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sábado, 12 de octubre de 2019

LA GRATITUD


Colaboración de Paco Pérez
DIOS NO EXCLUYE, ACOGE
La enfermedad atropella a las personas y, a veces, cuando se presenta causa mucho dolor porque no es tratada igual en todas las culturas y por todas las personas.
Cuando Jesús estaba entre nosotros las personas que tenían ceguera, lepra o eccemas sufrían, además, otro problema de más gravedad, el rechazo social… ¿Por qué eran tan injustos con ellos?
Porque las leyes civiles les prohibían acercarse a quienes estaban sanos para así evitar los contagios y la religión porque los consideraba impuros. Por ello les prohibían participar en las ceremonias religiosas, creían que la enfermedad era el castigo que habían recibido por culpa de sus malas acciones y que así no podían presentarse ante Dios.

Por estas injusticias les negaban los derechos más elementales, eran marginados por todos los de su entorno, no podían ganarse la vida trabajando, no eran atendidos por la medicina de aquella época, tenían que vestir con ropas en mal estado y la única opción que les quedaba para poder comer algo era ejercer la mendicidad.
Una persona así, antes y ahora, se puede desesperar con su situación y después pensar que Dios la tiene abandonada cuando la realidad es totalmente contraria pues está probado cómo trataba Jesús a estas personas, está en LUCAS 17, 11-16:
[Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
- «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
- «Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.].
Todos creyeron pero, después de ser curados, nueve siguieron su camino para cumplir con las leyes y uno, el samaritano, no fue con ellos para cumplir con la ley religiosa que los encorsetaba pues comprendió que Dios había sido el autor de su curación y por eso regresó hasta el autor del milagro para darle las gracias.
La preocupación de Dios por los desfavorecidos queda patente en el relato de Naamán, en él se nos enseña que a ÉL no le importaba la grandeza que había alcanzado el general en la guerra sino la pequeñez y humildad que había mostrado cuando aceptó que una esclava le aconsejara acudir al profeta Eliseo para que lo curara y, como hizo lo que le aconsejó ella, Dios lo valoró y quedó curado.
Naamán reconoció lo que había recibido e intentó hacer un regalo a Eliseo pero él no lo aceptó porque quienes hacen cosas buenas a los demás es porque actúan sirviendo a Dios y por el hecho de poder hacerle un bien a otros ya se sienten pagados.

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