Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Lo he recibido por e-mail y le he
dado un pequeño retoque para que sea más entendible el asunto.
Cuentan
que un labriego se encontró en el campo, cerca de la cordillera de los Andes, un huevo muy grande. Él decía
que nunca había visto nada igual, decidió llevarlo a su casa y mostrárselo a su
señora. Una vez que estuvo ante ella conversaron así:
- ¿Será de avestruz? – le
preguntó su mujer.
- No, es demasiado abultado – les dijo el abuelo que estaba presente en el momento de traerlo.
- ¿Y si lo rompemos? - propuso uno
de los hijos.
- Es una lástima hacer eso porque perderemos una hermosa curiosidad – le respondió
cautelosamente la abuela.
Estaban con esas disquisiciones cuando se presentó un vecino, éste escuchó lo que decían y les propuso:
- Miren…
¿Se lo colocamos a una pava que tengo
en estos momentos calentando unos huevos y averiguamos si con el tiempo
nace algo?
Cuenta
los vecinos del lugar que la idea no les pareció mal a los reunidos y que a los
15 días nació un pavito oscuro,
grande y nervioso. Éste, con mucha avidez, siempre se comía todo el alimento
que encontraba a su alrededor. Cuando acababa de comer miraba a la madre
con vivacidad y le decía entusiasmado:
- ¡Bueno, mamá, ahora vamos a volar!
La pava, cuando le escuchaba decir
estas cosas, se sorprendía muchísimo ante la proposición que le hacía su
flamante retoño y, un día, se sentó junto a él y le explicó con amor de madre:
- Mira, los pavos no volamos. Tú dices estas cosas porque a ti te hace mal comer con prisa.
Desde aquel día todos trataron de que el pavito comiera más despacio, y en la
medida justa. Pero no consiguieron nada, el pavito sí comió más lento, terminó
más tarde que ellos su alimento y siempre les volvía a repetir a sus hermanos
la misma canción:
- ¡Pavitos, vamos a volar!
Todos los pavos le explicaban nuevamente:
- ¡Los pavos no volamos, a ti te sigue
sentando mal la comida!
Un tiempo después el pavito salía a comer con los pavos al campo, andaba a su ritmo, dejó de hablar sobre volar, creció y murió en la pavada general.
¿Qué le ocurrió para que dejara de
repetir la misma historia todos los días y que, al final de ellos, muriera en
la pavada tan sumiso, callado y feliz como los demás?
Se
olvidó de volar, aunque era un cóndor
que había nacido para ascender hasta los 7000 metros de altura, porque nació en una cultura pavera, en ella nadie volaba, le enseñaron sus costumbres, él las
aceptó como verdaderas, no supo
dar rienda suelta a su instinto genético, se
adaptó perfectamente a ellas y vivió como un pavo cualquiera siendo
realmente un cóndor.
Esta historia nos enseña que todos
corremos el grave riesgo de morir en la
pavada general cuando no decidimos, a tiempo, volar para marcharnos a otro
lugar o ambiente. Si no tenemos MIEDO al
día después, podremos desarrollar lo que llevamos dentro porque entonces,
cuando estemos libres de influencias negativas, ya sí seremos nosotros.
Muchas
puertas están abiertas porque nadie las cierra y otras puertas están cerradas
porque nadie las abre. A veces, el miedo
que tenemos a volar solos es terrible porque él nos condiciona de tal manera, en
negativo, que no logramos comprender que la verdadera protección está en las
alturas, especialmente cuando se tienen buenas alas.
Autor: Desconocido
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