Colaboración de Paco Pérez
De
nuevo, se nos propone la pobreza como
tema de reflexión. Jesús ya nos mostró su preocupación por el prójimo, un
mendigo siempre lo es, pero la realidad nos enseña que la sociedad sigue siendo
injusta con él.
Para
entender mejor el tema no tenemos que olvidar la historia y, recordándola, por
ella sabremos que Dios siempre colocó al hombre en el centro de su proyecto,
quería que fuera feliz, pero el hombre no se conformó con lo recibido y su
egoísmo lo llevó a querer más, ahí estuvo el origen del problema y aún
continúa. Para conseguir lo que desea no duda en eliminar las normas justas
establecidas para poner las suyas, las que lo favorezcan a él.
Jesús,
valientemente, nos enseñó que debíamos abandonar los caminos equivocados que
seguíamos pero no lo consiguió porque, después de tantos años, el hombre sigue
haciéndolo mal con el prójimo y por culpa de esa tendencia hay unas diferencias sociales abismales y, por
consiguiente, un mayor índice de pobreza.
Siempre
fue bueno, y lo es ahora también, regular
el funcionamiento social y religioso,
es bíblico, pero el hombre lo convierte en malo cuando lo modifica para sacar
ventajas.
Jesús
no prohibía la limosna pero ésta no
era interpretada de manera correcta, igual que sucede ahora, pues consideraban
que hacerlo agradaba a Dios… ¿Ese era y es el
deseo de Dios?
Si
la historia nos dice que en Jerusalén, con esas prácticas sociales y
religiosas, los mendigos no lograban abandonar la situación de marginación en
que vivían y que en los alrededores del templo el número de ellos aumentaba y
no disminuía, por el efecto “llamada”,
pues por ello habrá que pensar ahora que la historia se repite… ¿Por qué seguimos con esa desviación en
nuestro comportamiento?
Porque
lo que hacemos con ellos en nuestros días está exactamente igual de mal que
entonces.
El
hombre religioso, guiado por su
creencia, intenta comprar la misericordia de Dios con las limosnas. Lo hacían los judíos y
seguimos haciéndolo los católicos. Ellos acudían al templo para entregar sus
obligaciones monetarias con el prójimo y la religión, así dejaban limpia su
conciencia. Pasan los años y seguimos haciendo lo mismo, con el agravante de que
ahora tenemos mayores posibilidades económicas que entonces.
Dar
limosna es bueno como terapia de choque, es decir, para solucionar con
inmediatez una necesidad imperiosa pero si la sociedad la interpreta como el
único camino de ayuda entonces hay que decir con fuerza que esa no es la
solución.
Si
quienes la practican lo hacen para ganar consideración ante los demás, y no
para que ese día coma quien no tiene, están en un grave error. La solución, a
mi entender, está en conseguir que depongan sus actitudes egoístas quienes
administran las naciones y los mercados porque lo hacen para
enriquecer a los países ricos a costa de debilitar, aún más, las economías de
los países pobres o para aumentar las cuentas bancarias de quienes tienen muchísimo
y aún quieren más.
Cuando
se ayude a los países empobrecidos
para que sean autosuficientes
entonces se podrá decir que la justicia reina entre los hombres y que la
igualdad entre ellos ya está más cerca.
La
pobreza; cuando se tiene conciencia,
confianza y fe en el Señor no impide al hombre
compartir lo poco que posee con quienes se le acercan pidiéndole ayuda, la viuda lo hizo con el profeta. La riqueza, para desgracia de la
humanidad, nunca mira hacia abajo y por eso pisa caminando a quienes sentados en
el suelo esperan que los demás les dejen algo.
Jesús
no se oponía pero sí denunciaba la injusticia. Lo hacía porque quería abrirnos
los ojos para que así podamos descubrir a quienes tenemos que apartar de
nuestro camino y para que aprendamos a tener nuestro criterio personal ante los
acontecimientos de la vida y, sobre todo, ante la injusticia.
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