Colaboración de Paco Pérez
¿QUÉ ES SEGUIR A JESÚS?
¿Conocemos las pautas para “seguir a Jesús” y “vivir
en libertad”?
Jesús, sabiendo que se aproximaba el final de sus días terrenales, decidió viajar hasta Jerusalén y envió delante a unos discípulos con el encargo de entrar en una aldea de Samaría pero sus habitantes no cumplieron con la costumbre de acoger a los viajeros. Regresaron, buscaron a Jesús, le comentaron lo ocurrido y le propusieron que actuara contra ellos con fuerza pero Él se opuso con este argumento: “No he venido a quitar la vida sino a darla”… ¿Habían comprendido lo que era evangelizar si, en represalia, le pidieron que actuara contra ellos? ¿Comprendieron la enseñanza que les dio con su respuesta?
Cuando las personas de buena voluntad se
le acercaban y le manifestaban su deseo de seguirlo Él les
comunicaba, sin rodeos, que para seguirlo era necesario estar libres de ataduras
terrenales: Dinero, placeres, familia, trabajo, poder, ostentación,
mentira, injusticia… Algunos, cuando lo escucharon, ya no lo siguieron porque
no lo comprendieron o no deseaban liberarse de las ataduras de la vida. Esta
realidad no nos debe escandalizar porque tampoco lo comprendieron quienes
estaban a diario junto a Él… ¿Por qué?
Tal
vez, porque esa FE que mueve las montañas no había arraigado
con fuerza en ellos y por eso lo negaron,
vendieron, le
pidieron pruebas tangibles de haber resucitado…
En el polo contrario tenemos el ejemplo de Elías,
un hombre recto que defendió el culto al Dios único y que
vivió volcado totalmente en la ayuda a los más necesitados. Como esta forma de
comportamiento era poco corriente pues no lo entendían, lo rechazaban y se tuvo
que marchar. El Señor no lo abandonó, se le apareció y le
ordenó que retornara para elegir a Eliseo como su sucesor. Éste sí
dejó las ataduras terrenales y después se puso al servicio de Dios.
La muerte de Jesús no fue un acto inútil
sino todo lo contrario, muy necesario… ¿Por qué?
Porque sirvió para que las personas pudieran “vivir en libertad”.
Antes, el hombre era esclavo del pecado pero Jesús, con su muerte, nos
liberó de esa esclavitud y nos devolvió la libertad que habíamos perdido.
Ahora, por ese regaló, nosotros tenemos la opción de regresar a la esclavitud
de la carne o volcarnos totalmente en el trato correcto hacia el prójimo.
Esta realidad se nos muestra en Gálatas 5, 14: [Porque
toda la Ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo.»].
Las leyes humanas esclavizan al hombre pero si nos
imponemos “amar al prójimo” no porque esta acción nace del amor que Dios quiere
que practiquemos.
La libertad y la esclavitud son formas de vida antagónicas, es decir, irreconciliables pues sólo
hace falta la pérdida de la primera para que la segunda se imponga, cuando
ocurre ya no somos las personas que Jesús deseaba y nos convertimos en seres sin voluntad propia que sólo se guían
por las normas que les imponen otros por la fuerza. La única esclavitud válida
es aquella que nos empuja a la ayuda desinteresada hacia las personas
necesitadas.
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