Colaboración de Paco Pérez
¿ENCONTRAMOS SOLUCIONES
AL PRESENTE?
Hace
años, los niños teníamos pocas cosas con las que distraernos la mayoría las construían
los usuarios y muy pocas se compraban: Una pelota, de goma o de trapo; el
patín, si eras ingenioso; la pita, se hacía con una rama de olivo
y una navaja; los zancos, utilizando latas de tomate y unos ramales, con
ellos intentábamos emular a los artistas del circo; el trompo; las canicas;
las cartetas, cartones de las cajas de cerillas usadas; los tapones de
cerveza o de refresco para jugar a la “meta” en los pocos acerados que entonces
teníamos en Villargordo (Jaén); la escopeta de caña… De este juguete surgió la
expresión que es muy popular en nuestro pueblo: Fallas más que una escopeta
de caña.
Antes
de comenzar la construcción de los patines era necesario juntar los materiales necesarios
y para ello había que visitar las carpinterías o las herrerías para conseguir los
materiales necesarios rebuscando entre los que ellos desechaban. Como no había
en las casas herramientas de trabajo pues las piedras eran los martillos
y las navajas las sierras. Para el ensamblaje del vehículo se necesitaban
puntas y comprarlas no era fácil por la escasez de dinero y eso se arreglaba
pediendo en las tiendas las cajas de madera que no les servían, se rompían y
así se podían obtener las puntas.
Cuando
se clavaban era muy frecuente machacarse los dedos con el martillo-piedra
pero entonces nadie iba al médico y nuestras madres nos echaban un chorreón de
alcohol en la herida, llorábamos durante un rato, ellas cogían una tira de tela
blanca, obtenida de las camisas viejas de los padres, nos liaban el dedo y
salíamos corriendo para continuar con la labor constructora que habíamos
abandonado.
Lo
más importante de estas cosas era lo ocupados e ilusionados que estábamos
durante el tiempo que duraba la elaboración, no pensábamos en hacer travesuras y,
una vez acabado el proyecto, nos sentíamos muy felices.
¿Por
qué me he puesto añorante y he visitado el recuerdo para obtener esta realidad
vivida con frecuencia por casi todos los niños y niñas de mi tiempo?
Porque
conocíamos las penurias de nuestras familias y por eso sabíamos que la consecución
de algo no era fácil, que no se podía exigir a los padres lo que no podían dar,
que estas realidades nos enseñaban que no podíamos permitirnos el lujo de ser
caprichosos a la hora de desear algo, todo esto lo sabíamos muy bien. Lo que entonces
era una desgracia para los padres, no poder complacer los deseos de sus hijos,
a la larga resultó beneficioso para sus criaturas pues les regalaron algo que
no se adquiere en el mercado… Una personalidad fuerte y responsable, forjada
en la escuela de la necesidad y guiada con la ausencia de caprichos.
Pasaron
los años, se instaló en la sociedad el estado del bienestar, mejoraron las
economías familiares y, por la ley del péndulo, todo cambió muy rápido y eso
hizo que los retoños tuvieran de todo y que nada les causara sensación pues tienen
un deseo y, para que no les den la tabarra, se lo compran de inmediato. Se
levantan y, mientras desayunan les ponen los dibujos animados para que se
distraigan, coman y no les molesten. Esos padres, actuando así, no sospechan que
sus hijos no están adquiriendo buenos hábitos.
Como
los peques tienen que hacer deberes y algunos necesitan recibir refuerzos
educativos o son amantes del deporte pues gran parte de la tarde también están fuera
de casa y así el contacto entre padres e hijos queda reducido a un tiempo
mínimo, unos besos y a complacer sus peticiones. Por culpa de estas realidades que
imponen los tiempos los peques pasan
mucho tiempo fuera del hogar, reciben influencias negativas de otros de su edad,
nunca ponen los pies en la tierra, crecen caprichosos y elucubran de manera permanente
nuevos deseos que proponer a los padres… ¿Cuál es el gran fallo de esta
sociedad?
Los
complacemos pero no los educamos como personas a pesar de todo
porque ahora, no es mi punto de vista sino una evidencia, la mayoría crecen viendo
los programas basura de la televisión, ahí asimilan a diario un vocabulario malsonante
que va destinado a los mayores y que rezuma incultura, los enseña a dialogar con
violencia porque es el fiel reflejo de otras culturas… ¡Pues este alimento audiovisual
es el que hacen furor entre ellos!
Como
hemos importado las costumbres decadentes de otros pueblos, éstas han impactado
en nuestra sociedad porque molan un mogollón a los jóvenes y, como nosotros somos
más valientes que en los lugares de origen pues les hemos adelantado y ahora tenemos
la realidad de que nuestra juventud pasó, de esta forma tan simple, a ser la
más analfabeta del planeta pero la primera en asimilar toda la modernidad que
estaba destrozando al mundo juvenil exterior.
En
España siempre nos pasa igual, llegamos tarde a la fiesta y, cuando los
demás abandonan por inútil todo lo que no vale, aquí lo
implantamos por ley como avance y por eso estamos padeciendo ahora las
consecuencias de habernos abrazado a las farolas del progresismo, esas que
sólo pretenden iluminar lo que ellos dicen pero, a la hora de la verdad, luego no
practican.
Ahora,
casi nadie escribe correctamente en el “idioma de Cervantes” pero sí lo
hacen en uno que es muy guay, por ejemplo: Sustituyen “que” por
una “q” o poniendo “emoticones”… Ellos dirán que es la modernidad
pero la verdad del asunto es que no saben escribir con ortografía y de ahí que
se hayan convertido en inventores de la nueva jerga juvenil escribana. Insisto,
la mayoría no sabe escribir pero sí tiene un móvil de última generación y con
él han adquirido una habilidad pasmosa redactando esos mensajes y grabando vídeos
o selfies para colgarlos en las redes sociales para que otros les muestren después
su reconocimiento mandándoles muchos “me gusta” o con el emoticón del “pulgar”
levantado o al revés. No sé si sabrán que esta práctica es muy rancia pues se
practicaba en el circo romano durante la lucha de gladiadores en el año 264
a.C., si el emperador levantaba el “pulgar” les perdonaba la vida y
si lo bajaba los mataban. Estas prácticas demuestran que nada hay nuevo pero
lamentablemente se muestra como moderno lo que se hacía hace 2285 años.
Una
vez reunidos se ponen colocadillos y aparecen los camellos de turno o los
listillos del barrio haciendo gracietas para intentar colocarles las “pastillas”
o las “papelinas” de coca o caballo que les ayudarán a
tener vitalidad durante toda la noche. Quienes pican por primera vez
difícilmente pueden volver a la normalidad ya porque han ganado unas
oposiciones libres a la “DROGODEPENDENCIA”, un tiempo después se habrán convertido
en unos enfermos sin voluntad, algunos perderán su puesto de trabajo, se encontrarán
sin dinero y entonces hasta puede que roben o trafiquen para seguir
enganchados, instaurarán en sus familias el “estado de follón permanente”,
tendrán problemas con la justicia, acabarán algunos en el trullo y, lo peor, ya
nunca serán unas personas normales y felices.
Les
ocurre a muchos de nuestros jóvenes porque sus padres se lo dieron todo, menos una
férrea educación familiar, y por eso no aprendieron a construirse sus patines, las
muñecas...
Algunos
días camino solo, me aburro mientras lo hago y pienso en estas realidades cuando
paso por las zonas que los jóvenes han elegido para el “botellón”. Lo
hago porque me topo con la suciedad que dejaron en el suelo o en los jardines y
entonces fotografío las botellas de licor y de refresco que allí dejaron sin
reciclar teniendo al lado los contenedores. A veces, estando en esa tarea por
curiosidad, también encuentro otras lindezas y entonces mi nivel de preocupación
y pena alcanza unos niveles más elevados porque confirman que los relatos del
celuloide tal vez se quedan cortos.
Mi
generación también bebió y, aunque no se lo crean ellos, durante unos años fuimos
jóvenes y nos divertíamos pero lo hacíamos sin cometer abusos graves, también fuimos
felices porque, tal vez, el freno más eficaz que nos ponían nuestros padres al
salir de casa siempre fue llevar un duro de menos en los bolsillos y saber que teníamos
que regresar a la hora en que ellos se marchan para comenzarla, por esa razón
si caíamos al suelo nos levantábamos y nadie decía que se le había perdido el
dinero. Ahora van con muchos euros de más en la cartera y, cuando regresan a
casa, ésta lleva algunos menos y el cuerpo mucha porquería innecesaria que limpiar.
Una
respuesta posible al problema sería que las instituciones implicadas actuaran
en perfecta coordinación y trazaran un plan familiar que, bien coordinado desde
el Estado, formara correctamente desde abajo con la participación de la familia,
la escuela y la religión, y también sería bueno contar con unas leyes
sensatas que potenciaran claramente los derechos y deberes de
todos los implicados.
El
modelo actual ha fracasado y cuando esto ocurre no queda otra salida que buscar
otra nueva alternativa para lo que no marcha.
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