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jueves, 16 de enero de 2014

HISTORIA DE UN LUMBRERAS ESPAÑOL

Colaboración de Jacinto Cobo Moreno
El 12 de octubre de 1904, un chaval español de 23 años se subió a un barco en Cádiz con 60 dólares en el bolsillo y destino a Nueva York. Su padre hacía tejas con barro y su madre lavaba ropa por encargo en un pilón a cambio de unas monedas. El chico se había criado descalzo en un pueblo en el que tres de cada cuatro personas eran analfabetas, ganándose la vida haciendo recados. Sin embargo, tan sólo nueve años después, regresó de EEUU con un millón de dólares en el bolsillo, después de participar en la creación de los primeros teléfonos móviles, hace más de 100 años, y de inventar un aparato de rayos X portátil que salvó a más de un soldado en la Primera Guerra Mundial.

Aquel hombre era Mónico Sánchez Moreno (1880-1961). Su historia es tan fascinante que se ha convertido en un ejemplo de cómo, en condiciones más adversas que las actuales, es posible no sólo salir adelante sino llevar a cabo proezas admirables. Palabras del físico Manuel Lozano Leyva, que acaba de publicar un libro sobre su vida: El gran Mónico.
Mónico Sánchez llegó a Nueva York un año después de que Thomas Edison, el padre de la bombilla, hubiera electrocutado a una elefanta delante de 1.500 personas. Y eso era precisamente lo que iba buscando el joven español: la electricidad.
Mónico se había criado en Piedrabuena (Ciudad Real), un pueblo grande donde el 75% de sus habitantes eran analfabetos a comienzos de siglo. Era un buen reflejo de la España de 1901, en todo el país había poco más de 3.000 jóvenes estudiando para ser ingenieros, pero 11.000 lo hacían para ser curas. Sin embargo, Mónico, espoleado intelectualmente por un viejo profesor de la escuela pública de su pueblo, decidió coger todos los ahorros que había ganado, comprarse un traje y emigrar a Madrid para estudiar ingeniería eléctrica. Ni siquiera tenía el bachiller elemental.
Tranvías sin mulas
El joven castellano-manchego llegó a la capital en 1901, en plena implantación del alumbrado eléctrico y de la electrificación del tranvía. Mónico presenció por las calles de Madrid vagones tirados a sangre, como se llamaba entonces a la tracción animal, con los primeros que mágicamente se movían por sí mismos. Estaba embelesado con la electricidad, pero su anhelada escuela de ingenieros industriales de Madrid estaba cerrada por huelgas estudiantiles. Entonces siguió un curso a distancia de electrotecnia, en inglés sin saber inglés. Fue una decisión insólita para un pueblerino sin oficio porque era impartido, desde Londres, por el ingeniero Joseph Wetzler. Mónico no sabía ni una palabra de ese idioma pero debió de seguir el curso de una manera tan rigurosa que el mismísimo Joseph Wetzler se puso en contacto con él. Wetzler, que se movía en los entornos de Thomas Edison, recomendó al joven español para una plaza en una empresa de Nueva York. En apenas tres años de esforzadísimo estudio destrozando diccionarios, Mónico Sánchez había saltado de un pueblo de cabras perdido en La Mancha a la que se estaba convirtiendo en la capital cultural del mundo.
Lozano Leyva retrata con maestría la “efervescencia inaudita” del Nueva York que se encontró el castellano-manchego en 1904. Inmigrantes procedentes de todo el mundo llegaban a la ciudad para construir sus primeros rascacielos, pero muchos no se encontraban con el sueño americano. En el río Hudson nunca aparecieron más cadáveres de suicidas que en aquellos años, recalca el físico.
La guerra de las corrientes
Mónico empezó a trabajar de ayudante de delineante, pero pronto se matriculó en el Instituto de Ingenieros Electricistas, un centro de formación profesional. Y, pronto, cumplió su deseo de ir a la universidad, la de Columbia, para un curso de electrotecnia de unos pocos meses de duración. Era la época de la guerra de las corrientes. Las centrales eléctricas de Nueva York quemaban carbón y petróleo a todo gas. La energía resultante movía dinamos que producían la electricidad. El problema era distribuirla hasta los tranvías y las bombillas de las casas.
El inventor español posiblemente fue testigo de los shows de Thomas Edison y Nikola Tesla.
Edison, propietario de la compañía General Electric, defendía la corriente eléctrica continua, un fluir perpetuo que implicaba grandes pérdidas en forma de calor por la resistencia de los cables. Pero, entonces, surgió otra figura espectacular de la ciencia, el ingeniero serbio Nikola Tesla, en la empresa Westinghouse. El científico europeo propuso utilizar una corriente alterna, en la que el chorro varía cíclicamente. La solución era magistral, porque minimizaba las pérdidas. Sin embargo, Edison no aceptó las evidencias e inició una ofensiva sosteniendo que la corriente alterna era un peligro para los ciudadanos. Para demostrarlo se metió en una dinámica de lo más espectacular y siniestra: electrocutar animales en público con corriente alterna, sobre todo perros y gatos. Llevó el asunto a tal extremo con la desdichada elefanta “Topsy”.
Tesla, mientras tanto, se paseaba por teatros haciendo pasar la corriente alterna por su cuerpo en medio de una nube de relámpagos, con corcho bajo sus pies, para mostrar que no era para tanto.
¿Fue Mónico testigo de algunas de las crueldades de Edison o de los espectáculos de Tesla?
Sin duda, porque si atraían a todo el mundo, quien no podía faltar a ellos era alguien que llevaba la electricidad en las venas, habiendo sido su pasión desde la adolescencia.
Máquinas para la Gran Guerra
Y en plena guerra de las corrientes, Mónico Sánchez fichó como ingeniero de la Van Houten and Ten Broeck Company, dedicada a la aplicación de la electricidad en los hospitales. Allí, aplicando algunos avances de Tesla, consiguió su gran invento: un aparato de rayos X portátil.



Apenas pesaba 10 kilogramos, frente a los 400 de los equipos tradicionales. Era una máquina ideal para la Gran Guerra que estaba a punto de estallar. Francia compró 60 unidades para sus ambulancias de campaña.
El joven de Piedrabuena se había ganado el respeto de los ingenieros de Nueva York. Uno de ellos era Frederick Collins, volcado en la telefonía sin hilos o lo que es casi lo mismo, en los teléfonos móviles. Sus aparatos podían comunicarse sin cables a más de 100 kilómetros. El problema era que su teléfono, con un micrófono de carbón, se calentaba poco a poco y terminaba ardiendo al cuarto de hora o así de estar hablando sin interrupción.
La Collins Wireless Telephone Company contrató a Mónico Sánchez como ingeniero jefe, con la intención de vender su aparato portátil de rayos X, que pasó a bautizarse The Collins Sánchez Portable Apparatus. Collins ofreció 500.000 dólares al castellano-manchego por su invento.
Ya puede entreverse la insensatez que suponía poner un aparato de rayos X al alcance de todo el mundo sin reparar para nada en la posible peligrosidad, escribe en El gran Mónico el catedrático español. Muchos de los médicos que fueron pioneros en el uso de los rayos X acabaron con deformaciones en las manos o incluso muriendo por leucemia.
El sueño duró muy poco. La empresa de Collins comenzó una gran campaña de propaganda para vender acciones, sugiriendo que la telefonía móvil en coches, trenes y barcos ya era una realidad. Cuatro ejecutivos, incluido Collins, acabaron en la cárcel. En su sentencia se aludía a un presunto fraude en sus demostraciones en lugares públicos, limitadas a conversaciones breves para que los teléfonos no echaran chispas. Cuando estalló el escándalo, Mónico ya había abandonado la empresa.
Al lado de General Electric
De aquellos formidables shows queda una fotografía de 1909: en ella aparece Mónico Sánchez mostrando su aparato de rayos X en un estand de la III Feria de la Electricidad, celebrada en el Madison Square Garden de Nueva York. A su lado aparecen, nada más y nada menos, los estands de la General Electric de Thomas Edison y de la Westinghouse de Nikola Tesla.
Mónico Sánchez dejó Nueva York para montar una fábrica de aparatos eléctricos en su pueblo, que no tenía luz eléctrica.
En 1912, con 32 años y realmente rico, el hombre que iba para analfabeto regresó a España convertido en un emprendedor millonario. Y, entonces, se le ocurrió un proyecto inviable y extravagante: Construir un centro de alta tecnología en su pueblo castellano-manchego y fabricar allí sus aparatos portátiles de rayos X.
En 1913 ya estaba en pie el Laboratorio Eléctrico Sánchez con el problema de que en Piedrabuena no había electricidad, pero ese detalle no iba a detener al hombre que se puso a estudiar en inglés sin saber inglés. Entonces montó una central eléctrica en su pueblo, abastecida por el carbón llegado en carros tirados por mulas. Y casi todo Piedrabuena acabó teniendo luz eléctrica, previo pago.
El ingeniero de telecomunicaciones Juan Pablo Rozas, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, es el mayor experto en la vida y obra de Mónico Sánchez, y de él dice: [Era un hombre de la electricidad formado en EEUU y, de repente, se trasplantaba a Piedrabuena. Los mandamases de allí le odiaban por ser demasiado moderno y los pobres le odiaban por ser rico.]
Mónico celebró la caída de la Monarquía y la llegada de la Segunda República en 1931 pero cuando comenzó la Guerra Civil no supo dónde situarse. Primero, los milicianos incautaron su laboratorio. Un día, incluso, fueron a buscarlo con una excusa peregrina y, como no estaba, se llevaron a su segundo. No lo volvieron a ver con vida. Tras la guerra, sin embargo, el jefe de Falange, en la región, acusó a Sánchez del asesinato, aunque jamás fue procesado.
Un hombre de progreso
Mónico Sánchez volvió de Nueva York y quiso elevar el nivel de vida de su pueblo, era un hombre de progreso. En España necesitamos muchos Mónicos.
Muchos de los aparatos que fabricó el inventor en su pueblo, a partir de 1913, se exponen hoy en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, con sedes en A Coruña y Madrid.



Es complicado encontrar a alguien innovador, atrevido y osado, capaz de salir de un entorno rural, de hacerse ingeniero sin saber inglés y de convertirse en un emprendedor. Mónico Sánchez fue un personaje muy singular.
Murió en 1961, cuando su nieta Isabel Estébanez Sánchez tenía 10 años. Ella relata que el final de la fábrica de su abuelo fue bastante penoso, porque dejó de vender y ya no tenía energía. Tenía ciertas dificultades económicas pero montó un cine en Piedrabuena.
Ella es física y profesora de un grupo de alumnos a los que da clases a distancia, como estudió el gran Mónico.


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