Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
ANÉCDOTAS DEL CINE “ROMERA”
Cuando
mi suegra, Josefa López Cañas “La caraba”, acabó el relato de sus
recuerdos sobre este cine tomó de nuevo la palabra y nos contó una historia
curiosa sobre él, ésta fue protagonizada por su hermana menor y las amigas
cuando eran pequeñas.
En
aquellos años era muy corriente que los pequeños entraran y salieran de las
casas sin dar explicaciones y sin que los mayores se las pidieran, sobre todo
en verano. Por esa realidad, una noche, como estaba el cine muy próximo a la
casa de sus padres, María “La caraba”,
Magdalena “La chocolata” y Antonia “La
pintá”, la hija de Miguelillo “El de los huertos” o “El pintao”, hicieron la travesura infantil
de subirse hasta una pared del corral y, por las paredes medianeras de las
casas colindantes, fueron con cuidado hasta las proximidades del cine para
poder ver gratis la película desde lo alto de una tapia cercana a él. Como eran
muy niñas entonces no valoraron los peligros que iban a correr pero en aquellos años las circunstancias de las
familias no eran las de ahora y por ello se decidieron a realizar su travesura.
Entonces, los padres no daban respuesta a los deseos de los hijos, todo lo
contrario de ahora; por esa razón no dijeron nada y decidieron que esa noche
verían la película que echaban por ese procedimiento. Cuando estuvieron
acomodadas en el lugar deseado se sintieron muy felices, se relajaron y, como
era muy tarde para su edad, cuando empezó la película lo que les ocurrió fue
que no la vieron porque se quedaron dormidas. Cuando acabó la función no se
dieron cuenta, continuaron roncando en sus incómodas butacas aéreas y no
regresaron a la casa de María.
Era
la hora de acostarse y como las familias no las encontraban pues tuvieron que
preguntar por ellas en casa de las amigas, mi suegra recordó que las vio salir
al corral y entonces sospecharon por esa información lo que podían haber hecho.
Los padres tuvieron que subirse por donde creían que estaban para ir en su
búsqueda, desde lejos observaron los bultos y cuando se les acercaron
comprobaron que una de ellas estaba a punto de caerse al suelo.
En
los años en que abrió sus puertas este cine
la familia del señor “dormido”
habitaban en la casa colindante a él y por esa razón Paco Huertas, que era su vecino, me comentó una anécdota curiosa.
El
“dormido era un terrateniente local
con bastantes posibilidades económicas y eso le permitía tener trabajando en su
casa a una muchacha como “criada”,
hoy esta profesión es conocida como “empleada
de hogar”. Como en aquellos tiempos había que ingeniárselas muy bien para
llenar la panza pues por el hecho de ser vecinos su hermano Antonio, Arturo y Gil charlaban
con aquella muchacha frecuentemente y en esas tertulias siempre salía el tema
del hambre que afectaba a tantas familias pero en esas charlas quedaba claro
que en la casa del señor “dormido” a
él, y a otros como él, no les afectaba, ella lo confirmaba y todos se
entristecían.
Como
eran jóvenes, le cantaban a la muchacha la estrofa de una canción que a ella le gustaba mucho y que entonces era muy popular:
[Querido padre mío].
La
letra encerraba un mensaje que reflejaba la realidad de la problemática social
de aquellos tiempos en nuestro pueblo, el dolor que entonces afectaba a tantas
personas por la penuria económica que sufrían y por las dificultades que tenían
para adquirir alimentos.
Esta
era la estrofa particular que ellos le cantaban y que se ha recuperado gracias
a los recuerdos de Paco Huertas:
Agua Padre mío,
agua dulce Padre.
Los trigos se secan
y las panzas arden.
De
estas conversaciones surgió un acuerdo entre los muchachos y ella para que les
ayudara, de vez en cuando, a pasarles algo que pudiera ir apartando de la
despena sin que la familia del señor “dormido”
se percatara de lo que estaba haciendo.
Un
día, ella les propuso que cuando se lo hubiera preparado y ellos estuvieran
en el cine haciendo los preparativos para echar la película que le cantaran y entonces
ella se lo haría llegar al cine por encima de la pared. De esta manera
convirtieron la estrofa cantada en “contraseña”
y así, cuando se la cantaban, algún chorizo
o morcilla volaba hasta ellos
por encima de la tapia medianera.
Dicen
que “la música amansa a las fieras”,
en este caso no las había y no tenían que amansarlas pero sí les sirvió para despertar la sensibilidad y la comprensión
de quien también tenía dolor por lo injusta que es la vida. En esta historia de
penas y de cante también se cumplió que “el
hambre agudizara el ingenio”, el que emplearon ellos, para llamar a la
puerta adecuada y encontrar a una buena muchacha que se la abrió arriesgando su
trabajo cada vez que les echaba algo para sus panzas por encima de las paredes.
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