Colaboración
de Paco Pérez
IR EN MISIÓN A EVANGELIZAR
Jerusalén, en el año 538 a.C., fue arrasada y sus habitantes desterrados a Babilonia. A pesar de ello Dios no los abandonó, lo podemos comprobar en ISAÍAS 66, 10-14C. En él comprobamos que el profeta los animaba y fortalecía, les daba noticias de esperanza para el futuro y les comunicaba que vendrían días de alegría para quienes confían y esperan en el Señor. Años después se cumplió y la religiosidad entró en la fase definitiva… ¡Seguir a Jesús!
Trabajar por el Reino de Dios es decisión personal que empuja a abandonar aquello que da seguridad en la vida.
Cuando
Jesús comprobó que sus seguidores ya eran numerosos escogió a 72,
los preparó, les propuso comenzar el proceso evangelizador, les dijo
qué deberían hacer y qué no cuando entraran en un poblado y los envió de
dos en dos delante de Él para ayudarse, infundir más confianza
sobre la verdad de su mensaje y llevar la paz. Prepararían el camino a Jesús
anunciando
con palabras el
evangelio y dando testimonio con hechos. Esa fue, y es, la misión de la
Iglesia.
Al
regresar le comunicaron sus experiencias pero Él, al verlos tan eufóricos,
les recomendó que fueran prudentes porque lo que realmente contaba era que sus
obras las había visto y anotado el Padre.
A
los grupos de cristianos que viajaban predicando les llamaban “carismáticos itinerantes” y se
caracterizaban por su radicalismo al predicar y practicar los principios del cristianismo primitivo. En Didajé, el libro que orientaba a los primeros
cristianos, se llama
apóstoles a quienes iban predicando de manera itinerante y se guiaban
por el “evangelio”, también son nombrados como “discípulos del Señor”.
En
Jerusalén estaban los que organizaban
y formaban a los nuevos miembros que después viajaban en misión
para formar nuevas comunidades, predicar la Palabra, realizar
curaciones… Este
era el “camino del seguimiento” y lo
definía Jesús con sus frases
enigmáticas, una está en Mateo 8, 20:
[Las zorras tienen madriguera y los pájaros del cielo nido, pero
el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.].
La
evangelización no es responsabilidad
de unos pocos sino de todos los que se sienten sus seguidores y con esas
palabras nos enseñó que quienes se entreguen a esa labor no buscarán
tener lo que la sociedad siempre desea: Comida, calzado, dinero, vivienda… Lo
harán despreocupados de estas ataduras, confiados en que serán
bien recibidos, acogidos y atendidos y sabiendo que esta labor puede
ocasionar rechazo y persecución pero también que puede regalar solidaridad
y apoyo.
Los
discípulos de Jesús saludaban proclamando la “paz” en su verdadera
dimensión: Compartiendo, curando a los enfermos, liberando a las personas de sus
tormentos y transmitiendo la buena
noticia… ¡La venida del “Reino de Dios” está próxima!
San Pablo fue un “carismático itinerante” pues formaba
comunidades cristianas y las orientaba
pero lo
hacía con radicalidad cuando les hablaba de la necesidad de rechazar la actitud
humana, tan generalizada, de buscar el encumbramiento
de los hombres mediante los homenajes,
las alabanzas y los abrazos pues el único premio que
debemos buscar es el que se nos regaló con la entrega de Jesús en la cruz. También les decía que los hombres perdemos el
tiempo organizando nuestra vida con planteamientos equivocados y eso nos hace convertir
en cumplimiento religioso prioritario lo que no es y dejamos pasar de largo lo
esencial, cambiar de actitud y
de comportamiento. Les propuso un ejemplo
en GÁLATAS 6, 15: [Pues lo que cuenta no es circuncisión o
incircuncisión, sino una criatura nueva.].
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