Colaboración de Paco Pérez
¿LA PRACTICAMOS?
En la primera lectura se nos muestra la realidad de
unos tiempos lejanos en los que la sociedad se comportaba influenciada por la
cultura del momento, la helénica. Ésta defendía que
la humildad no era virtud sino una muestra de debilidad.
Ante ese planteamiento el judaísmo reaccionó proponiéndoles los valores de
su creencia, contrarios a esos.
En el evangelio se pondera la práctica de la humildad para combatir el orgullo y la desvergüenza, pues considera humildes a quienes sufriendo reconocen que Dios es el protector y liberador nos defiende contra los peligros.
En
nuestros días la humildad está presente en quienes saben valorar el dar
culto al
cuerpo, ocupar cargos, poseer propiedades, aparentar... Los humildes, en sus relaciones
sociales, se
comportan con
espíritu de servicio y sin reclamar derechos y privilegios porque
confían en que Dios será quien nos pondrá donde nos corresponde y no las
vanidades humanas.
La
actitud descrita siempre estará vigente porque Jesús comentó el tema
para aconsejar a las personas que procuraran no ocupar los asientos que están
en las primeras filas porque luchar para ocuparlos no es lo correcto pues podemos
correr el riesgo de que el organizador del evento nos levante porque están
reservados para otras personas más relevantes, entonces nos tendremos que levantar
avergonzados y tendremos que sentarnos al final.
La
lección que se desprende de esta parábola está relacionada con la falsedad que
rige el comportamiento humano: “Tanto tienes, tanto vales” o “doy a
quienes me dan”. Inspirado en esta realidad y en la preocupación que
siempre tenía con los desfavorecidos, Jesús les aconsejó que no sentaran
en su mesa a quienes les iban a devolver la invitación sino a quienes no tenían
nada porque ellos no les devolverían la gentileza al no tener donde sentarlos
ni qué ofrecerles.
Con
estas palabras les recordó que debían ser humildes: [Porque todo el
que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.].
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