viernes, 18 de diciembre de 2015

EL VINO, COMPAÑERO EN EL DESIERTO DE LA SOLEDAD

Capítulo III
  Colaboración de José Martínez Ramírez


                           V
Cuando los pámpanos cubiertos de rocío
regalan su brillo al ojo del caminante,
a través del rayo suave del sueño impío.
La liebre veloz y astuta, amante,

juega ajena, en las sombras de su libre albedrío,
bajo los zarcillos rizados en los alambres.
El viticultor mira cómo se acerca el estío
y cómo el vigoroso sarmiento que tiene delante

sujeta con fuerza, como a un hijo, el racimo.
Cierra los ojos y ve en el lagar un diamante,
de cereza y nuez, rosa y jazmín sombrío.

Mientras, el azul celeste baña a sus infantes,
las golondrinas orillan de barro sus picos
y se pierden entre el lejano viento de la tarde.


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