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martes, 4 de febrero de 2014

¿VUELAN LOS PAVOS?

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I 
Lo he recibido por e-mail y le he dado un pequeño retoque para que sea más entendible el asunto.
Cuentan que un labriego se encontró en el campo, cerca de la cordillera de los Andes, un huevo muy grande. Él decía que nunca había visto nada igual, decidió llevarlo a su casa y mostrárselo a su señora. Una vez que estuvo ante ella conversaron así:

- ¿Será de avestruz? – le preguntó su mujer. 
- No, es demasiado abultado – les dijo el abuelo que estaba presente en el momento de traerlo.
- ¿Y si lo rompemos? - propuso uno de los hijos
- Es una lástima hacer eso porque perderemos una hermosa curiosidad – le respondió cautelosamente la abuela
Estaban con esas disquisiciones cuando se presentó un vecino, éste escuchó lo que decían y les propuso:

- Miren… ¿Se lo colocamos a una pava que tengo en estos momentos calentando unos huevos y averiguamos si con el tiempo nace algo?
Cuenta los vecinos del lugar que la idea no les pareció mal a los reunidos y que a los 15 días nació un pavito oscuro, grande y nervioso. Éste, con mucha avidez, siempre se comía todo el alimento que encontraba a su alrededor. Cuando acababa de comer miraba a la madre con vivacidad y le decía entusiasmado:

- ¡Bueno, mamá, ahora vamos a volar
La pava, cuando le escuchaba decir estas cosas, se sorprendía muchísimo ante la proposición que le hacía su flamante retoño y, un día, se sentó junto a él y le explicó con amor de madre: 
- Mira, los pavos no volamos. Tú dices estas cosas porque a ti te hace mal comer con prisa
Desde aquel día todos trataron de que el pavito comiera más despacio, y en la medida justa. Pero no consiguieron nada, el pavito sí comió más lento, terminó más tarde que ellos su alimento y siempre les volvía a repetir a sus hermanos la misma canción:
- ¡Pavitos, vamos a volar
Todos los pavos le explicaban nuevamente:
- ¡Los pavos no volamos, a ti te sigue sentando mal la comida!
Un tiempo después el pavito salía a comer con los pavos al campo, andaba a su ritmo, dejó de hablar sobre volar, creció y murió en la pavada general.

¿Qué le ocurrió para que dejara de repetir la misma historia todos los días y que, al final de ellos, muriera en la pavada tan sumiso, callado y feliz como los demás?
Se olvidó de volar, aunque era un cóndor que había nacido para ascender hasta los 7000 metros de altura, porque nació en una cultura pavera, en ella nadie volaba, le enseñaron sus costumbres, él las aceptó como verdaderas, no supo dar rienda suelta a su instinto genético, se adaptó perfectamente a ellas y vivió como un pavo cualquiera siendo realmente un cóndor.

Esta historia nos enseña que todos corremos el grave riesgo de morir en la pavada general cuando no decidimos, a tiempo, volar para marcharnos a otro lugar o ambiente. Si no tenemos MIEDO al día después, podremos desarrollar lo que llevamos dentro porque entonces, cuando estemos libres de influencias negativas, ya sí seremos nosotros.

Muchas puertas están abiertas porque nadie las cierra y otras puertas están cerradas porque nadie las abre. A veces, el miedo que tenemos a volar solos es terrible porque él nos condiciona de tal manera, en negativo, que no logramos comprender que la verdadera protección está en las alturas, especialmente cuando se tienen buenas alas. 
Autor: Desconocido

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