Colaboración de José Martínez Ramírez
II
Antes
de arder la encina
sus
hojas eran fuertes,
vigorosas
y con espinas.
Ese
árbol, en ciernes
de
vivir una larga vida,
se
truncó aquel día
y,
no sé, quizá fue viernes.
En
él, un hacha maldita
mordió
su alma divina
para
que infinitos trenes
pasaran
haciéndola harina.
Entre
aquellas cenizas
no
quiero que se vulneren
los
órdenes de la vida.
Encontré
una rama fina
y,
como a quien muere,
la
enterré entre olivas.
Pasaron
años sin alegría,
hoy
fui y la vi de frente,
había
brotado mi encina.
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