Colaboración de Paco Pérez
SABER ELEGIR ES NUESTRA OBLIGACIÓN
Cuando
Moisés bajó del monte se dirigió al pueblo para decirles que les iba a
entregar la Ley que recibió de Dios, esas nomas tendrían que
cumplirlas sin modificaciones y después, quienes lo hicieran, serían
considerados por los otros como personas sabías y sensatas que tenían a su lado
un Dios próximo que siempre atendía sus peticiones y les ayudaba.
El mensaje de Dios siempre fue concreto, ayudar al que tiene necesidades, pero todos los encargados de guiar al pueblo no tuvieron tan claro que ese era el verdadero camino y mostraron caminos distintos, esas desviaciones me empujan a preguntarme… ¿Por qué nos apartamos del verdadero camino de su Palabra si ésta no es cambiante?
Los
del Norte se guiaban por la Ley de la Alianza, la que protegía
la vida y la identidad del pueblo actuando con justicia y ayudando
al que sufre. El mejor ejemplo era el comportamiento que tuvo Dios con el
pueblo de Israel cuando estaba cautivo en Egipto.
Los
del Sur decidieron que debían olvidarse del recuerdo de la salida de
Egipto y para olvidarse de esa realidad redactaron el Código de Santidad y, mediante
la práctica de la Ley de la Pureza proponían respetar la identidad
del pueblo, representada en la tradición sacerdotal, y la practica
de las normas de pureza que fijaron los sacerdotes en los 613
mandamientos, de los que 248 eran prescripciones y 365 prohibiciones.
Así lograron que se estableciera una separación entre el pueblo inculto
que no tenía posibilidades de conocer ese conjunto de normas y los cultos
que sí las conocían y, con este argumento, éstos despreciaban a los otros.
La
primera ley mostraba que Dios era misericordioso
con el que sufría y establecía unas normas para alcanzar la IGUALDADAD.
Éstas eran de tres clases: Económicas, para limitar la propiedad,
tener derecho a la tierra familiar, practicar el perdón de los préstamos…;
políticas, respetando a Dios por encima de todo poder humano, rechazando
la esclavitud y defendiendo los derechos del necesitado y religiosas,
rechazando la idolatría.
La
segunda ley dificultaba el cumplimiento del culto a quienes desconocían las
normas de pureza y ocasionaba marginación y ruptura social entre aquellos que
se creían santos porque las conocían y quienes no.
El
evangelio nos muestra la conversación que tuvo Jesús con un grupo de
personas, entre los que había fariseos y maestros de la Ley. Para
estas personas los acompañantes de Jesús no cumplían con las prescripciones
que se establecían en la Ley de la Pureza. Su gravísima falta, para
ellos, era… ¡Comían sin lavarse las manos!
Jesús les respondió intentando
aclararles su equivocación dándoles una visión diferente: “La suciedad no
viene de fuera sino de dentro”.
También
les recordó que Isaías ya profetizó sobre lo proclives que eran a
cumplir con Dios aferrándose a los preceptos de los hombres y a
las tradiciones.
Más
adelante, Santiago les recordaba que todo lo bueno que recibimos viene
del Padre, el creador del universo y les recomendaba escuchar su Palabra,
ponerla en práctica para que diera buenos frutos y así pudieran alcanzar la
salvación.
También
aconsejaba que quienes se limitan a escucharla y no la ponen en
práctica se engañan porque Dios nos pide que nos preocupemos
de dar solución a los problemas de quienes están cerca de nosotros y que no nos
ensuciemos con la mezquindad del mundo que nos rodea.
Hoy,
estos consejos nos vienen muy bien pues la corrupción se ha convertido en
el deporte favorito de los inmorales.
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