso confinamiento y, con las risas que nos proporcione su lectura,
carguemos las pilas de la felicidad hasta que recibamos la vacuna que nos
permita volver a nuestras añoradas costumbres.
EL TELEGRAMAColaboración de Ana María y Ramón
Íbamos
de regreso y, sin esperarlo, sentimos a nuestras espaldas unas voces
inconfundibles… ¡Era Paquita, la hermana
de Ana María!
- ¡Oyeeeeee! ¿A
dónde vais con tanta prisa?
Nosotros
llevábamos una marcha normal, nos sorprendimos con sus palabras y Ana María le contestó:
-
Vamos a comprar a la tienda de Capilla
“La Retrepá”.
Entonces
tomó de nuevo la palabra y nos soltó una salida de las suyas:
-
¡Mííííralos, a comprar a “La Retrepá”
y van más deprisa que un telegrama!
Entonces,
Ana María, le preguntó:
-
¿Y tú, adónde vas por este barrio tan lejos de tu casa?
–
Voy a la tienda de Ramona – le
contestó.
-
Muy urgente tiene que ser la compra para que vengas tan lejos y no esperes al “mercadillo” – afirmó sorprendida Ana María.
Esta
respuesta normal y lógica nos hizo descubrir, sin esperarlo, la verdadera razón
por la que iba a visitar a Ramona:
-
Voy a comprar calzoncillos y calcetines para el Nono y ya no voy a ir más al “mercadillo”.
-
¿Qué te ha pasado allí para que digas eso? – le preguntó preocupada su hermana.
–
Que los calcetines que venden allí no
sabes dónde están los dedos o el talón.
Como
es lógico con esta inesperada respuesta nos reímos mucho, ella también, y
cuando nos serenamos continuó con esta otra ocurrencia:
-
Hermana, tú sabes bien que aquí – se daba golpes con la palma de la mano en el
pecho mientras hablaba-… ¡Hay categoría!
Cuando
creíamos que ya había acabado nos sorprendió con otra salida genial:
- Además, tú sabes bien que
me has dicho muchas veces… ¡Eres más
delicada que la “Bicheja Vieja”!
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