Colaboración de Paco Pérez
Desde
que Dios alojó al hombre en el mundo éste ha padecido y ese dolor debemos analizarlo,
desde nuestra humanidad, husmeando en el origen
del problema y conociendo qué se ha
hecho para solucionarlo.
El
pueblo de Dios mantuvo con Él unas relaciones de rebeldía e incumplimiento de
las normas y de ahí los problemas que le sobrevinieron. Cuando las cumplían el
Padre los protegía y si el grado de su maldad se elevaba hasta unos niveles
intolerables entonces les daba la espalda y permitía que sus errores les
hicieran sufrir. Un ejemplo de esa dinámica está en las derrotas militares que tuvieron
ante los pueblos beligerantes que los invadían y la consiguiente deportación a otros
lugares.
A
pesar de estas situaciones el pueblo siempre mantuvo la fe en Dios, confiaban
en su perdón y en que les ayudaría a recuperar su libertad. Estos sentimientos
eran alimentados por los profetas que también sufrieron la deportación, ellos
se encargaban de que el pueblo no perdiera la esperanza.
Daniel
les anticipó, después de tener una
visión, la venida futura de Jesús; su doble condición, humana y divina; que
traería un mensaje universal y qué modelo de reino sería el suyo, eterno.
Por
ello, el pueblo esperaba la venida del Mesías
y sabía que tendría la condición de Rey. Por esa razón, cuando lo llevan ante
Pilato, éste da por hecho que lo es y, cuando
lo hizo, utilizó un tono interrogativo que precisaba de una confirmación
o de una negación. Jesús le confirma su condición de Rey y le da los detalles de su Reino.
La
acusación que los líderes religiosos
le hacen ante la autoridad política
se sustentaba en que predicó un modelo de reino no convencional. No lo
entendieron porque quienes ostentaban el poder religioso imponían unas
prácticas que no cuadraban con sus enseñanzas, por eso se escandalizaron y lo
acusaron.
Si
nos fijamos bien quedaremos sorprendidos por cómo se comporta una clase
religiosa que espera la venida de un Mesías y, a la hora de la verdad, no lo
reconoce. Él les predicó el Reino y ellos lo acusan ante quienes los oprimían,
los romanos. Es un comportamiento disparatado pero, cuando el hombre se ofusca,
ya no repara en nada y si tiene que aliarse con los enemigos lo hace.
Jesús,
cuando les predicaba el “Reino de Dios”,
sólo pretendía que el hombre tuviera una vida más digna y no el darle más
normas morales de las que ya le imponía el judaísmo.
Él proponía, para todos, un cambio interior que nos permitiera conocer cómo era
el Padre, qué nos pedía Él a cambio y cómo sería el mundo y la vida si todos
actuábamos como Él nos enseñaba.
Hay
que precisar que, aunque les habló con insistencia del “Reino de Dios”, la verdad es que no les relató en qué consistía y ellos
lo que hicieron fue intuir que les hablaba de su venida, lo que les transmitía
un hilo de esperanza.
Desde
niños, el pueblo era educado en la creencia de un Dios grande, el rey de Israel
que los había sacado de la esclavitud de Egipto y los había conducido hasta la
tierra prometida. Por estas razones lo veían como un “liberador”, un “pastor”
y un “padre”.
En
agradecimiento por lo que les había ayudado comenzaron a llamarle “rey”. En su momento, los reyes no respondieron a las esperanzas
despertadas en el pueblo, los profetas les protestaban pero ellos hacían
entonces como hoy hacen los políticos que nos gobiernan: [Favorecer a los que más tienen y explotar a los pobres.].
En
aquellos años, las injusticias llevaron a Israel al desastre y, aunque han
pasado muchos años, la historia se repite de manera periódica. La crisis actual de la humanidad es fiel reflejo del pasado y demuestra que
nunca aprendemos de él.
Jesús
les dijo: [El reino de Dios ya ha llegado.].
Este anuncio les impactó porque Israel
estaba oprimido por los romanos, los campesinos por los ricos
y, en el conjunto social, imperaba la corrupción
y la injusticia.
Ante
esta realidad que los ofusca Él les dice:[El
reino de
Dios está
dentro de vosotros.].
Lo hace para que comprendan que la fe es una fuerza liberadora que está en
medio de los hombres y que por ello todos pueden hacerla suya.
La
esencia del “Reino de Dios” es: [Vivir con dignidad.]
No
obstante, a las personas no se les
ofrecía desde el templo o desde
el poder político un trato digno que
les hiciera albergar la esperanza de mejorarla algún día. Jesús, conocedor de
lo que ocurría, se compadeció de ellos y les mostró la bondad y la misericordia
del Padre para que pudieran construir, ajustados a sus normas, una sociedad con
una convivencia más justa y solidaria.
Si
Dios es el “defensor de los pobres” es porque necesitan ser protegidos de la
maldad de quienes desean seguir acumulando
riquezas a costa de
ellos.
Cuando
Jesús les hablaba establecía la esencia del sentido del “Reino de Dios” y lo hacía así: [Es algo que está presente y al mismo tiempo está por llegar: la desaparición del mal, de la
injusticia y
de la muerte.].
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