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sábado, 26 de mayo de 2018

LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Colaboración de Paco Pérez
Con el paso de los años el hombre de nuestros días se encuentra en la encrucijada de tener que decidir si sigue viajando junto a los dioses que no nos comprometen con nada ni con nadie pero que sí nos alejan del único Dios: El apego a la acumulación de dinero por procedimientos ilegales, la consecución del poder para servirse y no para desarrollar el bien colectivo, actuar de manera injusta porque guiarse por principios morales no está de moda…

Dios, desde siempre, ha desarrollado su actuación de una forma que no es entendida por el hombre: Creando, dándose a conocer con procedimientos diversos, estableciendo normas de comportamiento con el ejemplo, perdonando, ayudando… Pues el hombre, siendo el ser más importante de su obra, aún no ha llegado a comprender cómo desea que nos comportemos con Él y con nuestros semejantes.
La historia nos recuerda cómo el hombre, en el pasado, siempre adoró a diferentes dioses sin percatarse que éstos no le resolvían nada. Pasan los años y en nuestros días, a pesar del progreso y del desarrollo cultural que hemos tenido, en el plano religioso seguimos mostrando nuestro rechazo al único Dios y abrazándonos a los dioses modernos de nuestros días: El dinero, como seguro de felicidad; el poder, porque lo utilizamos para dominar a los demás y no para servirlos; el placer desenfrenado, en sus diferentes formas, como consecuencia de la ausencia de principios morales…
Esta temática la abordó Moisés recordándoles que el Padre los escogió, entre todos, como pueblo elegido para mostrarles la grandeza del Señor, su único Dios. Para convencerlos les estableció una comparativa con los otros dioses y para ello, manejando los acontecimientos recientes que vivieron en Egipto, les recordó las cosas buenas que les hizo el Señor, así fue cómo intentó demostrarles su grandeza. Recordadas esas realidades les pidió que reconocieran al Señor como el único Dios, en el cielo y en la tierra, y que cumplieran los mandamientos y preceptos que él les comunicó cuando los recibió del Señor.
Los que entienden sus relaciones con el Señor así y cumplen sus preceptos le gritan con alegría y amor filial… ¡¡¡Padre!!!
Quienes lo hacen rechazan la esclavitud y el dolor que regalan los dioses y porque aman la libertad y felicidad que Él nos inculca, son estados de vida contrarios.
Un tiempo después vino Jesús, el Hijo del Padre, y desarrolló de manera práctica lo que debían hacer los cristianos pero, a pesar de vivir como aconsejaba, no fue comprendido y sufrió el rechazo y la muerte. Unos días después resucitó y se presentó ante los discípulos, éstos estaban confundidos, necesitaban que les diera un empuje final y recibieron el regaló del Espíritu Santo, ya no tuvieron dudas y perdieron el miedo. Jesús les indicó que fueran al monte en el que, en otros tiempos, tantas enseñanzas y prodigios les había regalado. Cuando estuvo ante ellos les expuso los poderes que tenía concedidos para actuar y les comunicó la misión que debían cumplir: Viajar hasta otros lugares para hablar a sus gentes de los principios de vida que debían practicarse, enseñarles la forma de hacer nuevos discípulos y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como despedida les comunicó que estaría con los hombres todos los días de su vida hasta que llegue el final del mundo.
Así, quienes escuchan la Palabra, asimilan su mensaje y lo practican es porque reciben la fuerza del Espíritu Santo y entran a formar parte de los hijos de Dios. Recibir esa condición empuja a las personas a vivir con espíritu alegre, por el simple hecho de serlo, porque Dios libera pero los dioses esclavizan, cargando de cadenas y temores a las personas.




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