Colaboración de Paco Pérez
Capítulo VII
OTRAS ACTIVIDADES DEL LOCAL-II
El
“Cine Cervantes” compaginó durante algunos
años una actividad que no guardaba relación con la matrícula industrial con la
que estaba legalizado para abrir sus puertas al público y por la que pagaba sus
impuestos, ofrecer al público espectáculos cinematográficos mediante la
comercialización de películas en su local.
Hoy
vamos a recordar que este local, en momentos puntuales y como actividad
ocasional cuando estaba libre de su verdadera actividad, era contratado como “salón de bodas” por los “bares” que en aquellos años servían los
“banquetes nupciales” con los que las
familias de los contrayentes agasajaban a sus invitados en estos actos sociales
tan emotivos y numerosos. El cine hacía este servicio porque no había en el
pueblo otro local que les permitiera acoger a tan elevado número de invitados y
por esa razón, en aquellos años, su utilización fue ineludible a pesar de
reunir unas condiciones higiénicas lamentables.
El
local era habilitado para estos eventos con antelación por Antonio Castellano “El largo de Agustín”, su hijo, para
delimitar el espacio utilizable.
Esta
acción preparatoria consistía en apilar las sillas para formar una pared con
ellas. Éstas, cada 4 ó 5, estaban unidas con unas tabletas alargadas que habían
sido clavadas con puntas en los espaldares y en las patas.
La
empalizada formada iba desde la puerta de entrada que había junto a la taquilla
hasta la de salida al patio que conducía al cine de verano, es decir, de pared
a pared. Con esta acción el señor Antonio impedía el paso de los invitados a la
zona de la “taquilla” y a la “cabina del operador”.
Paralela
a ella se montaba la mesa de los novios, dándole la espalda a las sillas
apiladas. Las de los invitados eran montadas en perpendicular a la de los
novios, eran larguísimas porque iban desde arriba hasta las puertas que había
próximas al escenario y al patio, entonces se dejaba libre un pasillo para que
entraran y salieran los novios y los invitados.
A
continuación se ponían, alineadas con las anteriores, otras tantas mesas de
menor tamaño que llegaban hasta la pared del escenario, elevado éste un metro y
medio de las baldosas rectangulares de cerámica que pusieron como pavimento del
local.
En
el escenario se situaba la “orquestina”,
nombre que entonces se daba al conjunto de músicos que amenizaba la fiesta
durante la comida y después en el tradicional “baile”, tan esperado y deseado por los jóvenes porque no tenían
muchas oportunidades para bailar.
A
los músicos también les ponían una mesa en el mismo escenario.
A
éste se accedía por una escalinata de madera que servía para los músicos y los
camareros, por ella éstos podían entrar y salir a la habitación que servía de
cocina y despensa para que el servicio de restaurante desarrollara su trabajo.
Esta habitación también tenía otra puerta cuya entrada y salida era por un
patio que se comunicaba con el local de invierno mediante dos escalones y con
el local de verano mediante una puerta de madera que siempre estaba cerrada.
Debemos
recordar que en aquellos años los menús eran muy sencillos porque consistían en
un plato con jamón, queso, chorizo,
salchichón y platos con avellanas, aceitunas, almendras y patatas fritas… ¡¡¡Y
muchos bollos!!!
Las
bebidas habituales eran la cerveza de la marca comercial Alcázar, de Jaén; vino, el blanco era el más frecuente entonces, y
los refrescos de naranja y limón que había en aquellos tiempos.
Como
remate del menú, también se servía a los comensales, como postre, unos dulces
que en aquellos años eran muy celebrados porque no se comían a diario como
ahora, entonces sólo en las fiestas o en las bodas.
En
aquellos años, si a un invitado no le apetecía comer más y tenía en ese momento
en sus manos un trozo de bollo pues lo dejaba en la mesa, lo normal, pero la
cultura de los tiempos y las circunstancias hacían que muchos de ellos, al
concluir el refrigerio, acabarán tirados en el suelo junto a las servilletas de
papel usadas, huesos de aceitunas y algún resto de comida. Antes de que los
camareros terminaran de barrer la basura del pavimento la “orquestina” reanudaba su actuación y el “baile” comenzaba.
Concluido el refrigerio de la boda el cine abría las puertas y se permitía que
entraran las personas que lo desearan y que no habían sido invitadas. Los que
entraban para presenciar el baile formaban, cuerpo con cuerpo, un cordón humano
deseoso de saltar al ruedo para sacar a las muchachas invitadas. Los pequeños,
yo lo era entonces, disfrutábamos en esta fase porque nuestra diversión
principal consistía en usar los restos de pan que había todavía en el suelo
para apuntar a la cabeza de alguien que estaba embobado con los bailarines e
intentar encestarle en la cabeza el trozo de bollo que lanzábamos por encima de
la barrera de los mirones. En estas pequeñas travesuras también participaba mi
gran amigo Bartolomé “Cuadricos”… Nos reíamos una enormidad
cuando observábamos el gesto raro que hacía la persona que había recibido el
impacto inesperado del trozo de pan. También observábamos a quienes bailaban y
uno muy bueno que intervenía siempre, aunque no estuviera invitado, era Pedro Gárate “El Chisque” (ya fallecido)… ¡¡¡Era
un gran bailarín!!!
En
estas bodas había una costumbre típica: Los mayores se reunían sentados
mientras sostenían una copa de licor en la mano, hablaban y fumaban sin parar,
las botellas de anís y coñac estaban llenas poco rato y, cuando acababa la
boda, ninguno se podía poner en pie y retornarlos a la casa se convertía en un
problema para las familias. A veces, hasta
el novio pasaba por esta situación y por ello se relata que ocurrió una
historia curiosa pero real. Entonces había en nuestro pueblo la ancestral costumbre
de que al día siguiente de la boda dos señoras de la familia de la novia iban a
la casa de los novios para llevarles el desayuno,
chocolate y churros. Ese novio fue uno de los que sucumbió la noche anterior
ante las delicias del aguardiente o
del coñac, agarró una buena “borrachera”, se fue a casa ayudado por
su flamante esposa, aterrizó en la cama como un avión con los motores
averiados, tuvo grandes dificultades para quitarse el traje, se durmió de
inmediato y roncó toda la noche. Ya estaba entrada la mañana cuando el llamador
metálico de la puerta rompió el silencio que había en la habitación, los novios
se despertaron bruscamente, ella se incorporó en la cama, se vistió y fue hasta
la puerta para abrir a quienes llamaban. El novio se dio cuenta de lo que
pasaba cuando su esposa le dijo que se levantara porque llamaban las del desayuno.
Él se apresuró, se mostró preocupado y, mientras se vestía, exclamó:
-
¡¡¡Madre mía, ya están aquí las del chocolate
y ésta sin f-----!!!
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