Colaboración de Paco Pérez
Con
el paso de los años el hombre de nuestros días se encuentra en la encrucijada
de tener que decidir si sigue viajando junto a los dioses que no nos comprometen con nada ni con nadie pero que sí nos
alejan del único Dios: El apego a la acumulación de
dinero por procedimientos ilegales, la consecución del poder para servirse y no
para desarrollar el bien colectivo, actuar de manera injusta porque guiarse por
principios morales no está de moda…
Dios, desde
siempre, ha desarrollado su actuación de una forma que no es entendida por el
hombre: Creando, dándose a conocer con procedimientos diversos, estableciendo
normas de comportamiento con el ejemplo, perdonando, ayudando… Pues el hombre,
siendo el ser más importante de su obra, aún no ha llegado a comprender cómo
desea que nos comportemos con Él y
con nuestros semejantes.
La
historia nos recuerda cómo el hombre,
en el pasado, siempre adoró a
diferentes dioses sin percatarse que
éstos no le resolvían nada. Pasan los años y en nuestros días, a pesar del progreso y del desarrollo cultural que
hemos tenido, en el plano religioso seguimos mostrando nuestro rechazo al único Dios y abrazándonos a los dioses
modernos de nuestros días: El dinero, como seguro de felicidad; el poder, porque lo utilizamos para
dominar a los demás y no para servirlos; el placer desenfrenado, en sus diferentes formas, como consecuencia de
la ausencia de principios morales…
Esta
temática la abordó Moisés recordándoles
que el Padre los escogió, entre
todos, como pueblo elegido para mostrarles
la grandeza del Señor, su único Dios. Para convencerlos les estableció
una comparativa con los otros dioses
y para ello, manejando los acontecimientos recientes que vivieron en Egipto, les recordó las cosas buenas que les hizo
el Señor, así fue cómo intentó
demostrarles su grandeza. Recordadas esas realidades les pidió que reconocieran al Señor como el único Dios, en el cielo y en la tierra, y que
cumplieran los mandamientos y preceptos
que él les comunicó cuando los recibió del Señor.
Los
que entienden sus relaciones con el Señor
así y cumplen sus preceptos le gritan con alegría y amor filial… ¡¡¡Padre!!!
Quienes
lo hacen rechazan la esclavitud y el dolor que regalan los dioses y
porque aman la libertad y felicidad que Él nos
inculca, son estados de vida contrarios.
Un
tiempo después vino Jesús, el Hijo del Padre, y desarrolló de manera práctica lo que debían hacer los
cristianos pero, a pesar de vivir como aconsejaba, no fue comprendido y sufrió el
rechazo y la muerte. Unos días después resucitó y se presentó ante los
discípulos, éstos estaban confundidos, necesitaban que les diera un empuje
final y recibieron el regaló del Espíritu
Santo, ya no tuvieron dudas y perdieron el miedo. Jesús les indicó que fueran al monte en el que, en otros tiempos,
tantas enseñanzas y prodigios les había regalado. Cuando estuvo ante ellos les
expuso los poderes que tenía concedidos para actuar y les comunicó la misión que debían cumplir: Viajar hasta
otros lugares para hablar a sus gentes de los principios de vida que debían
practicarse, enseñarles la forma de hacer
nuevos discípulos y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Como despedida les comunicó que estaría con los hombres todos los días de su
vida hasta que llegue el final del mundo.
Así,
quienes escuchan la Palabra, asimilan su mensaje y lo practican
es porque reciben la fuerza del Espíritu
Santo y entran a formar parte de los
hijos de Dios. Recibir esa condición empuja a las personas a vivir con
espíritu alegre, por el simple hecho de serlo, porque Dios libera pero los dioses
esclavizan, cargando de cadenas y temores a las personas.
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