miércoles, 31 de julio de 2013

FIESTAS DE SANTIAGO, VIAJANDO AL PASADO

Colaboración de Tomás Lendínez


Con alegría y expectación, el día 24 de Julio se celebraban, y se siguen celebrando, las ferias y fiestas de Santiago en honor al Santo Patrón, el “Santísimo Cristo de la Salud”.

Cuando se iban acercando las fechas, las mujeres hacendosas comenzaban la limpieza y arreglo de sus casas, dejándolo todo limpio y reluciente como refectorio de monjas. Engalanaban y abrillantaban muebles y enseres adornando con macetas de albahaca portales y habitaciones.
La Junta de Gobierno de la Hermandad se desplazaba por cortijos y cortijadas cuyos dueños eran hijos del pueblo e iban recogiendo los donativos que éstos daban, contribuyendo con ello a los gastos de la misma. Los donativos solían darlos en especies como garbanzos, cebada, trigo…
Por documentos y escritos que se encontraban en el archivo parroquial, y que fueron destruidos en la Guerra Civil, se sabe que esta fiesta que se celebra en el mes de Julio tiene su origen en el siguiente hecho: <En el año de 1833, por la comarca, se extendió una fuerte epidemia de peste bubónica la que con preferencia hacía presa en los niños y personas jóvenes, llegando a morir algunos de ellos. Por ello las piadosas y sencillas gentes de Villargordo, por unanimidad, acordaron sacar en procesión la imagen de un Cristo crucificado para así pedir clemencia y salud al Todopoderoso. Esta imagen se encontraba y se sigue encontrando en la ermita, junto a la de San Antón, al que campesinos y labriegos consideraban santo protector de los animales, sobre todo a los utilizados en su economía y trabajos, y a la de Santa Ana, bajo cuya advocación se levantó la ermita a expensas del marquesado de Blanco Hermoso, se utilizaron piedras procedentes de una ruina íbera situada en un paraje del término municipal de Mengíbar y que se conoce con el nombre de Maquiz.
Según cuenta la tradición, a los tres días de haber sacado la imagen del Cristo, la epidemia desapareció y los enfermos atacados por ella recobraron la salud, por lo que a partir de aquella fecha se le comenzó a llamar a aquella imagen Señor de la Salud, como se le sigue llamando en la actualidad.
Para dar gracias al Altísimo se celebró en la ermita una solemne fiesta religiosa a la que acudió una gran muchedumbre, llegando también de otros lugares próximos, dando lugar a un ambiente festivo muy propicio para celebrar otros tipos de actividades, además de las religiosas, de carácter lúdico y comercial por lo que se acordó que las fiestas patronales debían de celebrarse bajo la advocación del Señor de la Salud y no bajo la de Santa Ana como se venía haciendo. Para continuar con la tradición se seguiría celebrando en las mismas fechas, es decir, en el mes de Julio, fecha en que la iglesia también conmemora la festividad de Santiago Apóstol, muy celebrada en toda España por lo que se llaman Fiestas de Santiago, aunque se celebran en honor del Señor de la Salud.
A partir de este acontecimiento, en la puerta de la ermita, se abrieron unas mirillas para que los fieles y devotos pudiesen orar y ver a la venerada imagen aunque estuviera la puerta cerrada, poniendo de continuo un farolillo con candelillas de aceite alumbrando, adquiriendo así un cierto aire misterioso y místico en la oscuridad de la noche el pequeño recinto. Es frecuente, desde aquella lejana fecha, encontrarse a cualquier hora del día o de la noche a más de un devoto mirando por la mirilla o bien ante las gradas del pequeño altar donde la imagen se encuentra, musitando una oración o petición, teniendo su humedecida mirada puesta en ella.
Con el paso de los años la fe y devoción a la pequeña y entrañable imagen ha ido creciendo y arraigándose, siendo muchos favores los que se le adjudican a su Divina Bondad. Cuando algún vecino se encuentra acosado por cualquier adversidad o cuando algún enfermo es visitado por el médico y éste sacude la cabeza en señal de duda la familia o el enfermo, sin pensarlo dos veces, acude a la ermita buscando protección, ayuda o salud, ofreciendo exvotos y promesas: Subir la calzada que conduce hasta ella de rodillas, ofrecer una trenza de pelo, dar la equivalencia de su peso en grano y si hay un agonizante, cuya mortaja ya está preparada y recobra la salud, entonces esta ropa también se ofrece como ofrenda. Pueden verse estos exvotos colgados en una habitación que la Hermandad posee en la ermita.
El día 24, a las 12 en punto, el viejo reloj nos anunciaba el comienzo de las fiestas, los cohetes subían hasta el cielo, los niños pequeños lloraban, las gallinas se escondían, los conejos se metían hasta el último espacio de la madriguera, a los gallos se les olvidaba el cante, los gorriones se iban del pueblo, los gatos ponían el rabo en posición y forma de limpiatubos y los perros, con el rabo entre las patas, ni se sabe donde pasaban las fiestas. Hoy no ocurren estas cosas con tanto impacto porque cada dos por tres la cohetería es usada por los vecinos.
Se daban regalos a los niños y después salían los cabezudos, acompañados por la banda de música, por las calles.
En el año 1844, siendo obispo de la diócesis D. José Escolano de Fresnoy, se redactan y se aprueban los estatutos de la Hermandad, año pues de su fundación. En ese año es cuando los fieles y devotos comienzan a pesarse en la romana y a dar la equivalencia del peso en grano, ofrenda que se da a la Hermandad para cooperar en los gastos que a ésta se le originan a lo largo del año.
Antiguamente, en los días de la fiesta, llegaban tratantes de cereales, aceites y ganados. Estos señores eran, en su mayoría, gitanos y se instalaban con sus ganados a la sombra de los olivos que hay junto a la ermita y que pertenecen a la finca conocida como Santa María.
Los gitanos también esquilaban allí a las caballerías, dándose un gran arte en este trabajo, pues con sus largas y grandes tijeras hacían cenefas y grecas en el pelo de los animales, llamando la atención del cliente y de los despreocupados que iban y venían. 
Traían también manadas de muletos, animales de unos treinta meses, que por estar sin domar eran llamados “reintentos”. Una yegua de cría con un cencerro al cuello les servía de guía. Los mulos que ya estaban domados, y tenían cuatro años, venían a valer entre dos mil y tres mil reales.
En la compra y venta de aceites y grano se usaban las viejas y antiguas medidas de capacidad y peso: La cuartilla, la fanega, el celemín o la arroba. Estaba igualado el precio de una fanega de trigo con el de una arroba de aceite. La fanega de trigo venía a pesar unos cuarenta y cuatro kilos y su precio solía ser de sesenta reales, la de garbanzos pesaba cincuenta kilos y el precio variaba según su calidad, oscilando entre ciento veinte y ciento sesenta.
En un local, al que con buena voluntad se le llamaba “Teatro Romea”, el empresario y dueño para aquellas fiestas de Santiago solía traer compañías procedentes de los escenarios madrileños, representándose obras de los Quinteros o Benavente y también alegres y desenfadados espectáculos, donde actuaban cómicos y señoritas de hermosas y redondeadas formas las que al salir al escenario ligeras de ropa y cantar insinuantes y pícaros cuplés, enardecían a más de un espectador que, a veces, sin poderse contener intentaba llegar hasta ellas y lo hacían saltando de silla en silla, armando el revuelo y el escándalo consiguiente por lo que tenía que intervenir la autoridad que llamaba al orden al público y al recato a las artistas, así como a las letras de los picantes e insinuantes cuplés.
En improvisadas plazas de toros, hechas con empalizadas y carros, en cuyos varales se colocaban gruesas y resistentes tablas para así agrandar su superficie, se iba completando el círculo hasta cerrarlo. Las familias y las peñas adornaban su “palco” con ramaje, colchas y mantones de manila y así, de esta forma artesanal y rústica, se construía la plaza a la entrada del pueblo. En esta plaza actuaban los artistas aficionados, torerillos y novilleros; como Antonio López que, por su arte y elegancia en la faena, se le conocía con el apodo de “El Señorito”. Algunas veces el novillo o el toro, por algún hueco, lograba escapar y emprendía una veloz carrera por las calles. En una ocasión entró en una casa, cogió desprevenidos a sus moradores y les dio un susto de muerte.
Como invitado a estas novilladas y corridas solía asistir el afamado y conocido matador de toros D. Antonio Bienvenida, llamado en el mundo del toro el “Papa Negro”. Venía porque tenía novia en Villargordo, nos visitaba con frecuencia y no fallaba en los días de la fiesta. Acompañándole y siguiéndole, siempre llegaban conocidos empresarios, adinerados aficionados y algún que otro maletilla que buscaba su oportunidad, por estas razones los vecinos curiosos se agolpaban en las calles y esquinas para verlos pasar.
En la “Portá”, así llamaban al lugar que hoy ocupa “El Paseo”, se instalaba el teatro de marionetas, al que llamaban de “Cristobicas”, y también el circo.
Al son del pianillo de manubrio el dueño hacía sonar música de mazurcas, pasodobles y valses; improvisándose bailes entre los vecinos.
En los días de la fiesta acudían yunteros, gañanes, pastores, gente forastera y los dueños de los cortijos, la mayoría tenían casa en el pueblo.
En la actualidad, por estas fechas siguen acudiendo los villargordeños que viven fuera por diversas razones y algunos, incluso desde el extranjero, lo hacen para poder acompañar al Señor de la Salud.
Entonces, como ahora, el día 28 se subía la imagen y se acababam las fiestas.
 


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