Colaboración de Paco Pérez
VENDEDORA DE ZAPATOS
Juana Torres “La Chocolata” fue una mujer inolvidable
porque sus ocurrencias y formas de ser alegraban la vida a quienes se relacionaban
con ella. Vivió en la calle Queipo de
Llano, hoy 14 de Abril, muy
cerca de la casa de mi abuela Rosa
Antonia y de mis padres por eso la
relación con nuestra familia fue grande
y, además, porque cada día iba Juana
a comprar a la tienda que montó el abuelo Cayetano,
aún estaba soltero. Cuando sucedieron los hechos del relato quien estaba de
tendero era Juan “El de Rosa Antonia”, el hijo pequeño.
El
comercio tenía una matrícula que le permitía vender de todos los productos
–desde una punta hasta un jamón- y, además, él tenía un funcionamiento muy
rentable: Adquiría grandes cantidades y
pagaba al contado, así conseguía unos precios más bajos. Lo que era una
ventaja también tenía algún que otro inconveniente, que algunos productos
tardaran en venderse o que se pasaran de moda. Por esta realidad algunos
artículos se quedaron sin vender, ese fue el caso de una partida grande de “botas de goma”, muy adecuadas para el campo en periodo de lluvias.
Cuando
Juana entraba a comprar comenzaba a
soltar sus ocurrencias, a mi tío le encantaba escuchar sus exageraciones y por
eso procuraba despacharla la última. Un día, cuando se quedaron solos y la
conversación retornó a la seriedad, ella le propuso a mi tío comprarle, a bajo
precio, el calzado campestre que él tenía sin vender, la mayoría eran botas de
goma de color rojo oscuro. Las graciosas palabras de Juana se juntaron con sus ganas de venderlas y acabaron haciendo el trato: Ella se las llevaba a su
casa, cuando las fuera vendiendo se las iría liquidando al precio acordado y,
si le quedaban algunos pares, Juana
se las devolvería.
Ella,
cuando llegó a su casa ya comenzó a pensar en el lugar más adecuado para montar
el negoció y, de pronto, tuvo la inspiración… ¡Pondría el escaparate en la primera alacena de la cocina!
Al
día siguiente sacó los chirimbolos que tenía para cocinar y le colocó la
bombilla, así la clientela podría observar las botas mejor por la noche y de
esa forma se interesarían más por sus artículos pues éstos, según ella, eran únicos
para la temporada aceitunera que ya estaba detrás de la esquina.
Cuando
fue otro día a la tienda mi tío ya le tenía preparado un saco lleno de botas, lo
cogió, se lo echó a cuestas y lo guardó en la alacena.
Como
fue una gran comercial, sin haber estudiado, supo anticiparse a las necesidades
de ese negocio. Por esa razón, antes de abrir su establecimiento al público,
comenzó con la publicidad oral para informar a los vecinos y conocidos sobre lo
que iba a vender. Estaba haciendo propaganda en la calle cuando pasó María, una conocida, y le dijo:
-
¿Te has enterado de que vendo botas para el campo muy baratas?
–
No me he enterado – le contestó.
Juana insistió con
su amiga:
-
Dile a tus mozuelos que vengan a ver las novedades que tengo para la aceituna.
–
Te aseguro que se lo voy a decir.
Juana no quiso
dejar de insistirle una ver más:
-
¡Que no se te olvide, ya verás cómo les gustan, quedan pocas y se están
vendiendo como rosquillas de tallos!
Cuando
se pasaron unos días María se
presentó en casa de Juana con sus muchachos
y ella los pasó a la cocina, abrió la alacena y, como todavía no había
acondicionado el escaparate, sacó de ella el saco atestado de botas, las vació
en el suelo y les dijo:
-
Ahí las tenéis, escarbar y os probáis las que mejor os estén.
Como
estaban sin clasificar pues a los muchachos, por más que buscaban y rebuscaban
en el montón, les resultaba muy difícil encontrar pares del mismo número y que
fueran adecuadas para ellos, entonces le reprocharon que algunas botas eran
para el mismo pie, pero ella ni se inmutó y les contestó así:
-
Muchachos… ¡No seáis tan delicados, vosotros no sabéis lo que pasamos los
mayores en otros tiempos para podernos calzar unas botas como estas!
Ellos
insistieron y ella reaccionó para intentar buscarle solución al problema que le
estaban planteando, improvisó, cogió una bota, la forzó con sus manos y después
les dijo:
-
¡Así se arregla el problema y, como habéis visto, la bota ha quedado derecha!
Con
la ocurrencia y sus palabras mágicas logró que se rieran, que siguieran
buscando, que encontraran unas de sus números y que se las probaran. Cuando las
tuvieron puestas les dijo:
-
¡Esas son las vuestras, ni pintadas os hubieran quedado mejor!
Tan
hábil fue que poco a poco vendió la colección de invierno aunque los
compradores, después de la jornada laboral en los olivares, regresaran a casa con
los pies en mal estado porque unos tenían rozaduras o ampollas y otros las
traían ya rotas.
Éste
fue el problema más fuerte que tuvo que lidiar Juana con los compradores pues era lógico que se les rompieran
pronto pues llevaban fabricadas mucho tiempo y los materiales ya habían perdido
parte de su consistencia. Cuando ocurría esto la visitaban para protestarle,
ella los atendía, les respondía con una ocurrencia graciosa y apropiada para
salir del paso, la protesta quedaba en risotadas y luego contaban en la esquina
del “Ratón” lo que les había
contestado Juana.
Su
zapatería se hizo muy popular y los hechos también pero ella siguió insistiendo
con su negocio y un tiempo después ya traía zapatos de otros proveedores. En una
ocasión recibió una remesa de zapatos de mujer, éstos estaban mejor presentados
porque cada par venían su caja.
Una
tarde estaba sentada en la puerta de la casa tomando el sol mientras cosía,
pasó una señora conocida, la paró y se los ofreció para su hija:
-
Isabel, dile a tu mocica que he traído
unos zapatos muy bonitos.
Ella
ya conocía lo sucedido en otras ocasiones y, como no quería tener problemas con
la mercancía, le dijo:
-
Hace unos días estuve con ella en Jaén,
se compró unos y ya no necesita otros.
Juana no se dio por
vencida y le dijo:
-
Entra un momento en la casa que te voy a enseñar una cosa.
Isabel obedeció, entró
en la casa, Juana salió con una caja
de zapatos en la mano, se la mostró sin abrirla y le dijo:
-
Mira lo que se pierde, lee lo que dice en la caja… ¡Alta calidad!
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