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sábado, 26 de marzo de 2016

JESÚS HA RESUCITADO

Colaboración de Paco Pérez
La muerte de Jesús debió ser impactante, de manera especial, para quienes lo conocieron con más cercanía e intimidad y también para las gentes sencillas que lo habían amado por sus obras y seguido hasta el último momento en su desgracia.

Ese final no lo esperaba nadie porque un hombre que pasó su vida haciendo el bien, amando a todos los hombres y perdonando no tenía que haber sido tratado como si fuera un delincuente y por esta circunstancia mucha gente se preguntaba… ¿Cómo pudo abandonarle Dios y permitir que acabara así
En estas situaciones es cuando el hombre no comprende por qué ocurren las cosas y entonces, a veces, es cuando lanza contra el Padre esas increpaciones.
Los discípulos reaccionaron huyendo, temerosos de que hicieran con ellos, y muy desconcertados.
Unos días después les sucedió algo que los transformó y que es difícil de explicar, lo fue antes y lo es ahora. Los que se fueron asustados hasta Galilea regresaron a Jerusalén llenos de fuerza y con ella, en nombre de Jesús, proclamaban sin miedo que Él estaba vivo.
Las gentes sencillas no habían comprendido lo ocurrido y por eso todos los habitantes se preguntaban, al ver la reacción que tuvieron:
- ¿Qué les ha hecho cambiar a éstos?
Ellos sólo les decían:
- Jesús está vivo. Dios lo ha resucitado de entre los muertos.
Este mensaje lo afirmaban totalmente convencidos, sin dudarlo. Esa seguridad les permitía permanecer unidos; a diario, en las celebraciones y cuando eran perseguidos.
Recordemos que a las mujeres se les dijo:
- ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
No debemos pensar que Jesús resucitó para seguir viviendo la vida igual que antes de ser crucificado sino como un paso previo para entrar de manera definitiva en lo que le esperaba junto a Dios, una situación nueva donde la muerte no tendría ningún poder sobre Él, es decir, seguía siendo el mismo pero no el de antes. Por esta razón, cuando se les aparece se comporta como una persona normal pero no lo reconocen, en ese momento, mientras les habla; estaba junto a ellos pero no permanecía a su lado, se marchaba; era real, pero ya no convivía con ellos como en el pasado... No tenían dudas de que era Jesús pero sabían que la nueva realidad era diferente.
Jesús, que era hombre, sufrió como cualquier otro hombre al conocer que su vida terrenal tendría el mismo final que la de todos los humanos; en ese momento Dios acudió en su ayuda y le regaló su nueva vida. La grandeza de Dios está justamente ahí, en ese acto que regaló a su Hijo.
Los humanos, en su mayoría, lo entendemos como un final sin continuidad pero la “Muerte y Resurrección” de Jesús nos enseñan que debemos vivir con alegría y fe, sentimiento que se despertó en los discípulos cuando tuvieron la suerte de ver a Jesús después de morir. Entonces fue cuando comprendieron el verdadero sentido de la vida, en ella la muerte no es el final de todo sino el principio de algo nuevo, diferente y mejor.
Hay quienes se empeñan en dejar reducidos los acontecimientos finales de la vida de Jesús a un “hecho histórico” pero la realidad es bien diferente, es un suceso en el que se fundamenta la creencia de que Jesús es Hijo de Dios y que, a su vez, fue un hombre como nosotros.
Aceptando esta realidad bíblica nuestra vida se llenará de esperanza y fe para no defraudar al Padre. Los primeros cristianos pensaban así y trabajaban para disfrutar del Reino cuando les llegara el momento de cruzar la frontera que separa la VIDA de la MUERTE. La resurrección de la humanidad se contempla en 1Cor 6,14: [Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su fuerza.].
Pedro dio testimonio de la Resurrección de Jesús y, cuando lo hacía, les comentaba que los discípulos elegidos por Él, después de resucitar, comieron y bebieron  en su compañía. También les habló de que sólo ellos tuvieron la suerte de verlo y que recibieron el encargo de predicar a todos los hombres.

Con la Muerte y Resurrección de Jesús aprendemos que ambas nos marcan los puntos de final e inicio de etapas diferentes y que somos invitados a realizar los deberes terrenales para que después, cuando acabemos aquí, seamos acogidos allí porque supimos renunciar a lo terrenal.




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