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lunes, 13 de abril de 2015

LAS PERSONAS, SU YO, A TRAVÉS DE LA POESÍA

Colaboración de Pedro Berrio Melguizo

Amo la poesía y me encanta tomar, de vez en cuando, lápiz y papel para reflejar sobre él mis pensamientos en algunos versos sueltos o en estrofas, las menos veces, el estado de ánimo en que se encuentra mi espíritu en esos momentos. Cuando desahogo en el papel la situación personal que me invade, unas veces los guardo y otras, la mayoría, los mando a la papelera.

Como soy lector y poco escritor pues en los libros siempre encuentro algunas que me impactan de manera especial. Hace ya algún tiempo, en una de esas sesiones de lectura, encontré “Desesperación” y me encantó. En ella se puede intuir cómo se encontraba en el momento de escribirla su autor, cargado de problemas y siendo poco feliz.
Este texto está catalogado como de autor anónimo pero también hay expertos que señalan a Espronceda como su autor.
DESESPERACIÓN
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar;
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar;
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer;
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.
La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
oír cómo vocea…
¡Qué gusto!, ¡Qué placer!
Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.
Allá en sombrío monte,
solar desmantelado
me place en sumo grado,
la luna al reflejar;
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ellos caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y llena de pavor,
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa…
¡Qué gusto!, ¡Qué placer!
Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando al corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.
Me alegra ver al uno
pedir a voces vino.
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado
cantan al Dios vendado
impúdica canción.
Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos,
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo! ¡Qué ilusión!




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