Colaboración de Paco Pérez
LA VENGANZA
Capítulo II
Juan José
Castillo Mata “El Espartero” no sabía que lo
que se promete es una deuda que se debe pagar.
Después
que Isabel “La Ratona” le diera un guantazo a Juan Tomás “El Ciego” en “El Paseo” y le reprochara su acción él quedó muy confundido y,
cuando comprendió lo ocurrido, le gritó a Juan
José:
-
¡“Esparteroooo”, me cago en la madre que te parió, me la
tienes que pagar!
Una
tarde, la peña de amigos acordó bajar al día siguiente hasta el Guadalquivir para pasar la tarde
bañándose. Una vez en el río se dieron unos buenos chapuzones y después uno de
ellos propuso cruzar el río para coger una sandía y comérsela.
Aprobaron
la propuesta y dos de ellos cruzaron hasta la otra orilla y un rato después regresaron
con ella… ¡Era hermosísima!
La
metieron en el río para que se refrescara y después de un rato decidieron
abrirla. Cuando comenzaron a cortar las rodajas, como era muy grande, pues comprobaron
que tenía una cáscara muy gruesa y como sólo tenían un “tranchete”, la famosa navaja de hoja curvada, pues comprobaron lo
difícil que era cortarlas. Al lazarillo
Juan José le tocó cortarle a Juan Tomás su tajada y como el tamaño y
la forma curvada del instrumento cortante
le impedía poder cortar la tajada con normalidad pues no pudo llegar hasta el
corazón de la sandía, la parte mejor. Cuando se la dio, como los ciegos son muy
desconfiados, comenzó a tocarla con sus dedos se dio cuenta de lo que le
faltaba y le dijo a Juan José:
-
Claro, como el ciego no ve le das la cáscara y el corazón os lo coméis
vosotros.
A
Juan José le sentó mal que le dijera
esas palabras pues por intentar llegar hasta el corazón estuvo a punto de
cortarse y entonces, cabreado por lo que había dicho, cogió la sandía y la
navaja, y después de ponérselas delante le dijo:
-
¡Ahí la tienes desconfiado, ahora te la cortas
como tú quieras!
Juan Tomás cogió la
navaja, quiso ahondar en la sandía para llegar hasta el corazón y se cortó el
pulpejo de la mano. En los primeros momentos no dijo ni hizo nada pero cuando
se dio cuenta de lo que le había pasado tiró la sandía y la navaja al suelo, se
acercó la herida a la boca, la lamió, comprobó que era grande la herida, que
salía abundante sangre y se cayó al suelo mareado.
Al
verlo caído se pusieron muy nerviosos, le hicieron un torniquete en la muñeca para
que no saliera tanta sangre y le pusieron el brazo en alto. Cuando lo vio en
esa situación uno de los bañistas exclamó:
-
¡Le parece a San Pancracio!
Estábamos
tan asustados que la broma no consiguió sacarnos ni una risotada. Entonces
decidimos traerlo al pueblo para que lo visitara D. Tomás Dompez Sesé, el médico que entonces teníamos en el pueblo.
Para
transportarlo lo cogimos dos de los pies y otros dos de los brazos, caminábamos
lentos porque pesaba como el plomo, y nos hizo sudar un montón… ¡Menos mal que íbamos muchos y nos
turnábamos en el transporte!
Cuando
llegamos al “Cerrillo Blanco” nos
llevamos una gran sorpresa pues se despertó y nos dijo:
-
Ya podéis bajarme pues ya se han acabado
las cuestas.
Los
transportadores y acompañantes se quedaron perplejos y Juan José le dijo:
-
Entonces… ¿Te has mareado o ha sido una de tus ocurrencias?
Juan Tomás le contestó
así:
-
Es verdad lo que dices, no me mareé.
Cuando
Juan José escuchó su respuesta le
dijo:
-
Eres un sinvergüenza, nos has dado un susto tremendo y no te ha importado el
esfuerzo que hemos tenido que hacer para traerte en peso hasta aquí.
Juan Tomás le respondió
con estas palabras:
-
Hace unos días te dije que tenías que acordarte de mí, así ya no se te olvidará
que no me pondrás otra vez al lado de “La
Ratona”.
Así
fue cómo se vengó de Juan José e
hizo participes a todos los amigos de su venganza a pesar de que ellos no
tuvieron nada que ver en la faena que él le gastó.
Todos
reconocen, cuando recuerdan la anécdota, que Juan Tomás tuvo una idea genial y se ríen mucho con la ocurrencia
que tuvo.
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