Colaboración de Paco Pérez
El
pueblo de Israel siempre tuvo
problemas, la deportación a otros lugares fue uno de ellos y hoy se nos
recuerda en Isaías cuando estuvieron cautivos en Babilonia, de los sufrimientos que padecieron, de cómo se lamentaban
y cómo perdieron la esperanza de volver a Israel por esa realidad en que vivían
a diario, esto los llevó a pensar que Dios
los había abandonado.
El
profeta, conocedor del desaliento en que estaban sumidos, los reconfortó
recordándoles que el Señor es el
único y verdadero Dios y les
comunicó que debían mirar con fe el futuro pues pronto serían liberados del destierro.
En
la época de Jesús los problemas de
su pueblo fueron de otra índole, sus gentes estaban oprimidas por los impuestos que les imponían los poderes
militares y religiosos. La realidad era que la minoría gobernante vivía muy
bien a costa del esfuerzo de los agricultores, que eran mayoría, siendo éstos obligados
a pagarles tributos, tasas, impuestos y diezmos. El poder se los impuso como una obligación
pues con ellos pagaban a los
soldados para que les defendieran y protegieran sus tierras y a quienes los servían
en trabajos de administración y gestión.
Queda
claro que los impuestos recaudados no servían para impulsar acciones tendentes
a mejorar la vida de las personas más pobres y que quienes ocupaban puestos en la
maquinaria del poder eran quienes se beneficiaban de esos ingresos y con ellos vivían
muy bien. Roma les tenía fijados dos
clases de pagos y si se negaban a pagarles eran acusados de rebelión contra el Imperio. Los encargados de recaudarlos
eran los “publicanos”, Zaqueo fue uno de ellos.
Antes
de Roma, los gobernantes recaudaban
mediante el sistema judío de impuestos,
basado en los diezmos y primeros frutos de las cosechas,
justificaban su cobro diciéndoles que era una obligación con Dios y servían
para mantener a los sacerdotes del Templo y para pagar los gastos que
ocasionaba su funcionamiento.
En
medio de este panorama de imposiciones injustas y de pobreza extrema los “zelotes” se oponían con violencia al
sistema opresor, apareció Jesús y comenzó
a denunciar, sin violencia, las injusticias. A pesar de ello, quienes se
beneficiaban de los cobros se propusieron acabar con Él e intentaban pillarlo en algún desliz para denunciarlo y así
poder encerrarlo. En este clima de injusticia, un día se le acercó un grupo de
ellos y uno le dijo, está en Mateo 22,
15-21:
En aquel tiempo los
fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una
pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le
dijeron: maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las
apariencias.
Dinos, pues, qué
opinas:
- ¿Es lícito pagar impuesto
al César o no?
Comprendiendo su mala
voluntad, les dijo Jesús:
- ¡Hipócritas!, ¿Por
qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron el
denario. Él les preguntó:
- ¿De quién son esta
cara y esta inscripción?
Le respondieron:
- Del César.
Entonces les replicó:
- Pues pagadle al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Pasan
los años, el pueblo sigue sufriendo y Pablo tiene que escribir
a los cristianos de Tesalónica para recordarles lo que debían hacer: Mantenerse
firmes en la fe, practicar el amor y conservar la esperanza en Jesucristo.
Si
nos damos cuenta los hombres siempre pasamos por momentos de angustia
espiritual pero Dios siempre se
ocupa de nosotros para restablecer el orden perdido, lo hizo mediante Isaías y después con Pablo.
En
nuestros días los hombres aún no hemos logrado modificar el modelo social en el
que vivimos, un modelo deshumanizado en el que la verdad y la justicia son sustituidas
a diario por la mentira y la injusticia. Nos ocurre porque estamos gobernados
por personas sin alma y, consecuentemente, sin principios morales pues se
olvidan muy pronto de que gobernar es servir al pueblo y no servirse del poder que
le regalaron. Con este formato los desfavorecidos del sistema, aquellos que han
sido empujados a vivir así por él, son los primeros que sufren las
consecuencias de sus decisiones egoístas. Es lamentable que nos ocurra esta
situación porque sabemos que la verdad
es tan sencilla y nítida que teniéndola delante no la vemos o no queremos verla.
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