Colaboración de José Martínez Ramírez
Yo
crecí, ayer, en un pueblo
donde
un sol grande y fugitivo
despertó
mi lejana juventud.
Los
gatos negros en sus juegos
de
sueños gratos, casi divinos,
daban
su alegría a la multitud
y
poblaban alegres el suelo.
Obedecí
la voz del destino,
que
llegó y me inundó de virtud,
dinamitó
la libertad mi vuelo.
Volé
entre ráfagas y desatinos,
entre
olas bravías de acritud.
Respiraba
alientos ajenos,
a
veces, en la frente el rocío
y
el lucero, en su justa altitud.
Me
sorprendían entre los senos,
que
nunca sucedieron, y sentía frío.
Mi
soledad me besaba con lentitud.
La
terrible ausencia me dejó el veneno,
de
quien más quería, lloré el vacío.
Blanca
espuma, querida juventud.
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