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sábado, 7 de noviembre de 2015

LA AVARICIA DEL PODEROSO IMPIDE LA IGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES

Colaboración de Paco Pérez
De nuevo, se nos propone la pobreza como tema de reflexión. Jesús ya nos mostró su preocupación por el prójimo, un mendigo siempre lo es, pero la realidad nos enseña que la sociedad sigue siendo injusta con él.
Para entender mejor el tema no tenemos que olvidar la historia y, recordándola, por ella sabremos que Dios siempre colocó al hombre en el centro de su proyecto, quería que fuera feliz, pero el hombre no se conformó con lo recibido y su egoísmo lo llevó a querer más, ahí estuvo el origen del problema y aún continúa. Para conseguir lo que desea no duda en eliminar las normas justas establecidas para poner las suyas, las que lo favorezcan a él.
Jesús, valientemente, nos enseñó que debíamos abandonar los caminos equivocados que seguíamos pero no lo consiguió porque, después de tantos años, el hombre sigue haciéndolo mal con el prójimo y por culpa de esa tendencia hay unas diferencias sociales abismales y, por consiguiente, un mayor índice de pobreza.
Siempre fue bueno, y lo es ahora también, regular el funcionamiento social y religioso, es bíblico, pero el hombre lo convierte en malo cuando lo modifica para sacar ventajas.
Jesús no prohibía la limosna pero ésta no era interpretada de manera correcta, igual que sucede ahora, pues consideraban que hacerlo agradaba a Dios… ¿Ese era y es el deseo de Dios?
Si la historia nos dice que en Jerusalén, con esas prácticas sociales y religiosas, los mendigos no lograban abandonar la situación de marginación en que vivían y que en los alrededores del templo el número de ellos aumentaba y no disminuía, por el efecto “llamada”, pues por ello habrá que pensar ahora que la historia se repite… ¿Por qué seguimos con esa desviación en nuestro comportamiento?
Porque lo que hacemos con ellos en nuestros días está exactamente igual de mal que entonces.
El hombre religioso, guiado por su creencia, intenta comprar la misericordia de Dios con las limosnas. Lo hacían los judíos y seguimos haciéndolo los católicos. Ellos acudían al templo para entregar sus obligaciones monetarias con el prójimo y la religión, así dejaban limpia su conciencia. Pasan los años y seguimos haciendo lo mismo, con el agravante de que ahora tenemos mayores posibilidades económicas que entonces.
Dar limosna es bueno como terapia de choque, es decir, para solucionar con inmediatez una necesidad imperiosa pero si la sociedad la interpreta como el único camino de ayuda entonces hay que decir con fuerza que esa no es la solución.
Si quienes la practican lo hacen para ganar consideración ante los demás, y no para que ese día coma quien no tiene, están en un grave error. La solución, a mi entender, está en conseguir que depongan sus actitudes egoístas quienes administran las naciones y los mercados porque lo hacen para enriquecer a los países ricos a costa de debilitar, aún más, las economías de los países pobres o para aumentar las cuentas bancarias de quienes tienen muchísimo y aún quieren más.
Cuando se ayude a los países empobrecidos para que sean autosuficientes entonces se podrá decir que la justicia reina entre los hombres y que la igualdad entre ellos ya está más cerca.
La pobreza; cuando se tiene conciencia, confianza y fe en el Señor no impide al hombre compartir lo poco que posee con quienes se le acercan pidiéndole ayuda, la viuda lo hizo con el profeta. La riqueza, para desgracia de la humanidad, nunca mira hacia abajo y por eso pisa caminando a quienes sentados en el suelo esperan que los demás les dejen algo.

Jesús no se oponía pero sí denunciaba la injusticia. Lo hacía porque quería abrirnos los ojos para que así podamos descubrir a quienes tenemos que apartar de nuestro camino y para que aprendamos a tener nuestro criterio personal ante los acontecimientos de la vida y, sobre todo, ante la injusticia.



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