Colaboración de José Martínez Ramírez
Y
lloraban las arenas
mire
usted qué maravilla,
pero
no lloraban de pena
lo
hacían de alegría.
Desde
Cádiz a la Barceloneta
las
gaviotas, por bulerías,
perfuman
el viento con crema
de
albahaca y manzanilla.
Llego
tarde princesa
se
me ha ido volando la vida,
ella
deshoja traviesa,
jugando
entre la mar y la quilla,
las
velas de tu barco de fresa.
Me
atrapó aquella maravilla
de
ciudad, de noches inmensas.
Mi
corazón, junto a su mejilla,
mi
mente, sonríe y regresa
del
Raval a Pinocho, de su naricilla
a
la catedral de Granada. Presa
para
siempre mi alma, curtida
entre
olivares sedientos, princesa.
Los
escalofríos son de algodón,
los
besos sinceros y escasos,
el
tacto perdió su timón
en
el umbral de lo invisible.
Los
ojos rojos en su balcón
sufren,
fijos por lo insufrible.
Es
siempre, piensa y no adiós,
sólo
palabras intangibles.
Siempre
balbucea mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario