Colaboración de Tomás Lendínez García
LOS DELINCUENTES Y SUS FECHORÍAS ATEMORIZABAN A
LOS HABITANTES
Capítulo II
Amparándose
en las tinieblas de la noche después de quedar todo más oscuro que la boca de
un lobo y en el desorden social que había durante reinado de Isabel II, todo
muy acentuado en Andalucía, donde unos pocos
tenían mucho y una gran mayoría se encontraban sin nada, la rapiña y el bandolerismo
local campaba a sus anchas por doquier asaltando diligencias, secuestrando a
dueños adinerados de cortijos para después pedirles rescate, haciendo
incursiones en aldeas y pueblos donde robaban caballos y yuntas con las que
comerciar en las ferias de ganado.
Los
mayores recuerdan aún, de haberlo escuchado de generaciones anteriores, que
venían a nuestro pueblo afamados bandoleros a las posadas y en ellas se
encontraban con los enlaces que usaban para traficar.
Se
comentaba que una noche inverniza, ya cerca de la madrugada, cuando aún no hay
luz y un leve fulgor de estrellas comienza a enseñorearse en la oscuridad y el
canto del gallo se oye por cobertizos y corrales; en esa hora letal y difícil,
cercana ya a la madrugada y, a veces, también siniestra por ser hora propicia
para morir; cuando la vecina servicial y obsequiosa que acompaña a la familia
que vela al moribundo, en voz baja y confidencial, les dice con la experiencia
que dan los años y de manera sentenciosa:
-
¡Difícilmente saldrá de esta madrugada!
El
prior, D. Fermín de la Torre Hueso, volvía
de administrar la Santa Extremaunción a un moribundo en la misma puerta de su
casa fue asaltado por unos facinerosos y, una vez dentro, al “ama” que lo cuidaba la amordazaron y la
ataron a los barrotes de la cama; al prior lo sentaron en una silla y lo
pusieron junto al fuego de la chimenea; le desnudaron las espaldas; metieron
monedas en la lumbre para calentarlas; las sacaban candentes de la brasa y se
las ponían en la parte desnuda. Así fue cómo estuvieron martirizándolo hasta
que consiguieron que les dijera dónde tenía el dinero.
Unos
días después, por el “barquero de la
Vegueta”, los “rondines”
supieron quiénes fueron los delincuentes que asaltaron la casa del prior pues, en
el atardecer de aquella madrugada, él había pasado en su barcaza al “Manzanitas” y al “Cabrero”, conocidos colaboradores del afamado bandolero Joaquín Camargo, más conocido por el
apodo de “El Vivillo” y éste, por
traficar con yuntas y caballos, visitaba Villargordo con frecuencia.
El
barquero, por la conversación que mantuvieron, se enteró de las intenciones con
que al pueblo llegaban. Cara le costó al barquero dar aquella información pues,
unos meses después, un día apareció muerto de una certera puñalada junto a la
ribera del río, en segura venganza.
En
otra ocasión a don Miguel Torres, médico
e hijo del pueblo, también lo asaltaron en una oscura calle y, al intentar
defenderse, un puñal quisieron clavarle en la espalda pero, gracias al espesor
y calidad del tejido de la capa con la que se resguardaba del frío, pudo
esquivar el golpe y con el bastón defenderse hasta que, a sus gritos de
auxilio, acudieron los “rondines” e
hicieron espantar a los delincuentes.
Debido
a estos sucesos, y a otros parecidos, apenas anochecía y el campanero, desde la
espadaña de la iglesia, daba el toque de ánimas los vecinos, temerosos y
precavidos, se recogían y atrancaban las puertas con aldaba, llave y tranca. Ya
nadie salía, a no ser por alguna imperiosa necesidad, ante el temor de
peligrosos encuentros.
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