Colaboración de Paco Pérez
Una
mañana programé una salida, no fue para relajar el espíritu tenso que nos está
ocasionando esta dichosa pandemia, lo hice para gestionar asuntos familiares. Abandoné
mi domicilio y me dirigí al enclave de mi destino… “El Paseo”.
Al
concluir la gestión me acerqué hasta los conocidos que allí charlaban sentados
por parejas en los bancos en animada tertulia, lo hice de grupo en grupo, participé
en sus conversaciones, disfruté con las ocurrencias que algunos manifestaban,
me reí mucho con ellas… Esta es la esencia de las gentes de nuestro pueblo, la
que nos empuja a ir hasta ese lugar para convivir sanamente con quienes se
encuentren allí sentados y la que nos pone tristes cuando estamos alejados de
nuestro terruño.
Cuando
me marchaba para casa me encontré a Juan José Castillo Mata “El
Espartero”, desde lejos me localizó y esperó que llegara hasta donde él
estaba.
Nos
saludamos y después me comunicó que quería contarme un hecho real que le había
sucedido hace unos días y que así él ya no tenía que escribirlo pues, al ser un
relato corto, yo recordaría bien los detalles y después le daría forma al texto.
Lo escuché atentamente y he aquí lo que le pasó:
Juan
José,
como muchas otras personas, tiene en casa un animal de compañía y por las
mañanas, como él sale a caminar, pues saca al perro a pasear para que
haga sus necesidades fuera y se relaje. Siempre que lleva al animal fuera lo
hace como mandan las normas, con correa y bozal.
Una
mañana, como él vive en “El Pecho la Ermita” salió con su mascota en dirección
a ella, continuaron por el camino asfaltado de “Carchenilla” y, un poco
más adelante, se desviaron por la derecha al llegar al camino terrero que
conocemos como “Carril de la Camarilla”, es peor para andar pero está
menos transitado que el otro.
Juan
José,
como no tenía con quién hablar, pues iba caminando absorto en sus pensamientos y
la correa del perro cogida por una de sus manos. Sin esperarlo, un tractor
pequeño que llevaba enganchada una cuba también pequeña de curar lo adelantó,
unos metros más adelante se paró, el conductor se bajó y esperó que llegara
hasta él Juan José, era Francisco Bergillos “El albañil”.
Se saludaron y Juan José le dijo:
-
Por lo que llevas detrás me imagino que vas a curar la hierba.
Francisco le confirmó sus
palabras y entonces le preguntó:
-
¿A dónde vas tú por aquí, se te ha perdido algo?
Juan
José
le respondió así a su pregunta:
-
No se me ha perdido nada, salgo a caminar y me traigo al perro para que retoce
algo, cague y mee.
Francisco se sorprendió
de la respuesta que recibió, se rio y le dijo:
-
¿De qué perro hablas?
–
¡Coooño! ¿Estás ciego, qué es esto que llevo detrás? -le
respondió Juan José mosqueado.
Francisco aumentó sus
carcajadas cuando escuchó la respuesta que recibió, Juan José se mostró más
sorprendido, miró hacia donde él creía que estaba el perro y entonces descubrió
que iba arrastrando la correa del perro por el suelo. Lo buscó con la mirada en
todas direcciones, lo llamó repetidas veces, se convenció de que no había
rastros del perro por ningún sitio y comprendió que el perro se había liberado
de la correa sin que él se diera cuenta.
Entonces
comprendió porqué se había parado Francisco y terminaron dando
carcajadas con las ocurrencias que ambos estaban soltando, se despidieron, él
continuó hacia su olivar pero Juan José se dio media vuelta e inició el
camino de regreso a casa pero ahora lo hacía con la correa del perro colgada
del cuello y muy preocupado.
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