Colaboración de Paco Pérez
Hemos
visitado el “Campo Santo” de Nerja,
es la primera vez que en estas fechas nos encontramos aquí y decidimos
acercarnos hasta él para conocer las costumbres que hay en este pueblo por esta
festividad.
Una
vez allí hemos comprobado que los modelos son casi idénticos, muchas flores en
todos los nichos es la tónica dominante en Villargordo
y aquí. La diferencia observada está en el colorido de las lápidas, en nuestro
pueblo el mármol negro o gris oscuro son los tonos que hay y el blanco se
emplea para los niños, aquí el blanco es mayoría.
Todos
sabemos que esta festividad gira en torno a la muerte de los seres queridos y
que está programada en una doble jornada: El 1 de noviembre es el día de “Todos los Santos”, en él se reza en los
templos por las “personas santas”
que fallecieron, y el 2 es el de “Los Difuntos”,
establecido para recordar a los familiares que nos dejaron y por ello las
actividades religiosas de dicho día se realizan en el cementerio.
Siempre
me mostré crítico con esta festividad porque la sociedad nunca le ha dado el
verdadero sentido que tiene. Digo esto porque desde que tengo uso de razón las personas,
durante unas fechas anteriores, acuden a los cementerios para adecentar los enterramientos
de sus seres queridos y en esos días el comercio hace un negocio incalculable a
costa de esa tradición sin sentido porque, para mí, es una inmoralidad gastar tanto dinero dentro de sus paredes pues ninguno
de los que allí están enterrados huelen el aroma de las flores o ven la belleza
de los elementos que adornan sus habitáculos (cruces, lámparas, floreros…).
Doña
Ana Cañas, la inolvidable “Anilla la del quiosco”, tenía unas
ocurrencias únicas y por eso son dignas de ser recordadas y comunicadas siempre
que la ocasión lo requiera, así no se perderán las perlas que nos regaló
durante su larga andadura terrenal.
Un
día estaba en “el quiosco”, su lugar
de trabajo; entró en él la persona de la “compañía
de seguros” con la que había acordado contratar una “póliza de decesos” y le dijo:
-
Ana, el otro día no hablamos de la tanda en la que quieres tener el “nicho”.
Anilla no se lo
pensó dos veces y le respondió con gran inmediatez y su habitual espontaneidad:
-
Me da igual, no pienso asomarme.
D. Francisco
Bautista,
conocido también por sus coetáneos como “Frasco
el de la botica”, también nos regaló una escena inolvidable una tarde,
cuando había escuela en jornada partida. A la salida, los jóvenes maestros (entonces
lo era) nos marchábamos con los mayores a “El Tropezón” para tomar café. Fueron
unas reuniones inolvidables aquellas, todos aportábamos alguna gracieta que
otra en la reunión pero las de D.
Francisco siempre eran inigualables.
Una
tarde, cuando el clima de la reunión cafetera estaba con el puntillo cómico
habitual, se acercó hasta nosotros el genial Tomás “El minico” y,
como siempre, llevaba sujetado con el brazo izquierdo un archivador de fichas
de clientes. Una vez integrado en la reunión su chistes reforzaron el
ambientazo pero nadie sospechó nada sobre cuál era el verdadero motivo de su
presencia allí hasta que Tomás, en
el momento que él consideró adecuado, le dijo a D. Francisco:
-
D. Francisco.
Éste
no le respondió y siguió con sus cosas pero cuando Tomás repitió la escena varias veces entonces fue cuando
comprendimos que buscaba algo allí, resultó que era hacerle a D. Francisco el seguro de “los muertos” y que éste no quería. Todo
quedó aclarado cuando le dijo:
-
¡¡¡Que nooo “Minico”, que nooo quiero el
seguro!!!
–
D. Francisco, le interesa mucho.
-
¿Qué negocio haría yo haciéndomelo para
engañar a la compañía? ¡¡¡Morirme al
día siguiente de firmar la póliza!!!
Pues va a
resultar que no. Cuando me muera, que me entierren si quieren y, si no, que me
dejen por aquí dando vueltas.
Los
pensamientos escritos por las celebridades se publican en los libros, en
páginas de Internet y, ahora, hasta los imprimen en las bolsitas de azúcar que
se nos sirven en las cafeterías, junto a la taza de café, para endulzarlo.
Si
Anilla y D. Francisco hubieran sido
personajes notorios sus reflexiones espontáneas sobre “la muerte” y “los negocios
que ésta genera” serían muy conocidas a gran escala pero la realidad es que
sólo las conocemos un reducido grupo de villargordeños.
La
forma que tiene el pueblo de participar en la festividad que acaba hoy es confusa,
nadie se ha preocupado de corregir y se sigue haciendo ajustados al guión de la
tradición y no al de la sensatez.
No
comprendo cómo el día 1, al atardecer, acude un gentío enorme y por ello no se
puede dar un paso en el recinto del Cementerio y cómo la iluminación, con
la infinidad de luces que se encienden este día, parece un ascua. El día 2 ya
es todo normal y sólo acuden unos cuantos, los de siempre, a la misa y a los responsos que la parroquia programa en el Cementerio y la iluminación ya queda limitada a las luminarias
que no se han consumido… ¿Por qué este
proceder si el único sentido de las fiestas debería ser el de reunirnos el día
2 junto a ellos para pedirle a Dios por sus almas?
Con
el paso de los años se va perdiendo, poco a poco y cada vez más, el carácter
religioso que tienen estos días y por eso creo que desaparecerán totalmente
para dar paso a las celebraciones que tienen un marcado cariz pagano, la noche
de Halloween. Mientras las personas
de nuestras generaciones estén por aquí dando vueltas, estos dos días seguirán con
la misma fuerza pero ya no faltan muchos años para que dejen de acudir a los cementerios
los jóvenes. Ellos pasarán de esta tradición porque, cuando llegue ese momento,
en el calendario se resaltará el día 31 de octubre, fiesta de Halloween, y las fechas del 1 y 2 de
noviembre pasarán a la historia.
Opino
así porque las generaciones venideras estarán dispuestas para ir a las
discotecas para divertirse en esa fiesta aberrante, disfrazados de cualquier
cosa menos de personas y nadie se acordará
de acudir a los lugares mencionados para rezarle a los padres, hermanos,
esposas o a llevarles flores, porque serán prácticos y, para evitar las viejas
costumbres, los incinerarán. Por eso
no habrá que preocuparse de las lápidas, nichos, flores, luces, adornos,
limpiezas, visitas… Preferirán gastarse los euros que generan esas atenciones en
“combinados fresquitos” o en “comida rápida” para salir del paso en
esas noches festivas.
Digo
esto porque ayer conocimos un ejemplo que se corresponde con la realidad futura
que acabo de exponer y por él intuyo que puede darse. Antes de entrar en el
cementerio nos encontramos con unos amigos mayores que venían de atender las
bóvedas de sus dos jóvenes hijas, fallecidas hace unos años. Su pena era doble
porque sufrieron con los recuerdos vividos mientras estuvieron en el recinto y
porque comprobaron que ni los hijos de ellas y sus viudos se habían preocupado
de adecentarles los nichos. Venían muy cabreados con lo vivido un poco antes, creemos
que por eso nos dijo Irene:
-
Si no venimos, los nichos no se hubieran
limpiado y no hubieran tenido ni una flor.
Contaron
esta realidad después de los saludos. Seguimos hablando de diversos temas y
Andrés nos preguntó por las razones de nuestra presencia en Nerja fuera de las
fechas veraniegas. Les comentamos que ahora había en nuestra familia una razón
que nos lo propiciaba, que la madre de Mari estaba todos los años en casa
durante seis meses y que al morir ya sí podíamos venirnos. También les
comentamos que aquí vivíamos más relajados y tranquilos.
Cuando
Andrés escuchó nuestras últimas razones nos regaló este dicho, muy popular aquí:
-
Los trapos viejos y los hijos, pocos y muy
lejos.
Al
separarnos, por estas dos frases, comprendimos el estado de ánimo que llevaban.
Si
profundizamos en el tema, sin rutinas, comprenderemos que las figuras de Anilla y D. Francisco se adelantaron a su tiempo porque comprendieron que
la muerte hay que tomarla con
desenfado y que no tenemos que entrarle al comercio en su juego.
En
Nerja este comercio se traslada hasta las mismas puertas del Cementerio y una
cofradía monta allí su mercadillo, algo que todavía no ha llegado hasta Villargordo.
La
casualidad hizo que descubriera, recorriendo el recinto, un hecho curiosísimo: [Un difunto ha dejado patente su amor profundo
y eterno al Real Madrid y por eso, como debió ser muy grande ese sentimiento,
le han grabado en la lápida el escudo.].
Una buena reflexión sobre la temática se contempla en el poema “No estoy ahí”, escrito por Mary Elizabeth Frye en
1932:
No te acerques a mi tumba
sollozando.
No estoy allí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos
soplando.
Soy como un diamante en la
nieve brillando.
Soy la luz del sol sobre el
grano dorado.
Soy la lluvia gentil del
otoño esperado
cuando despiertas en la
tranquila mañana.
Soy la bandada de pájaros que
trina.
Soy también las estrellas
que titilan,
mientras cae la noche en tu
ventana.
Por eso, no te acerques a
mi tumba sollozando.
No estoy allí. Yo no morí.
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