Colaboración de José Martínez Ramírez
Este
soneto está dedicado a mi querido profesor,
D.
Francisco Pérez, que tanto quiere a su pueblo.
Desde
las crestas de Mágina veo Villargordo
al
amanecer, muy lejano y exacto, blanco.
Imagino
sus calles llenas de niños con su coro
de
algarabía y juego, encendidas en verano.
Cada
sombra azul huele a jazmín y sólo
canta
el jilguero en la copa del álamo,
mecido
por el viento. Atardeceres rojos
que
encierra en sus ojos a este pobre náufrago.
Allí,
serenos, ya dormitan sus vagos tonos
altiva
espiga de oro, dice adiós al día claro.
Cuando
derrama el ruiseñor todo su tesoro.
Lejanos
astros hacen, de mi pueblo amado,
joven
cada noche y yo me iré triste y solo,
sin
hogar, pero con mi copla azul cantando.
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