Colaboración de Paco Pérez
La
alegría, a mi entender, es una semilla que ya llevamos al
nacer porque nos la regaló Dios y que las personas deberemos cuidar después
para que dé el fruto de ser nuestro estado
vital permanente, una realidad que no está presente en la vida de las
personas de igual manera. No lo está porque todos no reaccionamos igual ante
hechos similares debido a que nuestra valoración individual de los hechos
tampoco lo es debido a que no tenemos las mismas prioridades, nuestras
actitudes en la convivencia difieren… Podemos disimular qué situación de felicidad o infelicidad tenemos porque quienes nos rodean no leen nuestro
interior pero la verdad es que a nuestra conciencia
no podemos engañarla o silenciarla… ¿Podría estar ahí el secreto de la alegría o la tristeza individual?
Hay
muchos ejemplos en la Biblia que nos pueden ayudar a comprender el tema, hoy
tenemos varios y os propongo el del padre
que ve regresar al hijo que se marchó y ya lo creía perdido. Su AMOR
paternal se amplió con una disposición favorable para el PERDÓN, fue a su
encuentro, no lo rechazó y esa forma de actuar le hizo ser FELIZ… ¿Por qué? Porque
hizo en todo momento lo correcto. El otro hijo no tuvo la misma actitud hacia
el hermano y fue INFELIZ.
Si
nos preocupamos por conocer a Dios lograremos amarlo de verdad o de manera
diferente a como lo hacemos por norma, hacerlo así nos llevaría a respetar sus
normas y, por esa forma de actuar, caminaríamos rectos y disfrutaríamos de la felicidad que nos regala nuestra CONCIENCIA cuando está libre de
remordimientos.
Otro
ejemplo lo encontramos en el Sinaí,
cuando el pueblo liberado no
comprendió lo que Dios pretendía al sacarlo de Egipto. Se olvidaron pronto de
todo, no respetaron su normativa, se apartaron de Él empujados por su egoísmo e
impaciencia y estas acciones les generaron infelicidad
y dolor.
El
problema del hombre, a mi entender, no está en fallar sino en no rectificar el
rumbo de nuestro comportamiento. San Pablo falló de manera clamorosa a Dios
pero vio la luz a tiempo, enderezó su actuar reconociendo su error y, como
consecuencia de ello, Dios lo acogió entre los suyos. El ejemplo de San Pablo
me enseña que su mal comportamiento estuvo alimentado por el hecho de ser un
fiel cumplidor de su creencia religiosa, el judaísmo… ¿Era él culpable o
fueron los doctores de la ley?
Considero
que los dirigentes de ella montaron una actuación equivocada que lo empujó y él
lo que hacía era de buena fe, supongo que Dios así lo entendió y aprovechó esa
fuerza sincera que aplicaba contra los cristianos
para que, una vez convertido, esa que aplicaba como detractor diera sus frutos después como defensor.
Si
el hombre no procediera con LIBERTAD
en sus actos la felicidad no podría
tener entrada en él porque siempre echaría la culpa de todo a quien primero
pasara. El padre del “Hijo pródigo”
respetó su decisión libre de pedirle
su parte de herencia, no ató con prohibiciones al hijo y por eso, después de
caer en la miseria, éste pudo pensar sin presión, de ahí que la decisión de
volver la tomara después de una práctica SERIA,
REFLEXIVA y LIBRE de presiones.
MEDITACIONES FINALES
1.-
El hombre da importancia a las cosas
y a los actos que él considera que tienen un cierto valor material.
Dios encumbra los
detalles insignificantes, esos que para el hombre pasan desapercibidos.
2.-
La herencia de ser “Hijos de Dios”
la tenemos asegurada y la utilización buena o mala que estemos haciendo con
nuestra libertad determinará más adelante si la conservaremos, la aumentaremos
o la perderemos.
3.-
Trabajar por la recompensa material agota. Hacerlo sin buscar nada
más que ayudar al que lo necesita
alegra la vida.
4.-
Nos equivocamos cuando nuestro cumplimiento cristiano lo basamos en la práctica
de un buen comportamiento social que
está ausente de amor al necesitado.
5.-
¿Nos comportamos como el padre que
perdona al hijo dilapidador o como el
hijo cumplidor que no perdona a su desgraciado hermano?
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