Colaboración de José Martínez Ramírez
Humedecidos
los ojos,
en cada arruga los sueños
sueñan olvidados, rotos,
en su silla está muy quieto
se cree un pobre despojo;
la memoria en silencio
va y viene, y lo deja solo,
siente
frío y el pañuelo,
visita más bien pronto
la mejilla, y en sus dedos
la mujer que es un tesoro,
lleva de blanco sonriendo
en sus manos esos lodos.
A veces con sufrimiento
pide le pongan otro polo,
siente un frio de perros,
la ausencia de los pocos
hijos, y su amor sincero
van a matar a Manolo.
La asistenta que es un cielo
cubre al viejo con decoro.
Lo abriga en silencio
le sonríe, seca sus ojos.
Recuerda aquellos pechos
turgentes, sus labios rojos,
aquel pelazo y sus besos,
aquella guerra en Montoro.
La hortaliza de su huerto…
El recuerdo dura poco
y siente un frío inmenso
y nadie se explica cómo.
en cada arruga los sueños
sueñan olvidados, rotos,
en su silla está muy quieto
se cree un pobre despojo;
la memoria en silencio
va y viene, y lo deja solo,
visita más bien pronto
la mejilla, y en sus dedos
la mujer que es un tesoro,
lleva de blanco sonriendo
en sus manos esos lodos.
A veces con sufrimiento
pide le pongan otro polo,
siente un frio de perros,
la ausencia de los pocos
hijos, y su amor sincero
van a matar a Manolo.
La asistenta que es un cielo
cubre al viejo con decoro.
Lo abriga en silencio
le sonríe, seca sus ojos.
Recuerda aquellos pechos
turgentes, sus labios rojos,
aquel pelazo y sus besos,
aquella guerra en Montoro.
La hortaliza de su huerto…
El recuerdo dura poco
y siente un frío inmenso
y nadie se explica cómo.
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