Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
TRABAJANDO CON LOS MENGIBEÑOS
Cuando
el señor Francisco vivía en
Villargordo se ganaba el sueldo trabajando dónde lo había y lo contrataban,
como le ocurría a la mayoría de sus habitantes entonces.
Cerca
de nuestro pueblo había dos fincas que entonces daban muchas peonadas al año.
La
de “Villa Conchita” o “El Palo” tenía dos casas cortijos, en
la de abajo vivía el administrador que llevaba la organización y control del
trabajo; en la de arriba había una
fábrica de aceite y la vivienda de los propietarios, éstos residían en Sevilla y solían venir por Navidad,
asistiendo en la parroquia a la “Misa
del Gallo”. Ésta estaba situada en el término municipal de nuestro pueblo y
ya no existe como tal porque está fraccionada, siendo varios sus nuevos
propetarios.
La
casa cortijo de “Maquiz” o “La Vega” está próxima al Guadalquivir, pertenece al término
municipal de Mengíbar, ésta no está fraccionada
pero ha disminuido en algo su extensión porque ha vendido parte de su
patrimonio.
Los
hechos de este relato se gestaron en esta finca, donde nuestro recordado “Cuco” y otros villargordeños trabajaban mezclados con los mengibeños, éstos eran mayoría porque el propietario era de Mengíbar.
Hoy,
las ocurrencias de Francisco las
escuché hace muchos años, cuando un paisano relató las cosas que les ocurrieron
cuando iban a trabajar a ella. Al estar ésta muy cerca de ambos pueblos pues contrataban trabajadores de uno y del otro y
por ello, como es lógico, cuando llegaba la hora del almuerzo se juntaban,
surgían durante él temas diversos y ahí es donde los de un pueblo y otro se
esforzaban para contar a los colegas las historias más rocambolescas, eso les
hacía que éstas les resultaran a los otros increíbles. Algunos de nuestros paisanos
las contaban en términos muy fantásticos y las adornaban con tintes de
brutalidad extrema para que así sus gestas fueran inigualables y para mostrar
su superioridad sobre los del pueblo vecino, eso hacía que los otros las
consideraran falsas.
En
ese ambiente laboral fue donde se forjó en Mengíbar
la leyenda de que los “villargordeños”
eran muy “brutííízimoz”. Con el paso
de los años a los “mengibeños no se
les podía convencer de que esa era una leyenda falsa, creada por la rivalidad
de aquellos trabajadores en plan gracioso pero, a pesar de ello y del paso de los años, ellos siguen fieles a su
creencia y siempre que recuerdan aquellos tiempos nos califican con su
característico “ceceo” diciendo:
-
¡¡¡Que zi, que ezoz nenez zon muy
brutiiizimoz, que trabajé con elloz y ze muy bien cómo zon!!!
Cuando
se cabreaban con alguno de los nuestros, al no tener imaginación, siempre
intentaban cabrearlo con la misma historieta:
-
Zois tan brutoz que un villargordeño fue
una noche de verano a dar de beber agua al mulo, la Luna estaba llena y se
reflejaba en el agua, él ze creyó que era un quezo y ze tiró de cabeza al agua
para llevarzelo a zu caza.
Algunas
veces los nuestros les recordaban esta otra historia que los cabreaba mucho
porque era una verdadera muestra de brutalidad:
-
Vosotros sí que sois brutos y ya no os
acordáis de aquel paisano que tenía un burro y un día pasó montado en él por
delante de la Torre que tenéis junto al Ayuntamiento, se le ocurrió mirar para
arriba, vio que en lo alto de ella había muchos jaramagos y decidió subir allí
al animal para que se los comiera.
–
Ezo es mentira y lo zabes muy bien
–le contestó muy ofendido el mengibeño.
Entonces
el villargordeño le dijo:
-
Si es mentira por qué se subió él a la
Torre con una soga muy larga, un extremo se lo ató al cuello y así lo subió él
solo.
–
Zabez que ezo no es verdad –le
argumentó muy malhumorado.
-
Tú sabes bien que cuando iba el burro
por la mitad le salía por la boca un metro de lengua y que un paisano que había
acudido al ver lo que hacía el dueño le dijo gritando… ¡¡¡Tírale fuerte que ze ríe!!!
Ahí
acabó la disputa porque el mengibeño se
dio por vencido y se alejó diciendo que iba a mear.
Los
argumentos anteriores eran, y son, conocidos por los habitantes de ambos
pueblos pero los que Francisco
protagonizó con ellos fueron inventados por él y se les ocurrieron sobre la
marcha y sin premeditación previa, eso es lo que diferencia a las personas
geniales de las vulgares.
Es
necesario aclarar que los nuevos hechos tuvieron lugar en una época complicada
para todas las familias por las limitaciones económicas que tenían para poder
comer a diario. Era la época en que después de la “alzada” y la “bina” de las olivas con los arados se
cavaban los suelos con las azadas para quitarles las hierbas y para emparejarles
el terreno. Francisco comenzó a
charlar en un descanso del trabajo con un mengibeño
y éste le contó una bravuconada, él dio por buena su historia, no le llevó la
contraria y cuando la conversación estaba en términos de normalidad le dijo:
-
Si supieras lo que hice ayer me dabas un
ganchazo.
El
otro se sintió intrigado y le dijo:
-
No zerá pa tanto el azunto.
–
Fíjate si será grave que cuando se lo
conté a mi mujer fue a por la escoba y me corrió por la casa, anoche no me
atreví a subir las escaleras y tuve que dormir abajo en la mecedora.
El
otro ponía la cara de mil formas diferentes y Francisco todavía no le había dicho lo sucedido, su asombro era
grande y le preguntó:
-
Nene… ¿Dime ya que te pazó?
-
Ayer empecé a cavar una oliva y vi que
una liebre estaba encamada, me acerqué con cuidado por detrás, no se movió y la
pillé. La iba a meter en la capacha viva y me miró, yo a ella, me dijo que la
soltara y, como me dio lastima, le hice caso.
El
mengibeño comenzó a reírse y, cuando se tranquilizó, le dijo:
-
Eztamoz pazando máz hambre que un
caracol pegao a un ciruelo, tú cogez una liebre y luego la zueltaz… ¡¡¡No me lo
puedo creer!!!
-
Tú haces lo que quieras pero así pasó y
por eso me iba a matar mi mujer a escobazos –le respondió Francisco.
Cuando
se juntaron a comer le contó a los otros compañeros la historia de la liebre y
todos decían igual que él.
Unos
días después seguían cavando olivas, la escena de la liebre se presentó de
verdad a Francisco y éste tuvo la
habilidad de cogerla. Cuando la tuvo bien cogida de las patas llamó al mengibeño y a los otros trabajadores y,
cuando salieron de las olivas, les dijo:
-
Aquí tengo otra liebre… ¿Es verdad o
mentira?
A
continuación le dio un par de palmotazos en los cachetes y le dijo dirigiéndose
a la libre:
-
¡¡¡Ahora a correr y a buscarte la vida!!!
Cuando
la soltó la liebre desapareció dando saltos, los compañeros no daban crédito a
lo que veían y a los mengibeños les
metió el resuello para dentro durante una temporada.
En
otra ocasión Francisco fue
contratado en “Maquiz” para arar, ya
estaba el otoño avanzado y la mañana era más bien fría. Cuatro pares de mulos
fueron hasta la tierra que tenían que remover, los pusieron en besana y Francisco iba el primero. Mientras
dieron la primera vuelta él maquinó la estrategia para cabrear a los mengibeños que iban detrás… ¿Qué hizo
para lograrlo?
Se
quitó los calzones y los calzoncillos, los ató con una tomiza, se los colgó en
bandolera y siguió arando sin decir nada. Los otros estaban sorprendidos y no
comprendían porqué hacía aquello si hacía un frío tremendo. A la cuarta vuelta
comenzó con el siguiente paso, abrió las piernas, se agachó, metió la cabeza
entre ellas y les preguntó:
-
¿Cómo los tengo, grandes o chicos?
Cada
vez que daban la vuelta repetía la pregunta y así estuvo hasta que acabaron la jornada,
algo increíble pero real.
Pues
como “El Cuco” hubo otros que, con
acciones de este estilo, ponían a nuestros vecinos contra las cuerdas y de ahí
que sus mayores sigan creyendo que somos muy brutos.
Muy buenas historias de mi abuelo gracias por acordaros de el.
ResponderEliminarAna Méndez Moreno.