viernes, 22 de junio de 2018

MADRID


Colaboración de José Martínez Ramírez
II
Madrid, después de Madrid,
debe pagar su justo castigo,
transformado en tardes de hastío
y congoja en la garganta.

El tiempo no frena ni se casa con nadie,
se aleja en un latido inmenso y trémulo
dejando la sal de los cuerpos en el recuerdo,
el ruido de la noche sin acento,
y la memoria desamparada, desnuda,
conmovedora y adelgazada en llanto.

Mis manos acarician a lo lejos el cielo de Madrid,
cierro los ojos y escucho la briega de sus calles.
Creo que merezco este momento de piedras,
de fuego en las venas y ojos humedecidos.
Es el paraíso para mis demonios desde hace décadas,
ellos me acompañan y los escucho reír de madrugada,
durante muchas e interminables madrugadas,
donde el visitante de Madrid, no puede dormir.


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