Colaboración de Paco Pérez
El
hombre no ha comprendido de manera correcta, desde el comienzo, qué papel
corresponde a cada uno de los elementos que Dios puso en el conjunto de la
Creación. Por esa incomprensión habitual el comportamiento que manifestamos
deja mucho que desear porque nos aleja, de manera sistemática, de lo que Él
desea que hagamos. Desde el principio Él fue encauzando nuestro caminar, ha
sido un proceso lento y adaptado a las personas y a los tiempos.
Esa
relación que debemos tener los hombres con Dios queda dibujada en el relato del
diálogo que mantiene Abraham con Él
cuando ese hombre rudo recibe unos encargos del Padre y él, guiado por su fe, confía de manera total y no le falla.
Como recompensa por su fidelidad
recibe la promesa de tener una familia gigantesca, él sabía que su mujer era
estéril y, a pesar de ello, sigue confiando en Dios. Para los hombres del S.
XXI… ¿Es una prueba suficiente de que el
hombre no puede entender nunca lo que Dios hace y que por ello no puede dejar
de confiar en Él?
Con
el paso de los años Dios da el paso definitivo para establecer cómo deben tratarse
los hombres y para ello nos envió a Jesús. La manifestación pública del mensaje
de Jesús no encontró en ellos la respuesta acertada, incluso sus discípulos no
lo entendían, esta realidad le hacía pasar por momentos difíciles, sentirse mal
y, cuando le ocurría esto, Él se
retiraba a los lugares solitarios… ¿Para qué?
Para
meditar, acercarse al Padre, buscar su ayuda, contarle lo que le ocurría, sentirse
protegido por Él, es decir, REZARLE…
¿Esta práctica de Jesús puede servir al
hombre como camino para comprender cómo debemos ORAR?
Debería
serlo pues, cuando subió al monte, fue porque se sintió abandonado por todos y
buscaba el respaldo del Padre. En esa situación ocurrió la transfiguración y, al presenciarla sus discípulos, éstos tuvieron ya
la respuesta para sus dudas pues la nula comprensión que habían tenido de sus
enseñanzas se transformó en luz. Ellos quedaron impresionados pero no dieron en
aquellos días testimonio de lo que habían presenciado, además, en aquellos
momentos no habrían sabido explicarlo porque el mensaje de la visión fue
demasiado elevado para ellos.
Jesús,
a diario, tenía un comportamiento muy sencillo y por eso nadie podía ver en Él
su doble condición de hombre e Hijo de Dios. Por la segunda tuvo la ventaja de
conocer los secretos del Padre y esa experiencia le hizo ser un hombre dedicado
de lleno a proclamar que “Dios era el
Padre de todos” y que debíamos luchar por alcanzar su “reino”. Su enseñanza diaria era práctica y nos debería servir como
camino; de Él debemos aprender, de una vez y para siempre, que Dios no es un
concepto teórico y sí una experiencia de vida que nos fue regalada durante su
vida pública.
El
error que cometemos es que teorizamos mucho sobre el hecho religioso y después hacemos
pocas cosas prácticas y Jesús se caracterizó por todo lo contrario.
Nos
enseñó cómo debíamos buscar a Dios y lo hacía retirándose a lugares solitarios.
Allí, en silencio, escuchaba los mensajes del Padre, ahí estaba su fuente
inspiradora. Para conseguir esa línea de comunicación con el Padre hay que
empezar por confiar totalmente en Él pues entonces seremos hombres liberados de las tradiciones
y costumbres del lugar o de los modelos rígidos que nos han
inculcado desde el pasado, le seremos fieles y tendremos algo bueno que ofrecer
a los demás.
Los
judíos lo tenían todo programado en el tiempo, incluso cuando tenían que rezar,
pero para Jesús lo importante no
estaba en hacerlo siempre a una hora y en un lugar sino en buscar, en el acto de REZAR, el encuentro íntimo y silencioso con el Padre. Este acto no lo
podemos convertir en una obligación más de cada día, además del trabajo. Debe
ser un encuentro deseado en el que recibamos la fuerza para caminar sin
desviarnos. Nuestra oración diaria la haremos con sencillez; en soledad, para
que no haya testigos; sin gestos o palabras rebuscadas en los rituales; sin buscar
que los demás vean que somos muy religiosos y buenos y sin engañarnos a
nosotros mismos.
Cuando
nos presentemos ante Dios deberemos saber que Él conoce perfectamente y en cada
momento qué necesitamos y qué no. Si meditamos sobre las cosas que nos ocurren
es posible que logremos ver con claridad su intervención y entonces deberemos
comprender, cuando nos sintamos no correspondidos, que en algo habremos fallado
o que se escapa de nuestras posibilidades el ver dónde está la causa y el por
qué. Pensemos que Él siempre quiere para nosotros lo mejor y que nunca irá en contra
nuestra.
El
comportamiento que cada hombre tenga durante su vida será quien determine su
futuro en las cosas de Dios. Los hay que sólo se preocupan de llevar una vida
licenciosa y sin sacrificios, teniendo como meta las cosas terrenales… ¿Qué recibirán después?
Según
San Pablo, ese proceder los llevará a la perdición. En nuestras manos está el
caminar de una forma u otra.
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