Colaboración de Paco Pérez
ALMENARA
CAPÍTULO IV-B
Me
llevé una gran desilusión el día que visité
la cortijada de “Almenara” por
primera vez y, recorriendo su conjunto arquitectónico, fui fotografiando todo
lo que se me fue poniendo delante: Algunas construcciones se encontraban en un estado
calamitoso o ruinoso, otras se mostraban bien conservadas y muy pocas habían
sido restauradas recientemente.
En
el centro del conjunto aldeano me encontré, diseminados alrededor de una
amplísima “era”, una exposición de “aperos
de labranza” inservibles que habían sido abandonados allí desde hacía
algunos años y por esa razón mostraban al visitante con realismo –por estar
manchados de óxido- la huella inequívoca de los efectos erosivos que le habían
causado las inclemencias meteorológicas durante esos años de abandono. Durante
el recorrido por ella, al estar enclavada en un altozano, pude observar desde
allí los bellos paisajes de su entorno.
El
mítico recinto, observando el estado deplorable de algunas de sus
construcciones, me hizo volar al pasado y entonces recordé que entre aquellas
paredes habían quedado enterrados muchos relatos de trabajo dolorosos; los de la convivencia
entrañable que hubo entre los trabajadores; los del trato poco humanizado que recibieron de quienes los contrataban; las
anécdotas graciosas que protagonizaron,
sirviéndoles para reír, a pesar de que el día a día era para llorar…
Mientras
presenciaba con pena aquel pasado reciente me preguntaba… ¡¡¡Cuántos personajes célebres villargordeños trabajaron
en estos campos de sol a sol, malcomiendo y durmiendo peor, en alguna de estas
ruinas!!!
Cuando
apareció alguna edificación en estado de habitabilidad aceptable fue cuando pensé
que en alguna de estas viviendas sería donde se reunían ahora muchos cazadores
para reponer las energías gastadas después de haber pateado los entornos del
lugar para cazar en el “coto” la
perdiz, el conejo o la liebre.
En
el pasado, en esas viviendas
derruidas de “Almenara”, también se
alojaban sus propietarios durante la mayor parte del año y sólo venían al
pueblo o subían a Jaén durante los
días de fiesta; en las cocinas rústicas
se preparaban y comían los alimentos y los trabajadores, cuando acababan la
cena, se retiraban a sus confortables aposentos para dormir, los pajares que había junto a las cuadras…
¡¡¡Esos eran sus dormitorios y las camas
donde estiraban sus cuerpos cansados la paja que servía de alimento a los
animales!!!
Durante
muchos años nuestros paisanos trabajaron y vivieron en este lugar contratados,
sin firmas en papeles, a estas condiciones laborales de las que nunca se
hablaba pero sí se aplicaban: Pocos derechos y muchos abusos; poco sueldo para
una jornada laboral de sol a sol; comida no muy abundante y ligera de sustancias
grasientas, saboreando la carne cuando se mordían la lengua; las duchas no existían
y la práctica de higiene habitual consistía en lavarse como los gatos en
invierno, echarse en verano por la cabeza unos cubetazos de agua junto al pozo
o mojarse con la lluvia si les pillaba en la “besana” arando.
Cada
quince días “holgaban”, venían al
pueblo y cumplían este ritual: Traer el dinero a casa, asearse en mejores
condiciones, cambiarse de ropa, alimentarse mejor, cumplir con la parienta,
visitar el bar para reunirse en tertulia con los amigos y tomarse algunos vinos
de más. Los bares se llenaban, todos fumaban como carreteros y el humo salía
por la puerta como si de un incendio se tratara, la mayoría se emborrachaba,
entonces las voces llegaban hasta el cielo y las peleas eran más frecuentes que
en las películas del “Oeste”. En el
celuloide el valiente siempre desenfundaba más rápido que sus oponentes y
acababa con quienes se ponían delante pero en nuestros bares no se solucionaba
el problema con tanta rapidez debido a que, algunas veces, el camarero tenía
que llamar al Cuartel para denunciar
lo que pasaba, entonces se presentaba la pareja de la Guardia Civil en el establecimiento vinatero, identificaban a los
del follón, les daban unas cuantas “guascas”,
se acababa la pelea, los camorristas se quedaban más suaves que un guante y ya
se marchaban a su casa tranquilos.
Al
día siguiente, de madrugada, se marchaban andando hasta el cortijo para
realizar su jornada laboral… ¡¡¡Menudos
cuerpos llevaban para ir detrás del arado!!!
La
realidad descrita también tuvo sus excepciones pues hubo algunas familias
cortijeras que sí se portaron muy bien con sus trabajadores.
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