jueves, 5 de noviembre de 2015

APUNTES HISTÓRICOS SOBRE NUESTRO PUEBLO

Colaboración de Tomás Lendínez García
LA CASA DEL MIEDO, CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL
Capítulo I
La “casa del miedo”, hubo un tiempo en el que los lugareños llamaban así a un viejo caserón, situado en calle Tercia.

Ésta es una de las más antiguas del pueblo, está próxima a la iglesia y no muy alejada del ejido donde se encuentra el cementerio. El solar donde antaño estuvo aún se puede ver y es propiedad de la parroquia, aunque en la actualidad ya no es el que era porque está muy reducido. La causa de esta disminución está en que en aquella lejana época, y durante muchos años, no hubo reglamentos ni normas urbanísticas en nuestro pueblo y cada uno fue construyendo a su alrededor, según sus criterios o caprichos, hasta que quedó con las dimensiones actuales.
La casona que había construida en ese solar era dedicada por la parroquia para guardar en ella los donativos que los vecinos daban entonces al clero, éstos eran los productos que se recolectaban en las cosechas y lo hacían para cumplir con el precepto de los “diezmos y primicias” del campo, con los donativos recibidos se hacían tres partes y se repartían. En esta casa vivía un encargado y era conocido, popularmente, como el “recogeor”. El nombre de la calle, Tercia, venía de las partes que se hacían con los donativos para atender las necesidades de la parroquia.
Con la llegada al poder de los “liberales” estos locales dejaron de ser utilizados por la Iglesia con la finalidad comentada y comenzó a vender muchos de ellos en subasta pública, otros los empleó en diversas actividades y otros muchos se cerraron a cal y canto, como el de nuestro pueblo; así se recoge en el “Archivo Histórico  Provincial”.
Por tradición oral, pasada de una a otra generación, se sabe que cuando el Duque de Ahumada, don Francisco Girón, fundó la Guardia Civil, la Iglesia autorizó a dicho cuerpo, de manera provisional, a que ocupara la mencionada casa para que fuera utilizada como cuartel. Los primeros guardias instalados en ella fueron una pareja y un cabo, a los guardias les pusieron los “rondines”, tal vez, porque hacían una ronda de vigilancia al filo de la media noche por las solas y oscuras calles y ejidos próximos a ellas.
En aquellos años el fluido eléctrico aún no había sido instalado en Villargordo por lo que al caer la noche, al igual que en otras aldeas y pueblo, todo quedaba poblado de oscuros y tenebrosos rincones por eso quienes salían a la calle sólo vislumbraban el vacilante y rojizo resplandor de la luz que se desprendía de los farolillos de sucios y empañados cristales que algún que otro vecino había encendido, como ofrenda votiva, en la hornacina abierta en la fachada o muro de su casa para cobijar la imagen de una virgen, un santo o un crucificado de los que las familias eran fieles devotos. Esta añeja costumbre se popularizó por las tierras y aledaños del Santo Reino tras ser conquistadas por Fernando III, conocido con el apodo de “santo”, cuando expulsó de ellas al moro invasor.


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