Colaboración de José Martínez Ramírez
II
Madrid, después de Madrid,
debe
pagar su justo castigo,
transformado
en tardes de hastío
y
congoja en la garganta.
El
tiempo no frena ni se casa con nadie,
se
aleja en un latido inmenso y trémulo
dejando
la sal de los cuerpos en el recuerdo,
el
ruido de la noche sin acento,
y
la memoria desamparada, desnuda,
conmovedora
y adelgazada en llanto.
Mis
manos acarician a lo lejos el cielo de Madrid,
cierro
los ojos y escucho la briega de sus calles.
Creo
que merezco este momento de piedras,
de
fuego en las venas y ojos humedecidos.
Es
el paraíso para mis demonios desde hace décadas,
ellos
me acompañan y los escucho reír de madrugada,
durante
muchas e interminables madrugadas,
donde
el visitante de Madrid, no puede
dormir.
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