Colaboración de Marquitos, Domingo Pizt y Paco Pérez
SE MARCHÓ IGUAL QUE VINO, SIN HACER RUIDO
José no era de Villargordo y, por razones laborales, fue trasladado a nuestro pueblo a finales de los setenta y vivió en la “Casa Cuartel” que la Guardia Civil tenía aquí. Cuando se jubiló ya se había integrado tanto con nuestras cosas y sus gentes que la familia decidió quedarse a vivir en nuestro pueblo.
El comportamiento que tuvo hacia el vecindario en el
desempeño de su profesión siempre fue muy correcto y eso le hizo ser apreciado
por todos, yo afirmaría que era demasiado bueno porque, a veces, intervenía
para que la fuerza de la Ley no cayera con dramatismo sobre el infractor.
Esta faceta suya es desconocida por mucha gente y si
la conozco no es por él, sino porque me la comentó un conocido en la cafetería
hace algunos años. Al principio se mostró muy contrariado con Pepe pero a medida
que me fue relatando los hechos y yo opiné de su versión, él recapacitó sobre
la intervención del difunto, ya se enfrió y terminó reconociendo que era un buen
hombre cuando habló con él para ablandarlo.
Mi interlocutor trabajaba en aquellas fechas en Jaén y, como todos
los días, se dirigía a la cochera porque se marchaba temprano. Una de esas mañanas
se encontró aparcado delante de ella un vehículo pero como no sabía de quién
era, después de esperar un rato prudencial por si había aparcado durante unos
minutos para poder comprar en las inmediaciones, se vio empujado a ir hasta el Ayuntamiento para que los
municipales localizaran al dueño del vehículo, éste viniera para liberar el
obstáculo y así él sacaría su vehículo. Después de una larga espera se
solucionó con la intervención de los municipales y éstos decidieron que debían multar
al infractor.
Aquella misma tarde José
Escalante visitó el domicilio de mi amigo y después de los
saludos le abordó el incidente ocurrido por la mañana con el coche mal aparcado,
le informó que la multa podía ser fuerte si él no retiraba la denuncia y le
pidió el favor de que visitara a los municipales para pedirles que la denuncia
no fuera cursada porque el muchacho no estaba muy sobrado de dinero. Él le
respondió que se había limitado a buscar ayuda para poder ir a trabajar, que ellos
habían sido correctos en el cumplimiento de su cometido y que ahora, por esa
razón, él creía que no procedía ir a pedirles que le retiraran la multa cuando
la decisión de ponerla había sido de ellos y no de él.
José, después de escucharlo, siguió insistiendo una y otra vez en la misma
dirección y al final consiguió que hiciera lo que le pedía. La insistencia de Pepe estuvo
acertada porque actuar así, a veces, enseña más que las multas o los palos.
También fue un hombre muy hogareño pero por las
mañanas no dejaba de visitar un rato “El
Paseo” para participar en las tertulias que los miembros
de la Peña “Cartón y banco” tenían allí y, aunque era amigo de todos, debo resaltar que con Marquitos y Domingo Pitz tenía unas relaciones más entrañables.
Unos días después de su fallecimiento me encontré
con Marcos y Domingo en el lugar
de la tertulia y los noté bastante afectados cuando los dos recordaban las
anécdotas que habían vivido en los bancos con él. Algunas de ellas estuvieron
relacionadas con la “muerte” pues cuando hablaban de su futuro, por la edad que ya tenían, él les
decía que estaban apuntados los tres para el viaje final pero que Marcos, por ser el
de más edad y estar soltero, era el que más tenía que ir pensando en ese futuro
incierto que estaba detrás de la esquina porque él no tenía familiares directos
que lo atendieran. Al recordarla, Marcos se emocionó y dijo:
- ¡Quién le iba a
decir que él sería el primero que se iba a marchar al otro barrio!
Domingo recordó los buenos detalles que Pepe tenía con ellos cuando iba a Mercadona para comprar con su esposa pues siempre les traía a cada uno alguna cosilla con la que hicieran la “liguera” cuando estuvieran en casa y un día, después de entregarles los regalos, retomó el tema de la “muerte” y le dijo a Marquitos:
- Como estás solo y no vas a tener quién te llore el
día de tu funeral pues debías de ir al notario para el testamento y hacer constar
en él que tu última voluntad era que nos dejabas 1000 euros para que, si no te
acompañaba mucha gente, nosotros te lloráramos mucho y que, si se nos agotaban
las lágrimas, nos autorizabas a restregarnos en las mejillas unas buenas
cebollas del Jaenero para que no se nos acabara el goteo de los ojos.
Marquitos tomó la broma bien y le contestó con esta otra ocurrencia:
- Pues yo te prometo a ti que, si te vas para arriba
antes, te acompañaré hasta el cementerio en el coche fúnebre y lo haré sentado junto
al conductor.
Antes de la pandemia, yo me paraba con ellos cada
vez que pasaba junto a la tertulia que tenían pues siempre estaban de chirigotas
y, la verdad, nos reíamos mucho.
Hoy, cuarenta y cinco días después de su muerte, he vuelto a visitar a los tertulianos en su habitual banco de “El Paseo”, hemos recordado al amigo desaparecido, salieron a colación estas anécdotas, Marquitos reconoció que no cumplió la promesa que le hizo porque iba una muchacha de la funeraria sentada en donde tenía que haber ido él y que por eso ahora tenía mucho disgusto.
Domingo le dijo que ese problema lo hubieran solucionado los de la funeraria subiéndolo
atrás, junto al difunto.
Entonces recordé lo que ocurría en el pasado en
nuestro pueblo con los muertos cuando las personas incumplían las promesas que
hacían y, para activar el tema, les pregunté:
- ¿Vosotros sabéis qué ocurría en el pasado en nuestro
pueblo cuando las personas no cumplían las promesas hechas?
- ¡Claro, que los
muertos salían al incumplidor hasta que éste la cumplía! – dijo Marquitos.
Entonces le dije yo:
- Pues entonces estás tú apañado, anda que la vas a
poder cumplir. Pero no te preocupes que ese problema ya está superado. Mi
esposa me contó un día que hace años, en la tienda de “La Chocolata”, salió también
este tema y que una señora ya mayor les dijo:
- Antes salían los
muertos con mucha frecuencia pero ahora no sale ni uno porque los han recogido
allí arriba a todos.
Otra cualidad buena que tenía José, además de su
excelente sentido del humor, era su capacidad para captar lo que ocurría en el
“Hogar del Jubilado”, en las “tertulias” mañaneras, en el pueblo o donde se dieran los hechos y después, al llegar a su casa, cogía lápiz y papel y los escribía. Eran
poemas sin ajustes métricos, con bastante humor y los versos quedaban engarzados
con una aceptable musicalidad.
LOS MANDAMIENTOS DEL ORDEN Y LA LEY
AUTOR: José Escalante García
Poema
escrito unos meses antes de su fallecimiento.
Son
CINCO:
1.-
El primero y principal: No ir a Misa sin almorzar.
2.-
Poder conocer a todos los granujas del mundo.
3.-
Si no hay carne de oveja, la de cordero no es maleja.
4.-
Almorzar después de estar harto.
5.-
Si no hay vino blanco, bueno es el tinto.
Estos
cinco mandamientos se resumen en uno,
aunque realmente son dos:
-
En
verano te tumbas en la sombra y en invierno al sol.
Este poema es el último que le escuché declamar, unos días
después me lo dio escrito para que lo publicara, lo guardé, y hoy lo he
desempolvado para publicarlo en este breve recuerdo que quiero dedicarle, junto
a Marquitos y Domingo Pitz, sus inseparables amigos y tertulianos…
¡Hasta siempre
amigo Pepe!
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