sábado, 8 de febrero de 2014

SEAMOS COMO LA SAL Y LA LUZ

Colaboración de Paco Pérez
TEXTOS
ISAÍAS 58, 7-10
Así dice el Señor: 
- Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. 
Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá:

- Aquí estoy.  
Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

1ª CORINTIOS 2, 1-5
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. 
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fueron con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

MATEO 5.13-16
Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero, y que alumbre a todos los de la casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
REFLEXIÓN
La preocupación por el prójimo siempre estuvo presente en las normas que emanaban de Dios y otra cosa bien diferente fue que consiguieran los efectos buscados. Ayunar era, y es, una práctica  instaurada en el pueblo desde hace mucho tiempo pero no la hacemos con el sentido que parece desprenderse de sus enseñanzas. Si ayunamos mediante la no ingesta de alimentos y nos quedamos sólo en esa práctica pues es posible que nos quedemos satisfechos con ella y que nuestra conciencia no sufra sobresaltos, es lo que nos enseñaron durante años, pero este actuar no debe de tener mucha validez si otros están en ayuno permanente por ausencia de recursos para comprar los alimentos más primarios.
Por esta realidad, Isaías ya enseñaba a las gentes de su tiempo cómo debían de comportarse los hijos de Dios con los indigentes, ayudándolos en sus necesidades.
Pasan los años y el mensaje se perfecciona con la venida de Jesús pero la esencia ya había sido introducida entre los hombres por el Padre ayudándose del profeta.
En los primeros años de nuestra era, siglo I a. C., los judíos eran maltratados por los romanos y por eso lucharon durante cuatro años contra el invasor, fueron derrotados y arrasados por Roma. Un grupo de rabinos se preocupó de organizar una escuela para conservar la tradición del judaísmo. Limaron los distintos grupos sus dificultades y asperezas, unificaron criterios y salieron reforzados de aquella desgracia. Para mí, este es un ejemplo digno de admiración y modelo para ser aplicado por cualquier religión o en cualquier faceta de nuestras vidas.
El hombre religioso sigue fallándole a Dios porque continua  practicando una religión demasiado humanizada, pendiente de cosas que son preceptos creados por el hombre y éstos, con el paso de los años, fueron instaurándose poco a poco y, algunos, con más seguimiento que lo que nos enseñó Jesús.
Éste, en sus años de predicación, resumió la esencia de su doctrina en dos mandamientos… Ahora, que cada lector analice su comportamiento cristiano y que después decida si va en la dirección correcta o si sigue aferrado a los cumplimientos que sí están dentro pero que tendremos que preguntarnos de dónde emanan.
San Pablo dijo, muy claro, que él no podía hablar de la grandeza del misterio de Dios porque no conocía el tema en su justa profundidad. Él, lo que sí podía hacer en aquel momento era hablarles de Jesús, hijo de Dios y hombre, que fue crucificado.
Les manifestó que, como era un hombre sin cultura, al hablarles no podía hacerlo sustentándose en su sabiduría de humano, que sí hablaba empujado por la fuerza del Espíritu de Dios y que así, si después de escucharle adquirían la fe, ésta ya no se tendría que alimentar de la sabiduría de los hombres y sí de la que emanara de la grandeza de Dios.
Mateo escribió este texto evangélico afectado por el hecho histórico recordado, era conocedor del movimiento judío que se había puesto en marcha en aquella escuela y lo hizo para contrarrestar la influencia que pudiera tener sobre los cristianos. Por ello nos habla de la misión apostólica que debemos cumplir y nos la ejemplariza recordándonos qué papel desempeñan en la tierra la sal y la luz. Estos elementos son fundamentales para la vida de las personas, una necesidad, y si ambos dejaran algún día de cumplir con su cometido pues se convertirían en algo inútil y nos llevaría a tirarlos a la basura… ¿Qué debemos de hacer nosotros si se nos planteara la hipotética situación de que no sabemos ser sal o luz ni para nosotros mismos? ¿Podríamos cumplir en esas condiciones la función apostólica que tenemos encomendada para llevar el mensaje a los demás?


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